CAPÍTULO CIENTO OCHENTA Y SIETE
Emily y Aiden salieron de la fiscalía con el ánimo por el suelo.
Ambos se subieron al Maserati gris que estaba aparcado en el estacionamiento de aquel edificio de vidrio de espejos, y Aiden manejó hasta una cafetería cercana que estaba frente a la playa.
Cuando se estacionó frente a la cafetería, Aiden miró a su esposa, que seguía distraída.
—Vamos —pidió sin darle ninguna explicación.
Emily no protestó nada y tan solo le siguió en completo silencio. La fuerte brisa marina hizo que se abrazara a sí misma, para así calmar el escalofrió que recorrió su cuerpo, y a pesar de que andaba con un abrigo amarillo, un chaleco negro de cuello largo, vaqueros gruesos y botines, igualmente el frio caló sus huesos.
Aiden empujó la puerta de vidrio y al momento de deslizar la puerta la campanilla tintineó. Dejó pasar primero a su esposa y luego él, para después soltar la puerta y colocar su brazo alrededor de las caderas de Em, en forma protectora.
La camarera rubia