Allegra se levantó temprano esa mañana, atendió a los animales de la granja y dio instrucciones al señor que la ayudaba con esas labores, Don Anastacio, un caballero de avanzada edad que sabía de granjas y producción lechera, gallinas y esas cosas del campo.
Un buen hombre, respetuoso y trabajador, y con quien el pequeño Francesco pasaba buenos ratos hablándoles a los animales, Don Anastacio le contaba cuentos de los patitos y le explicaba como nacían de los huevitos que cuidaba la pata.
Allegra dejo al niño con el viejo un rato mientras atendía la comida y luego de que todos almorzaron y Don Anastacio se fuera, ella comenzó a mirar el reloj con insistencia. La chica que había contratado como niñera no aparecía por ninguna parte, la hora corría y estaba segura de que se le iba a hacer tarde.
En vista de que la chica no daba señales de vida, deci