Capítulo 2

―¡Llegué! Se me perdió una hadita mágica y la estoy buscando, ¿alguien la ha visto? ―digo entrando como cabra loca al pent-house de mi familia, en el cual hemos vivido desde que estaba en la panza de mí adorada madre.

―¡Totiiii! ―Mi pequeña hermana viene danzando cual hada mágica con un vestidito blanco de pequeñas florecillas en color pastel. Mía tiene el cabello castaño oscuro, a la luz del sol hace que se le formen algunos mechones rojizos, idéntico al mío y al de nuestra madre, el sello de la familia de nuestra progenitora, según ella. Mía abre sus bracitos pidiendo que la cargue y gustosa lo hago. La lleno de besos en sus cachetes regordetes y sonrojados, provoca comérselos.

―A ver, campanita, es Tori. Trata de pronunciar la R, muñequita, di rrrrr ―repito varias veces, aun le cuesta vocalizar ciertas palabras. Ella posa sus ojitos negros en mi boca y trata de hacer los mismos movimientos.

―Eeeeeele ―dice arrugando su entrecejo, con carita de frustración, se cruza de brazos y refunfuña, parece una viejita y yo suelto la carcajada.

―Deja de burlarte de tu hermana, Tori. ―Mamá viene a paso apresurado bajando las escaleras desde la planta alta, en donde se encuentran los dormitorios, con su elegante conjunto de pantalón y chaqueta de cachemira en color rosa pálido, se ve regia y muy elegante. Se ajusta su reloj de mano, regalo que le dio papá en uno de sus aniversarios de bodas, se detiene frente a nosotras, le da un beso en la frente a Mía y luego besa una de mis mejillas―, se portan bien, chicas, no quiero desastres en la cocina. ―Rio como una hiena mostrando todos los dientes.

―No seas exagerada, mamá, solo fueron algunos pequeños regueros de harina. ―Ella me mira quitándose los lentes de sol que ya se había colocado elegantemente.

―¿Pequeños regueros, Victoria? Creo que no tienes una definición exacta de lo que significa ese concepto, cariño. En fin, si quieren inventar recetas pídele ayuda a Gineta, ella encantada lo haría, y no dejes que Mía meta las manos en los utensilios peligrosos de la cocina.

―Sí, mamá, ya deja lo mandona, nos quitas la diversión ―digo acompañándola hasta la puerta con Mía colgando alegremente a un lado de mis caderas, con sus piernas enroscadas en torno a mi cintura mientras juega con uno de mis zarcillos de perla.

―Solo es precaución, hija. Las amo, estoy de regreso a las seis. ―Se despide diciendo adiós, solo con el dedo índice de su mano izquierda, es su manía y yo he aprendido lo mismo. Miro con cara de maldad a mi pequeña hermanita.

―¿Qué haremos ahora que mamá se fue? ―Ella responde con complicidad y levanta los bracitos en señal de celebración.

―¡Mía´s cokkies!

Nos encaminamos a la cocina. Coloco a mi hermana en el piso, tampoco soy un canguro para tenerla encima de mí todo el santo día.

Mi hermanita luego de comerse unas cuatro galletas de vainilla con chispas de chocolate recién sacadas del horno y las cuales hicimos con ayuda de nuestra ama de llaves, Gineta, se ha quedado dormida encima de mí, con cuidado la llevo hasta su cuarto y la acuesto en su pequeña cama en forma de palacio, me pregunto si yo tendría una cama así… ¡Nah, no lo creo! Mucho príncipe azul para mi gusto.

El celular vibra en uno de los bolsillos traseros de mi pantalón, lo saco con algo de cansancio, son las dos de la tarde, hora que marca el móvil. Ya el madrugón de las prácticas en el autódromo me quiere pasar factura, la camita de Mía me llama ansiosa, con cuidado me recuesto a su lado y respondo al cuarto timbrazo de la llamada.

―¡Hola, mujerzuela! ―Saluda Arlet, tan enérgica como de costumbre.

―Hola, zorra... me duermo amiga, quiero descansar una hora al menos. ―Mientras lo digo me coloco de lado, dándole la espalda a mi hermana para no despertarla.

―¿Pasamos por ti o tú lo haces por nosotros? Kevin está conmigo.

―Pasen por mí, Ari... ―Un bostezo sale involuntariamente.

―Pareces vieja chuchumeca, amiga, tanto trasnocho te va a sacar arrugas. ―Me rio con los ojos cerrados, ya la inconsciencia me llama.

―Vieja tu suegra, me levanté a las cinco de la mañana... Espero por ustedes a las nueve, como quedamos.

―Vale. Y shhh, puedes herir los sentimientos de Kevin ―dice esto fingiendo comprensión, pero realmente su suegra es una señora muy fifirisnais de m****a.

Alguien cepilla mi cabello y lo está haciendo de una manera salvaje, pobre cabellera. Abro los ojos y estiro mi cuerpo cual felino. Es Mía quien juega con mi pelo.

―Creo que como peluquera te botan del trabajo a los cinco minutos.

Ella sonríe y comienza a dar brincos en la gran cama. Esta siesta me ha relajado lo suficiente, será mejor que vaya a darme una ducha. Le pido a Gineta estar pendiente de mi hermanita mientras voy  al baño.

La discoteca en la que nos encontramos hoy se encuentra más atestada que nunca, cuerpos pegados y sudorosos se contonean al ritmo de la noche, dejándose contagiar por la música y envueltos por el ambiente relajante que hay en el sitio. Nos dirigimos a una mesa vacía abriéndonos paso entre los cuerpos danzantes en la pista. Algunos chicos bailan de manera perversa a mi alrededor y yo muevo mi cuerpo para llevarles el ritmo; de fondo se escucha Armin van Buuren feat Trevor Guthrie con This Is What It Feels Like.

And I don’t even know how I survive

I won’t make it to the show without your light

No I don’t even know if I’m alive

Oh, oh, oh without you now

This is what it feels like

Yo coreo a todo pulmón la última estrofa y sigo mi camino, dejando a dos chicos con caras de pucheros por mi abandono en la pista. Nos ubicamos en nuestro sitio Arlet, Kevin y yo, siempre los tres juntos a todos lados, aunque debo reconocer que a veces me siento la lamparita de mi par de amigos; digo, son novios y yo estoy como atravesada en medio de su relación cada vez que salimos, pero ellos me recalcan hasta el cansancio que les agrada mi presencia y compañía.

No tengo novio y tampoco quiero tener por ahora, tengo veintidós años y pienso que aún me queda un largo trecho por caminar hasta dar con el indicado, aunque algunas veces, unos ojos azul claro aparecen en mi mente y bloqueo de inmediato ese pensamiento, él decidió que era momento de terminar nuestra relación luego de dos años juntos, no lo culpo por ello, las cosas se habían vuelto frías y estábamos muy distantes, parecía como si ese sentimiento que nos unió una vez se había desgastado cual suela de zapato, debo reconocer que ya sus besos no me hacían temblar como al principio. Con él, fue mi primera vez, mi primer beso, mi primer todo, luego de nuestra ruptura quedamos en buenos términos;  él se fue del país a estudiar su carrera universitaria en Alemania y no supe más de su vida. A veces siento curiosidad por saber de él y de inmediato detengo mi cerebro, si no me buscó después, supongo que debe ser feliz, al igual que yo lo soy, no lo amo, solo son recuerdos bonitos, he seguido mi vida, he disfrutado de gratas compañías, de resto, nadie me ha impactado como para que se meta en mi corazón a invadirlo.

―¡Ey, Tori! ¿A dónde te fuiste? ―Arlet mueve sus manos frente a mi rostro, haciendo un chasquido con sus dedos.

―A una disco con mis dos amigos conejos ―bromeo, ese par son adictos al sexo y no les importa en donde se encuentren, ellos dan rienda suelta a lo que sus cuerpos piden.

―No me des ideas, maestra. ―Ríe Kevin con entusiasmo. Un chico atlético, ojos marrones, cabello negro y piel muy bronceada, puesto que le encanta el surf y cada vez que puede se escapa a las playas de Hawái, justo como hace una semana, por eso su piel luce deliciosamente tostada.

―¿Pedimos ya...? ―sugiere mi amiga.

―Sí, a eso venimos, ¿no? Yo quiero tequila.

―Yo también ―dice Kevin divertido.

―Si no puedes vencerlos, únete a ellos. ―Se encoge de hombros Arlet, ella prefiere los mojitos.

―Bien, voy por nuestros tragos, señoritas. Ya regreso.

Kevin se marcha, no sin antes darle un piquito en los labios a su amada, quien aún se sonroja después de dos años de novios, a veces son adorables. Arlet y yo nos movemos en nuestros asientos siguiendo el ritmo de la música, repentinamente mi cuerpo experimenta una especie de escalofrío que recorre mi espina dorsal y siento que mi respiración se corta, solo unos segundos y aunque es poco, mi amiga se tensa al ver mi rostro y salta de su silla.

―¡Victoria! ¿Qué sucede? ―Me llama por mi nombre completo cuando se asusta, ella me sostiene la cara con una mano y con la otra toca mi frente, siento que todo se va calmando poco a poco, ha sido una sensación realmente extraña y bochornosa, algunas personas que están cerca nos miran preocupadas, pero no más que el rostro desencajado de Ari.

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