Una vez que me baja, me empuja al asiento trasero del auto con una firmeza que no da lugar a discusión. Se acomoda a mi lado, dejando escapar un leve gruñido mientras cierra la puerta.
—¡Déjame salir! —le grito, furiosa—. ¿Quién diablos te crees, eh? ¡Tú y yo terminamos!.
—¿Terminamos? —me lanza