Era un mal padre.
Bajo la mirada. Sí, lo era.
¿Cómo podía hacerle eso a su propia hija? Debería estar ardiendo en el infierno en ese momento, quemándose con las llamas de este por lo que había hecho.
¿Cómo pudo haber vendido a su hija por unos millones? No había excusa, pero lo había hecho. Todo porque se encontraba en una situación desesperante. Si su hija llegaba a saber la verdad, iba a odiarlo de por vida. Dios iba a castigarlo por ello.
Quizás pronto recibirá su castigo.
Jefferson McKay, miró a su amigo.
—Sé feliz—dijo el hombre frente a él con una sonrisa, pero Jefferson sabía que era falsa.
—No estoy feliz—le dijo. Era siempre lo que le decía cada vez que se veían. Él nunca iba a estar feliz, no luego de lo que hizo.
—Eso lo sé—dijo Bradley Bryant llevándose un vaso a la boca, este contenía whisky del más caro, mientras que el de Jefferson tenía el más barato. Bradley había llevado su propia botella y no quiso compartirla con él.
—No sé qué hacer—murmuró Jefferson agarrándose la