Anhelo Secreto Libro 1 Bilogía Secretos
Anhelo Secreto Libro 1 Bilogía Secretos
Por: kayluvilu
Capítulo 1

     Las llantas del auto derrapan a gran velocidad, eso hace que mi cuerpo se llene de más adrenalina de lo normal. Observo como las agujas del reloj del kilometraje de mi Cruze color blanco rugen, dan la impresión de querer gritar que pise con toda mi fuerza el acelerador y eso era lo que me encontraba haciendo. Arlet ―mi amiga desde hace tanto―, ella lleva el tiempo en un cronómetro, su cara de espanto me resulta graciosa. Pobrecita, aún no se acostumbra a verme en este tipo de peripecias, no obstante, mis padres odian que corra, sin embargo no me lo prohíben, ya se resignaron, además no soy una niña.

Hoy, el autódromo se encuentra un poco solitario, eso es porque apenas son las cinco y treinta de la mañana, por ello prefiero practicar a esta hora, no me gustan las interrupciones. Mi única acompañante es Arlet, ella es una dormilona por excelencia, pero le encanta acompañarme. A lo lejos, en el horizonte, veo el hermoso paisaje de un cielo que ya se deja enternecer por el majestuoso e imponente sol que poco a poco da paso a un nuevo día.

Amo correr, los autos son mi mayor pasión, aunque mi madre diga que es un deporte de hombres y me hace ver algo "marimacha", cosa que realmente me causa risa, porque pienso lo lejos que me encuentro del concepto "macho."

De toda esta locura culpo a mi padre, él me acostumbró a ver competencias de autos desde pequeña, y yo poco a poco, me envolví en ese espiral de emociones, me concentraba viendo como los autos prácticamente volaban en mis narices frente al televisor, eso era realmente emocionante, pero lo era aún más ver la gran cara de felicidad de los triunfadores de dichas carreras, como celebraban en grande su triunfo.

―¡Llevas un buen tiempo, Tori, una vuelta más y serás la ganadora! ―Me interrumpe mi amiga a través de los audífonos de comunicación―, lástima que no estás en una carrera real.

―Pronto lo estaré chilindrina, y tu estarás allí conmigo ―suelto una gran carcajada, ella detesta que la llame de esa manera, pero es su culpa, les juro que cuando llora, que por lo general lo hace a causa de tonterías, suena igual a ese personaje famoso, incluso cuando su padre la escucha llorar le habla como Don Ramón.

―¡Tori, por puta millonésima vez, deja de llamarme así!

―No digas palabrotas, eres una buena chica.

―¡Cállate! Gracias a ti fue que aprendí a usarlas ―protesta.

―Aja... No irás a comenzar con tu llanto chilindruno, ¿no? ―La pincho para molestarla mientras desacelero, ya he terminado y completado mi circuito de una hora.

Freno poco a poco hasta que el auto se detiene frente a mi amiga, quien se encuentra con cara de querer golpearme, abro la puerta del auto, esta se levanta hacia arriba para permitirme la salida y lo hago sin problemas. La observo, Arlet es mucho más que mi amiga, mucho más que una hermana, ella y yo tenemos una conexión muy especial, a veces me asusta eso porque ella siempre percibe cuando algo va mal conmigo, incluso cuando no estoy cerca de ella, sino en otro lugar. Es una chica hermosa, de cabello color miel, piel blanca, con unos ojos muy expresivos del color del cielo y cuerpo de infarto; aunque ella diga que exagero, juro que no lo hago, parece una de esas modelitos de Victoria´s Secret. Por algo su novio Kevin parece asesino en serie cuando algún tipo se le queda viendo como objeto del deseo. 

Me acerco y la abrazo, ella me golpea un hombro juguetonamente.

―Si vuelves a llamarme de esa manera, Victoria Ackerman, no respondo.

―Deja de amenazarme, soy la mayor de las dos, me debes respeto.

―¡Ja! Sí, claro. Solo por dos jodidos meses de diferencia. Dile esas cosas a Mía, en ese caso si eres la mayor, tienes veintidós años y tu pequeña hermanita dos. ―Sonrío como idiota al recordar a mi pequeña hermana, aun no comprendo como mi madre se embarazó luego de más de veinte años, ha sido la locura, hasta yo he pagado los platos rotos de su arrebato con papá, pues de vez en cuando debo cuidar de mi pequeña traviesa.

―Vale, vale, te prometo no llamarte más de esa manera. Anda, te invito a desayunar. ―Le guiño un ojo mientras escondo una mano detrás de mi espalda y cruzo los dedos en señal de que no cumpliré mi promesa. Arlet, asiente con media sonrisa y nos dirigimos al estacionamiento. De mi Cruze de carrera se encargará Jhonny, mi mecánico especialista en consentir a mi bebé.

―Aun no comprendo cómo tus padres te dejarán volver a la pista luego de ese terrible accidente ―dice mi amiga con un suspiro lastimero, sin quitar la vista de la carretera.

 Me encojo de hombros. No me gusta recordar ese día, en cuestión de segundos casi pierdo la vida. Me encontraba a tres vueltas de terminar el circuito, esa vez la carrera en la que competía inició en el Autódromo Nazionale Monza en Italia y finalizaba en China con el Gran Premio de Macao, para mi desgracia no pude terminar la primera carrera. Una falla en uno de los cauchos traseros me hizo perder el dominio de mi auto, ocasionando el descontrol de este, no pude evitar dar varias vueltas hasta impactar contra una pared de concreto, no supe de mí hasta después de un puto año en coma. Ese accidente marcó mi vida y la de mi familia de una manera abrupta, perdí la memoria por un fuerte traumatismo y tras las conmoción en mi cabeza se presentó una amnesia post-traumática, aún es fecha en la que no recuerdo como sucedió todo aquel fatídico día, ni los días anteriores o semanas a eso; lo poco que sé, se lo debo a la información proporcionada por mis padres, que me habían prohibido regresar a las carreras, pero esto es mi vida, mi pasión, es adrenalina, sin ellas ya no era la misma, así que este año me han permitido regresar a las carreras, no obstante sus sermones a diario se mantienen y es que ellos desean mi seguridad.

Salgo de mis cavilaciones y le respondo a Arlet.

―Ellos todavía no están del todo seguros, Ari. Solo se dejaron convencer por estos ojitos tiernos. ―Muevo mis pestañas de manera tierna y no nos queda de otra que reír.

―¿No estás cansada? ―Pregunta mi amiga, ella es quien conduce ahora mi auto del día a día, otro Cruze. Lo admito, son mi debilidad.

―Solo un poco, esta semana ha sido una m****a, se acerca la festividad del día de las madres y el preescolar es un caos: decoraciones, regalos y actos dedicados a las madres. ―Dejo caer mi cabeza en el respaldar y miro el techo mientras cierro los ojos.

―Gracias al cielo y a mi percepción del sentido común, cambié de carrera a tiempo ―canturrea ella con carita de «te jodiste tú.» La observo.

―Adoro a cada niño que me ha tocado educar, es lo que deseaba y es lo que hago, aparte de ser piloto de coches…

―Claro ―interrumpe―, correr no era una carrera lógica según tu padre, por fortuna él tiene su montañita de dinero, porque con tu sueldo no hubieses podido costearte a tus "bebés." 

Me río, realmente tiene razón, mi carrera no me ayuda mucho económicamente, solo me alcanza para pequeños gastos, motivo por el cual vivo con mis padres todavía. Papá ha querido regalarme un apartamento, pero no deseo que siga gastando dinero en mí, así le sobre. Santiago Ackerman es el dueño y director ejecutivo de una de las fábricas de autos más grandes del país, eso me da ciertos privilegios, puedo escoger al auto que se me antoje, pero no lo hago; mis padres me criaron de una manera en la que debo esforzarme por conseguir lo que quiero, valorando así todo lo que me brindan y no siendo una derrochadora, de eso me siento sumamente orgullosa.

Arlet aparca en uno de los puestos vacíos del estacionamiento del famoso café de Starbucks ―en la ciudad de Boston―, entramos al café conversando de cosas triviales. Ubicamos una mesa, luego leemos el menú, yo pido un mocha coconut caliente con un piadini, claras y espinacas, mientras que Arlet ordena un cappuccino con un  sándwich de queso al grill. Miro mi reloj de mano, son las siete de la mañana, aún es temprano y es día sábado, mucho por hacer. Mi celular comienza a sonar con una melodía que solo personalicé para ella ―mi madre―, Un Siglo Sin Ti de Chayanne, ese cantante es su amor platónico y es de su tierra natal Puerto Rico, una isla que considero mi segundo hogar, las veces que he ido de paseo lo disfruto de una manera divina. 

―Hola, mamá, ¿todo bien? ―Hago la pregunta porque ella sabe en donde estoy y qué estoy haciendo, siempre envío mensajes de textos a mis padres para que sepan de mi paradero, eso es por lo de mi lamentable accidente, no los culpo de su vulnerabilidad cada vez que estoy al volante.

―¡Sí, cariño! Solo te llamo para informarte que tengo una reunión importante con la editorial, tenemos un nuevo talento, debo estar presente y...

No la dejo terminar, ya sé cuál es su preciado encargo, entorno los ojos y miro al cielo pidiendo ayuda mientras que Arlet aprieta los labios para no reír como quiere. Agarro un pedazo de pan y se lo lanzo al rostro, increíblemente abre su boca y lo atrapa con esta, yo solo niego con media sonrisa. Por otro lado, mi madre es dueña de una importante editorial y le gusta estar pendiente de todo pese a que tiene encargados de confianza. En esos momentos en que requieren su presencia, ella me pide auxilio, no le gusta confiarle a Mía a nadie, aunque Mía tiene a nuestra nana Eva; ella fue mi nana primero y ahora lo es de nuestra traviesa angelical. Pero, nana Eva tiene libre los fines de semana, es cuando comparte con sus adorados nietos. No me molesta cuidar de mi hermana, salvo las veces que quiero salir a disfrutar con mis amigos y no puedo porque debo ser la niñera de mi hermanita.

―No te preocupes, ve a la reunión, yo me encargo de Mía.

―Excelente. Gracias, hija. La reunión está pautada para la una en punto, así que dispones de tiempo para disfrutar de la compañía de Ari.

Me rio con tantas ganas que hasta mi cuerpo tiembla, Ari hace muecas con sus labios, ya se imagina de que hablo con mi madre. Corto la llamada y sigo disfrutando mi desayuno. Saboreo mi mocha coconut mientras que Arlet habla como loro sobre lo cambiante del clima, realmente está por comenzar la primavera y la temperatura se encuentra a nueve grados.

―¿Si iremos a la disco hoy? ―pregunta con medio bostezo. Pobre, solo madruga por mí.

―Ya te dije que sí, por fortuna no seré una jodida niñera en el turno de la noche.

Ambas reímos y decido que es hora de irnos antes de que mi amiga caiga dormida encima de su café. Esta vez conduzco yo, no creo que ella se encuentre en sus cabales para estar detrás de un volante. Luego de quince minutos la dejo frente al bonito edificio en donde vive; veinte minutos después estoy entrando al mío. Activo el panel de control y el gran portón de metal color plata comienza a abrirse, a un lado se encuentra la caseta de vigilancia, Raúl, el vigilante, se asoma ―serio como siempre―, hace un saludo con su cabeza y tiene los ojos como halcón, atento a la calle; es un excelente vigilante.

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