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Una vez a solas, Zack recogió la baraja y le dio la mano a ella ayudándola a ponerse en pie, luego la condujo al lado del porche que tenía la hamaca y se sentó en ella haciéndole lugar a Amelia, que no lo despreció, sino que de inmediato se recostó casi encima de él. Zack la rodeaba con sus brazos y ella encontró que era el lugar más tranquilo sobre la tierra, el más hermoso y perfumado.

Suspiró de pura dicha.

El cielo estaba despejado, la brisa era fresca, y el rumor de las olas y el viento eran sumamente relajantes, incluso había en el aire un aroma a flores nocturnas que le hicieron sonreír.

—Qué delicioso —susurró Amelia apoyando su cabeza en el pecho de él, mientras él se mecía con cuidado, con una de sus manos metidas debajo de su blusa, aunque quieta, pero en contacto con su piel.

—Sí —c

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