Dorothea se traga su rabia. Tiene que aguantar, o algo peor podría suceder. Se queda mirando cómo Aisling agoniza de rodillas, incapaz de moverse, recibiendo golpes de uno de los hombres de Eusebio.
—¿Quieres matarla y hacerme perder dinero, imbécil? —interviene el hombre, empujándolo lejos—. Ya es