Capítulo 4

Capítulo 4

Me revuelvo incómoda en mi asiento mientras las voces resuenan a mi alrededor. No estoy prestando atención a ninguna de las conversaciones. En los asientos de delante se encuentran mi madre, al volante, y Matthew, de copiloto. Este tamborilea con la punta de los dedos encima del salpicadero con su cuerpo en dirección a mi madre, quien mantiene sus manos tranquilamente sobre el volante y le regala miradas a su marido cada pocos segundos. En la parte de atrás me encuentro yo, en medio de ambos niños, los que tienen sus cuerpos inclinados hacia delante para poder conversar por delante de mí. Me siento atrapada, no estoy acostumbrada a ir con tanta gente en el coche y mucho menos a sentarme en los asientos traseros, siempre voy en el de copiloto.

A nuestro alrededor las calles van pasando y mi mirada intentan captar la mayor cantidad de detalles posibles a través de la ventanilla, pero las cabezas de Owen y Holly me lo dificultan un poco. Aun así logro ver como el coche recorre Bacon Street hasta girar a la derecha en el cruce con Newport Ave. Consigo ver varios locales a ambos lado, pero mi mente solo logra quedarse con el nombre de uno de ellos: Hodad's. Las letras grandes y en color rojo acompañadas de unas caricaturas de un camarero y una hamburguesa captan mi mirada unos segundos más, hasta que finalmente lo dejamos atrás. Cuando mi mirada vuelve a enfrente, a través del parabrisas, veo la línea del horizonte que separa el mar del cielo. Está casi oscureciendo por lo que dentro de poco costará distinguir dónde termina uno y comienza el otro. Nunca he estado tan cerca de la playa, lo más parecido que he tenido en mi vida han sido los frecuentes viajes a Great Salt Lake.

El coche gira de nuevo, esta vez a la izquierda, y se adentra a un párquing público. Este se encuentra completo, pero mi madre parece no dudar cuando se mantiene recorriéndolo durante cinco minutos. Creo que piensa que en algún momento alguien, de las cien personas que se hallan en la playa y que consigo ver debido a las tantas veces que pasamos por enfrente, decidirá subirse a su coche y abandonar esa fiesta, que parece que se está celebrando. Eso me estresa, ya que no hay nada que desee más que salir del interior de esta jaula. Pero, contra todo mi pronóstico, mi madre frena ante una furgoneta roja, en la que se encuentra un hombre subiéndose de un salto. La ojiverde se mantiene paciente hasta que el conductor saca su vehículo proporcionándole el espacio libre a nuestro coche. La plaza de aparcamiento deja a nuestro coche en dirección a la playa. Me inclino levemente sobre los asientos delanteros para observarla. En ella se encuentran todo tipo de personas: americanas, afroamericanas, asiáticos... y desde niños hasta gente mayor, pasando por adolescentes. Creo que este es el grupo mayoritario.

– Vamos, Vega – la voz de mi madre me saca del trance y es entonces cuando me doy cuenta de que soy la única que aún se encuentra en el interior del coche. Me deshago del cinturón para poder pasar – con dificultad – por encima de la silla de Holly y salir de un salto. Mi madre cierra de un portazo en cuanto doy unos pasos adelante.

Mis pies se mantienen estáticos en dirección a la playa. Es la primera vez que vengo a una y me es imposible no recorrer todo con la mirada intentando captar hasta el más pequeño e insignificante de los detalles. A mi izquierda se cierne un muelle de pescadores que recorre medio kilómetro hacia el interior del agua. Pequeñas luces lo iluminan debido a la reciente caída de la noche sobre nosotros. En la arena grupos de personas se concentran para hablar, bailar – con la música que no sé de dónde proviene – y beber. Algunos de ellos se lanzan al agua – sobre todo adolescentes – con la ropa o en ropa interior. Intento captar el ruido de las olas, pero la música me lo impide. No es hasta que Holly me agarra de la mano y tira de mí cuando consigo despegar los pies del suelo. La sigo sin ser muy consciente de hacia donde nos estamos dirigiendo, ya que no puedo dejar de curiosear todo lo que se encuentra a mi alrededor. Debo parecer patética, de eso estoy segura, pero nadie me puede culpar. En mis diecisiete años de vida nunca había visto la playa. Patético.

La caminata hasta la arena es corta debido a lo cerca que hemos encontrado el aparcamiento y una vez en ella me permito respirar hondo apreciando todos los matices. El olor clásico a sal, el típico de crema de sol – cosa extraña teniendo en cuenta las horas – mezclados con el olor a comida rápida y alcohol. Era un olor que nunca había sentido en mi propia piel, pero el cual habían descrito en muchos de mis libros. Y debo reconocer que es embriagador. Es el olor del verano sin duda. Mi madre se agacha y conversa con Owen y Holly unos segundos. Parece una madre increíble ante sus ojos y puede que con ellos lo sea. Su mano, ya con unas pocas arrugas, acaricia la mejilla de Holly y revuelve el pelo de Owen antes de ponerse en pie y clavar la mirada en mí.

– Vigila a tus hermanos –.«Owen no es mi hermano», quiero decirle, pero me lo callo, ya que no comprendo a lo que se refiere –. Y vosotros haced todo lo que os diga Vega, ¿entendido? – ambos asiente con sus cabezas. Mi madre se da la vuelta y caza la mano de Matthew mientras se aleja.

– Espera – acoto deteniéndola. No se gira completamente, solo me mira por encima de su hombro –. ¿A dónde vais? ¿Por qué no vamos con vosotros?

– Nosotros nos vamos con adultos, Vega – responde como si tuviera que saberlo, pero claro que no lo sé –. Ellos te guiarán y tus los vigilas. En un par de horas nos vemos de nuevo enfrente del coche.

Sin darme tiempo a rebatir se vuelve de nuevo y esta vez si consigue alejarse. Me quedo perpleja observando como sus figuras se desvanecen y desaparecen entre la gran cantidad de gente. No me puedo creer lo que acaba de hacer mi madre. No llevo ni tres horas en esta ciudad y ya me ha dejado a cargo no de uno, sino de dos niños pequeños en un lugar muy concurrido, donde parece que se está celebrando la fiesta de inicio del verano, que yo no conozco. Esto me cabrea, parece que haya querido librarse de ellos y yo haya sido su excusa perfecta. Que digo de creo, estoy cien por cien segura de que ha planeado esto desde que he pisado la casa o incluso, puede, que antes. Suelto un suspiro de resignación antes de observar los dos pares de ojos que se mantienen en mí.

– Vale – digo insegura para después observar a mi alrededor durante unos segundos –. Como no me conozco este lugar, ¿qué os parece si me lo enseñáis? Pero con tranquilidad – advierto.

– Sí, sí – responde Holly emocionada, mordiendo su labio inferior con inocencia, y vuelve a tomar mi mano al mismo tiempo que enhebra su brazo con el de Owen quien también me mira con entusiasmo, como si hubiese dicho que nos ha tocado la lotería. Ojalá, entonces no estaría aquí, sino en una playa de la Bahamas o en por una preciosa calle de Londres –. Lo primero tiene que ser el agua.

– Pero si eso es muy aburrido – rebate Owen pero aun así dejándose arrastrar con ella hacia dicho lugar.

– Es que Vega nunca ha estado en la playa – comenta observándome –. ¿A qué no? –. Niego con la cabeza provocando que el castaño me mire sorprendido.

– ¿Nunca has estado en la playa? – pregunta mientras ambos se sitúan a mi lado y me toman los brazos, ya que cada vez hay más gente. Como los pierda me matarán.

– En nuestra ciudad no hay playa – le explica Holly elevando la voz por culpa de todo el bullicio. Yo que pensaba que por fin me había librado de este del instituto y ahora me encuentro con esto. No es el plan de vacaciones que esperaba. Solo quiero volver a la casa, encerrarme en esa habitación que me han asignado y huir de esta pesadilla para adentrarme en uno de mis libros. Pero no puedo. Al menos sonrío al escuchar que Holly sigue considerando Salt Lake como su ciudad. Papá tenía miedo de que olvidará sus raíces, y creo que le alegrará saber que no ha sido así.

Cuando al fin conseguimos hacernos un hueco y quedar a medio metro de la orilla, un grupo de chicos acompañados de un par de chicas gritan a nuestro lado. Unos segundos después veo como se desprenden de su ropa y, solo con la interior, a gritos se lanzan al agua. Un escalofrío recorre mi cuerpo solo de imaginar lo fría que debe estar, pero ellos parecen no sentirlo. Supongo que será por el nivel de alcohol en sangre, que con solo verlos se nota que es bastante. Los ignoro al tiempo que me deshago de mis zapatillas y pongo en su interior los calcetines. Mis pasos son lentos y antes de que uno de mis dedos toque el agua, Owen y Holly ya se están salpicando con los pies a unos metros de distancia. Mantengo mi atención en ellos, para vigilarlos, mientras dejo que mis pies reciban las caricias de las olas. Solo voy al lago en casa en verano por lo que llevo un año si sentir mis pies hundidos en el agua. Un deje de envidia se apodera de mí al pensar que muchas de las personas de aquí pueden hacer esto todos los días si realmente lo desean.

No pasa mucho tiempo hasta que ambos se acercan a mí y se vuelven a poner sus zapatillas sin importarles tener los pies repletos de arena. Por mi parte decido no ponerme las mías y esperar a alejarnos de ahí y buscar alguna ducha de playa para poder deshacerme de la arena. Pero cuando al fin volvemos a donde mi madre nos había dejado y busco con la mirada, me doy cuenta de que no hay o que entre tanta gente no soy capaz de visualizar una. Holly insiste en subir al muelle y recorrerlo juntos por lo que, aún en desacuerdo, me pongo mis zapatillas llenándolas completamente de arena. Después las limpiaré sin duda. Sigo a ambos, que se mantienen cerca de mí, al mismo tiempo que intento esquivar a cada una de las personas que se pasean de un lado a otro. Recibo más de un golpe con su posterior quejido o insulto hasta que al final nos situamos en la entrada del muelle. Una sonrisa se forma en mi rostro al ver el increíble paisaje: el largo muelle alejándose en la distancia, con luces como luciérnagas, las personas animadas paseando y el mar a sus lados. Saco mi teléfono y saco una foto, que más tarde le pasaré a Sheila.

– Vamos – comenta Owen dándome un leve empujón en la espalda para que comience a caminar. En el muelle también hay bastante cantidad de personas, pero – por suerte – transitan con más tranquilidad y fluidez, haciendo que se camine a un ritmo constante. Aprecio los sentidos, por la derecha caminan los que comienzan a recorrerlo mientras que por la izquierda pasan los que ya han caminado por él. Mi mirada viaja de un lado a otro intentando memorizar todo: los lugares, las personas, las sensaciones... Hago un par de fotos más y respiro hondo volviendo a inundar mis pulmones de ese delicioso olor a mar. Debo admitir que esta parte del viaje no me está desagradando, al menos de momento.

– Tengo una idea – logro escuchar a Holly, pero no los miro, con sus voces me aseguro que sigan a mi lado –. ¿Y si hacemos una carrera? – propone. Giro mi rostro frunciendo el ceño.

– ¡SÍ! – grita Owen un segundo antes de salir corriendo pasando entre todas las personas como si fuera una serpiente. Abro los ojos sintiendo miedo y este aumenta cuando mi hermana lo sigue gritándole que es un tramposo. No he tenido tiempo de negar cuando ya han desaparecido de mi vista.

Me quedo totalmente estática provocando que las personas que iban detrás de nosotros se quejen y me rodeen, pero me da igual mi mirada esta al frente. Tardo en reaccionar, pero una vez lo hago corro entre las personas, proporcionándoles empujones y llevándome más insultos de los que he escuchado en toda mi vida. Siento la arena de mis pies rozándome y causándome un escozor, pero lo ignoro y sigo corriendo. Grito los nombres de ambos, pero no recibo ninguna respuesta. El miedo corre por mis venas y es tanto lo ofuscada que me encuentro que no me doy cuenta cuando una chica se cruza en mi camino y termino chocando contra ella.

– Ey, ey, ey – me retiene por los hombros. No tengo tiempo para esto, muevo sus manos para quitármelas, pero me agarra del brazo –. Tranquila, relájate – su suave voz hace que pare de sacudirme y enfoque mi mirada en su rostro –. ¿Ocurre algo? – pregunta con preocupación. Ha debido de darse cuenta al ver mi cara de pavor. Me dedico únicamente unos segundos a observarla. Su pelo rizado y rojizo en un semi-recogido donde un par de mechones se mantienen enmarcando su rostro, un rostro pálido inundado de pequeña pecas y unos ojos miel que me miran con preocupación y curiosidad. Debe tener mi edad más o menos.

– He perdido a mi hermana y a... a mi hermanastro – comento con la voz jadeante. Observo a mi alrededor queriendo encontrar la cara o cabellera de alguno de ellos, pero no consigo nada.

– Tranquila, yo te ayudo a buscarlos, pero necesito que me los describas.

– Holly tiene diez años, es bajita y delgada; su pelo es de un castaño-rubio y es un poco ondulado, le llega unos dedos por debajo del hombro, y sus ojos son marrones. Y mi hermanastro tiene más o menos su edad, también es delgado y lleva su pelo castaño despeinado. Sus ojos son de un castaño claro y tiene un hoyuelo en la barbilla – explico con tanta rapidez que siento que me quedo sin aire y debo cogerlo con una bocanada.

– Está bien, vamos a buscarlos –. Sin esperar mi respuesta toma mi brazo derecho y se mueve entre las personas apartándolas con más delicadeza que con la que lo estaba haciendo yo.

Mi cabeza se mueve con desesperación en busca de algo que me haga reconocerlos. Esto no puede estar pasando, el primer día, la primera responsabilidad y ya la he fastidiado. Mi madre se va a cabrear tanto conmigo que no me dejará salir con mi hermana sin su supervisión en todo el tiempo que queda de verano, y eso es mucho. Siempre estará ella y será un infierno. Además de que empezará a juzgarme y criticarme. Matthew me detestará al saber que he dejado a su hijo pequeño sin vigilancia y a la merced de cualquier tipo. Ahora mismo podrían estar secuestrándolos, o haciéndoles algo peor y todo ha sido mi culpa. Bueno, todo no, han sido ellos quienes han salido corriendo sin darme tiempo a reaccionar. Tienen diez años por dios, en esas cabezas pequeñas ya debería haber algo de coherencia, al menos la suficiente para saber que eso es una irresponsabilidad que va a poner en apuros a una persona que no conoce el lugar y que no sabe como reaccionar a estos casos. Ha sido más culpa de Owen y Holly que mía. Pero eso mi madre no lo entenderá.

– Vale, por aquí no están – comenta al llegar al extremo del muelle. Observo a ambos lados y noto que hay dos direcciones más por las que ir, haciendo que el mulle tenga forma de T –. Para acabar antes vamos a dividirnos. Yo voy a la derecha y tú a la izquierda. En unos minutos nos vemos aquí de nuevo, ¿vale? –. Asiento incapaz de pronunciar palabra. Me dedica una sonrisa antes que añadir: – Tranquila, los encontraremos.

Un segundo después ya se ha dado la vuelta y se ha alejado hacia donde me ha comentado. Respiro hondo y me giro yo también para comenzar a caminar entre las personas mientras miro a cada uno de los niños y grito el nombre de Owen y Holly. No recibo respuesta, ni siquiera se me hacen parecidos ninguno de los niños que pasean tranquilamente por el muelle, con sus familias, amigos... riendo, jugando... No hay ni rastro de ellos. Estoy al borde de rendirme, de llamar a mi madre y explicarle lo ocurrido, rezando por clemencia cuando la veo. Sentada en el muro, con la cabeza sobre su hombro y la vista fija en el agua, se encuentra Holly, mostrando una radiante sonrisa como si nada malo estuviese ocurriendo. A grandes zancadas me hago paso hasta que llego al frente y la cojo en brazos apretándola con fuerza a mi pecho. Se sorprende unos segundos, pero termina encajando sus brazos a través de mi cuello.

– No vuelvas a hacer algo así, salir corriendo. Te podía haber pasado algo grave– la reprendo obligándola a separar la cabeza de mi hombro. Ella me mira con cara de arrepentimiento –. ¿Y Owen? – pregunto con preocupación. Antes de que pueda responder alguien se le adelanta.

– ¿No sabes cuidar ni de unos niños? – su voz familiar me hace girar sobre mi eje, aún con Holly en brazos. Trey aparece en mi campo de visión junto con Owen al cual lleva agarrado por los hombros con sus manos. Dejo a Holly en el suelo y me acerco a este último para cerciorarme de que se encuentra bien –. Está bien... pero no gracias a ti.

– Cállate – ordeno aún con la mirada en el niño. Pronto siento como me agarra del brazo y hace erguirme al mismo tiempo que me acerca a su cuerpo. Sus ojos marrones me miran con enfado y determinación, pero no dejo que me intimide, sé que es lo que intenta.

– A mí no me mandas callar, ¿te enteras?

– Déjame en paz – suelto con firmeza. Su mirada no se aparta de la mía y los sentimientos de ira no los abandonan. Por un segundo siento que voy a caer y volverme débil, pero no, me mantengo firme.

– No cuando no sabes cuidar ni a dos mocosos que se te escapan al primer despiste –. Harta de su comportamiento me sacudo y deshago su agarre en mi brazo de un tirón. No sé que se cree, pero si piensa que me va a hacer pedir perdón por perder a su hermano, cuando ni siquiera ha sido mi culpa, lo tiene claro. No le debo nada a este chico.

– No ha sido culpa mía para tu información – le digo dando un paso al frente, quedando más cerca –. Tu padre y mi madre me han dejado al cargo de ellos dos en un lugar en el que no he estado nunca. Y ellos... –, señalo, lanzándoles una mala mirada a ambos niños –, ...han salido corriendo antes de que lo pudiera evitar. Así que mejor no opines sin saber o, si tan seguro estás de que no sé cuidarlos, hazlo tú mismo que para eso también eres su hermano mayor. ¿O es que no confían en ti? No me extrañaría –. Odio a la clase de tíos como él y a la mínima oportunidad lo dejo en claro. Se cree que es el mejor solo por ser popular, guapo – porque hay que admitirlo – e ir de chulo, juzgando a la gente y solo preocupándose por su ombligo.

– Ni siquiera me conoces – ladra pegando su cara a la mía. Siento su nariz rozar la mía y como su aliento choca contra mis labios. Huele a cerveza con tabaco y percibo también su colonia. Una mezcla delirante pero tóxica.

– Ni tú a mí – contraataco sin empequeñecerme. Sus ojos se entrecierran aún con nuestros rostros demasiado juntos, pero no pienso apartarme, si lo hago parecerá que me siento intimidada. Puede que en cierta parte lo este, pero no pienso dejar que lo sepa.

– Keira te matará, Troy Bolton – la voz grave de una chica suena cerca causando que Trey ponga los ojos en blanco al tiempo que se aleja de mí. Al instante un brazo lo rodea por los hombros y de detrás de él surge una figura. Una chica de pelo ondulado y castaño me mira con sus ojos completamente negros, que me es casi imposible distinguir donde comienza el iris. Se le frunce el ceño, pero no borra la sonrisa de su rostro –. Sabes que quiere ser la única – añade.

– Me da igual lo que opine Keira – sentencia con sequedad el castaño –. Además nunca me interesaría esta chica –. Su mirada me recorre de arriba abajo con una mueca de asco. Un pensamiento se cuela en mi mente, pero no es el momento adecuado por lo que con un sacudo de cabeza imperceptible lo elimino.

– Gilipollas – murmullo con enfado. Ni que él fuera el tipo de chico con el que saldría. ¿Quién quiere a un chico conflictivo, chulo y prepotente como pareja? Nadie, o al menos yo no. La chica, que se mantiene de puntillas, aparta el brazo de los hombros de Trey y le da una palmada en el pecho antes de dirigirse a mí.

– Ni caso –. Me mira de arriba abajo, como su amigo hace un segundo, y añade: – Eres muy guapa y claramente su tipo –. Lo señala con el pulgar y una sonrisa divertida que se amplía en cuanto Trey le lanza una mirada asesina. Pasa sus dedos entre los mechones de su pelo en señal de cansancio antes de sacar una caja de tabaco y llevarse uno a sus labios. Mi mirada se mueve al instante hacia Owen y Holly, quienes nos observan desde encima del muro.

– Es nuestra hermana – sentencia el pequeño causando que la chica la mire atónita al perder su sonrisa de golpe. Procesa las palabras de Owen antes de intercalar la mirada entre Trey y yo sin parar. Tengo ganas de gritar un no tan grande que hasta Sheila me escuche desde su casa. No somos hermanos y nunca lo seremos, no creo ni que pueda mantener una relación de hermanastros con este ser insufrible. No me da tiempo a corregir, cuando ya lo hace Trey.

– No es nuestra hermana –. Mira a su hermano con seriedad –. Es mi hermanastra –. El rostro de su amiga parece relajarse un poco, pero aun así mantiene el ceño un tanto fruncido.

– No sabía que tenías otra hermanastra a parte de Holly.

– Y yo nunca pensé que se aparecería en mi casa para fastidiarme el verano – comenta con simpleza mientras se encoge de hombros. Lo miro con desprecio e intento soltar algo al respeto, pero antes de que mis labios puedan emitir cualquier ruido, la castaña interrumpe con su voz.

– Encantada, soy Evie, la mejor amiga de este ser tan coñazo – se presenta tendiéndome la mano después de alejarse un paso de Trey hacia mi dirección. Evie parece buena chica, todo lo contrario a su compañero, el cual en estos momentos pone los ojos en blanco nuevamente.

– Vega – acepto su mano, que agita con ímpetu unos segundos antes de soltarla.

– Tengo una idea –. Se gira con entusiasmo hacia Trey quien alza una ceja esperando lo que su amiga pueda decir –. ¿Y si te vienes con nosotros? – pregunta volviendo su mirada a mí. Ya tengo pensado negarme – lo que menos quiero es tener que pasar tiempo con el idiota de mi herm... Trey – cuando este se me adelanta.

– Oh, no, no, no – niega al tiempo que agarra de los hombros a Evie y la mueve hasta posicionarla a su lado, de nuevo. Ahora es él quien posa su brazo por los hombros de la chica –. No te motives, Evie –. Debería estar agradecida porque en cierto modo, al responder por mí, me ha quitado el peso de tener que negarme y parecer asocial, por más que sí lo sea. En Salt Lake no mantengo amistad con la mitad del instituto, como creo que ellos hacen, y mucho menos me hablo con alguien que no sea Sheila o un par de compañeros, con los que la única conversación que mantengo es sobre temas escolares. Mi vida social se reduce a Sheila, mi padre, las llamadas telefónicas a Holly y mis libros. Mis benditos libros. Como deseo estar en casa, en Salt Lake, encerrada en mi habitación mientras entre mis dedos mantengo un de ellos. No obstante, aún habiendo hecho eso por mí, me cabrea que lo diga como si fuera una enfermedad el simple hecho de mi compañía. Por ello es que no me quedo callada, no esta vez.

– ¿Y por qué no? ¿Por qué lo digas tú? – lo encaro alzando la cabeza. Trey debe sacarme como mínimo quince centímetros, lo que debe hacerle sentir superior, ya que es lo que intenta trasmitirme con su mirada.

– Por una parte sí – me mira con arrogancia –. Pero ya no es solo eso. Te recuerdo que tienes que cuidar de Owen y Holly, aunque visto lo visto sería mejor que llamase a mi padre – sentencia mientras saca su teléfono del bolsillo. En un auto-reflejo presa del pánico, se lo arrebato de las manos. Me mira con perplejidad y Evie, a su lado, da un paso hacia nuestros hermanos como si supiera lo que esta a punto de ocurrir y quisiera protegerlos. Ese simple acto me confunde y hace que baje la guardia un leve segundo que Trey aprovecha para aprisionar mi muñeca entre sus dedos. Me arrebata el aparato de la mano antes de tirar de mí quedando lo suficientemente cerca como para que pueda inclinarse y susurrarme en el oído:

– Como vuelvas a tocar mi móvil o cualquier cosa que sea mía te arrepentirás – me amenaza y su voz grave y ronca provoca que un escalofrío recorra mi espina dorsal –. ¿Te ha quedado claro, Incordio?

Ganas no me faltan de apartarlo de un empujón y contraatacar, pero de reojo capto los rostros de Owen y Holly, que reflejan angustia y tristeza, como si ver a sus hermanos comportándose así entre ellos les causara dolor. Por ello respiro hondo con los ojos cerrados a la vez que pronuncio un leve sí. Trey me suelta de golpe y da un par de pasos hacia atrás.

– No le digas nada a tu padre, ni a mi madre, por favor – le pido neutral. Sus ojos se encuentran fruncidos, mirándome con enfado. Ahora mismo me da igual parecer débil, la idea de que mi madre me prohíba estar a solas con mi hermana y que por ello tenga que estar siempre ella me atormenta y haré lo necesario para que eso no ocurra.

– ¿Por qué haría eso? – cuestiona con sequedad. Mi mirada se desvía a Holly quien, junto a Owen, nos miran con atención. Para ellos esto debe ser como una película, una donde sus hermanos no se soportan en menos de tres horas desde que se conocieron.

– Troy Bolton, déjala anda – interviene Evie, dando un paso hacia él –. No le digas nada a tu padre o sabes que se aparecerá aquí. ¿Quieres realmente eso? –. Trey parece pensarlo y al instante una mueca de desagrado aparece en su rostro.

– No – asegura con la mirada fija en mí.

– Vámonos, nos están esperando –. El castaño asiente con la cabeza como respuesta, causando que Evie se acerque a Owen y Holly para despedirse y después se posicione enfrente de mí –. No ha sido una buena forma de conocernos, pero me alegro de haberlo hecho – comenta con simpatía –. Espero que podamos vernos otro día.

– Lo mismo digo – miento. No es porque Evie me haya desagradado, para nada, es una chica simpática y parece conocer bien a Trey, y aun así se mantiene a su lado, algo que me sorprende. Es porque a partir de mañana evitaré salir de casa a no ser que sea junto a Holly. El resto de mi verano, por más antihumano que pueda ser, quiero pasarlo encerrada en cuatro paredes.

En el momento en el que Evie se aleja Trey se acerca a su hermano y a Holly para murmurarles algo al oído mientras mantiene la mirada en mí. Tenso la mandíbula y lo miro con rabia. Vuelve a erguirse y camina hacia mí. Con lentitud inclina su cuerpo hasta que sus labios vuelven a rozar mi oído.

– Esto no acaba aquí – sentencia. Al alejarse una sonrisa de suficiencia está implantada en su rostro –. Adiós, Incordio, no me esperes despierto.

Dicho esto se voltea posando una mano en la espalda alta de Evie incitándola a caminar. Esta me dedica una última sonrisa por encima del hombro y desaparece junto a él entre la multitud que sigue a nuestro alrededor. Caigo en la cuenta de que varias personas han visto la escena que acabamos de hacer y por ello la timidez me invade. Con un movimiento de cabeza les indico a Owen y Holly que caminen. Durante el camino de regreso les regaño por haber salido corriendo y desaparecer.

– Los has encontrado – la voz de la chica pelirroja hacer que alce la mirada. Su cuerpo se mueve entre un par de personas hasta que llega a mi encuentro –. Menos mal que están bien.

– Gracias por la ayuda... – agradezco con una sonrisa ladeada, pero mantengo la frase abierta a la espera de saber su nombre. Si en algún momento lo ha mencionado me encontraba tan asustada que mi cerebro no lo ha retenido.

– Camila – completa –. No hay de que –. Empieza a caminar entre las personas a un paso lento a lo que yo me posiciono a su lado manteniendo a Owen y Holly cerca –. ¿De vacaciones?

– Em... algo así – respondo antes de soltar un leve suspiro. «Tortura», quería decir –. Mi madre vive aquí y he venido a pasar el verano con ella.

– Oh, bueno, pues bienvenida a San Diego –. Su sonrisa nunca abandona su rostro y con delicadeza se pasa un mechón de su precioso pelo detrás la oreja –. ¿Te está gustando la ciudad?

– Apenas llevo aquí tres horas –. Me mira sorprendida a lo que suelto una risa –. Por eso me he asustado al perderlos, no conozco el lugar.

Nuestra conversación continúa y perdura hasta que nos alejamos del muelle y volvemos a la ubicación inicial. Owen y Holly se entretienen con la arena mientas que yo me despido de Camila, quien me proporciona un abrazo cálido que me pilla un poco por sorpresa.

– Si quieres mañana puedo enseñarte un poco la ciudad, tengo la mañana libre –. Me gustaría negarme a su petición, pero puede que ver la ciudad solo un día esté bien, así después podré encerrarme en mi habitación a leer sin el remordimiento de estar perdiéndome una ciudad nueva.

– Me parece bien – respondo. Con una sonrisa saca el teléfono y por un momento pienso que me dará su número, pero eso no ocurre –. Son mis padres, dicen que debo volver –. Alza la mirada de la pantalla –. Vivo en el 3246 de Willow Street, en la esquina con Ingelow Street – me informa antes de morderse el labio inferior. Su teléfono recibe una llamada justo en el instante que voy a preguntar donde se encuentran esas calles, por lo que mi pregunta no sale de mis labios al tener que despedirse con rapidez –. Mañana si te apetece, pásate por mi casa y vamos a recorrer la ciudad – asiento –. Debo irme, adiós.

– Adiós – consigo formular antes de que gire sobre su propio eje a la vez que contesta la llamada y mueve sus pies en dirección contraria. En menos de diez segundos ya no hay rastro de su melena pelirroja. En cuanto desciendo la mirada de nuevo a los dos pequeños sentencio el final de esta experiencia y los obligo a caminar en busca de mi madre. No creo que lo consiga, pero intentaré que nos vayamos ya. Quiero dar por finalizado este día agotador.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo