Diego respiró profundamente, obligándose a calmarse.
Madre e hija llevaban vestidos largos plateados, deslumbrantes, antiguos y exquisitos.
Combinados con las cadenas de plata, irradiaban una belleza especial.
El rostro de Lunia no tenía ninguna ocultación cuando apareció en la pantalla grande con sus mejillas inocentes y puras.
Cuántas personas quedaron cautivadas por ese rostro angelical.
Ella no había sido drogada, sus grandes ojos eran claros.
Llevaba una diadema de cristales y plumas en la cabeza, pareciendo una princesa exótica.
Sus ojos inocentes no sabían qué estaba sucediendo, no lloraba, solo curioseaba todo a su alrededor como un cervatillo inquisitivo que se adentraba en la guarida de los lobos.
Sus labios rosados se entreabrieron ligeramente, Diego pudo ver su forma a través de la pantalla.
—Mamá, tío Darío.
Diego tenía los dedos cerca de su arma, en ese momento deseaba sacarla y dispararle a Joy sin demora.
La multitud ya estaba en ebullición, esa niña era tan hermosa.
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