Los ojos de Bianca se abrieron con incredulidad.
Dave siempre había parecido alguien tranquilo y sereno.
Jamás imaginó la desesperación tan profunda que debió sentir para pensar siquiera en quitarse la vida.
Dave contemplaba el cielo nocturno, mientras la oscuridad despertaba recuerdos que había enterrado muy dentro de sí.
Recuerdos que odiaba revivir, mucho menos compartir.
El cielo estaba gris ese día, y la lluvia caía con fuerza.
Los hombres de Rupert lo amordazaron, lo ataron y lo arrojaron a un coche.
El vehículo avanzó velozmente rumbo al siniestro manicomio de Edenfield, un lugar que Dave solo podía describir como un infierno viviente.
Recordaba con claridad las palabras de Rupert al director del hospital ese día.
Con una sonrisa, dijo:
—Cuídelo bien. No lo libere hasta que esté completamente recuperado.
Y luego, con una insinuación escalofriante, añadió:
—Si nunca se recupera, yo me haré cargo de todos sus gastos. Y por supuesto, el bono será generoso.
Dave tenía solo