—Haz lo que quieras.
Colgué el teléfono y vi que Andrés me ofrecía un helado.
Era mi favorito durante la secundaria. Solía comprarlo todos los días después de clases y saborearlo de camino a casa.
En estos años, esforzándome por ser adulta, había dejado de comprar estas cosas de niños. Y nadie me las compraba.
Después de agradecerle, antes de que pudiera darle un mordisco, Andrés me advirtió: —Tu estómago no está bien, esto está muy frío, solo pruébalo un poco.
Me sorprendí: —¿Cómo sabes que tengo problemas de estómago?
Incluso mi madre se había enterado apenas ayer.
Andrés respondió con naturalidad: —La sopa medicinal que tomas contiene hierbas para el estómago.
Me sorprendió. Durante la cena, parecía concentrado solamente en comer. No imaginé que hubiera notado ese detalle.
Di un mordisco al helado: —Eres bastante observador.
—Lo soy —asintió Andrés sin falsa modestia.
Temía que preguntara sobre la llamada, pero para mi alivio, no la mencionó en toda la noche, ni siquiera cuando me l