Apoyó las manos en el pecho del señor Cruz e intentó apartarlo. Fue inútil. Él aumentó la presión disminuyendo el espacio entre ellos.
-¡Ya basta! Suéltame, por favor –exigió.
Felipe no iba a ceder esta vez. Verla allí, actuando con naturalidad sin ningún atisbo de timidez, despertó en su interior s