Luego venían las fotos de los diez años...
— ¡¿Tan gordo?! —exclamó Lucía sin poder contenerse.
En la fotografía, Carlos había perdido el encanto infantil y estaba tan gordo como un osito negro. Sí, no solo estaba gordo, también estaba moreno. Sus ojos quedaban reducidos a dos ranuras por la gordura de sus mejillas. La foto había sido tomada en verano; llevaba una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos que dejaban ver sus extremidades robustas y rollizas.
Lucía tosió discretamente y, poniendo cara seria, reprendió a Jorge:
— No mires, no está bien espiar la intimidad de otros.
— ¿Acaso tú no estabas mirando?
— Fue sin querer, y ahora ya no estoy mirando.
Pero Jorge respondió:
— Si está expuesto aquí, ¿no es para que la gente lo vea? ¡Vaya! ¿Esta bolita gordita es Carlos? ¡Madre mía, parece un globo inflado!
— Eres muy cruel —comentó Lucía.
Jorge contraatacó:
— Tú no eres cruel, entonces no te rías.
Lucía intentó apretar los labios, pero no pudo aguantarse. Al pensar que el Carlos