—¡Felipe! —gritó Clara en cuanto entró en casa, y sin obtener respuesta, fue con el cachorrito a buscar a Felipe en su estudio.
Felipe estaba sentado en su escritorio trabajando. Al verla empapada, se sorprendió y luego frunció el ceño.
—¿Quién te dio permiso para entrar? —dijo con una actitud hostil y tono agresivo.
Clara, sin tomarle importancia, dijo emocionada:
—Sé que has estado de mal humor últimamente, pero espera, ¡esta noche te alegraré!
Dicho esto, comenzó a desabrocharse la chaqueta...
Felipe, viendo cómo se exponía su atractiva clavícula, malinterpretó sus intenciones.
Pensó que ella quería ofrecerse a él para alegrarlo.
Felipe tenso la cara y frustrado exclamó:
—¡Clara, detente!
Clara se detuvo confundida:
—¿Qué pasa?
—¡Sal de aquí! —ordenó Felipe, frunciendo el ceño.
Clara respondió:
—Pero aún no has visto el regalo que tengo para ti.
—¿Cómo puedes ser tan desvergonzada? —Felipe, indignado preguntó.
—¿Qué? —Clara estaba desconcertada, pensando: «¿Cómo