Aunque estaba en shock, Bianca lo abrazó con más fuerza.
—¡No te creo! —exclamó, buscando en su rostro cualquier indicio de que estuviera mintiendo—. Y entonces, dime... —miró su muñeca—, ¿por qué sigues usando la pulsera que te regalé si ya no me amas?
Dave alzó la muñeca. La luz de la luna iluminó con tristeza la pulsera de madera de rosa, símbolo del amor que se desvanecía entre ellos.
Con el corazón encogido, se la quitó. Sus dedos rompieron el delicado hilo, y las cuentas cayeron al suelo, a los pies de Bianca.
—¿Ahora sí me crees? —su voz salió desde las sombras, fría y vacía, mientras se giraba, ocultando su rostro.
Bianca bajó la mirada hacia las cuentas esparcidas en el suelo. Cada una representaba sus oraciones, esperanzas y amor por Dave.
Durante un mes, había ido a la iglesia a pedirle a Dios que bendijera esa pulsera, que protegiera a Dave y que les diera un futuro feliz juntos.
Y ahora, al ver cómo él la destruía y la tiraba como si no valiera nada, su cuerpo se entum