Héctor no le devolvió el golpe a Mateo, solo se limpió la sangre del labio.
—Si quieres divorciarte, vuelve pues conmigo —me dijo.
—Aunque no vaya contigo, se divorciarán de todos modos —intervino Mateo.
Héctor lo ignoró y me miró fijamente, esperando mi respuesta. Salí de detrás de Mateo, fingiendo calma.
—De acuerdo, iré contigo.
Quería divorciarme y cortar con el pasado, así que tuve que ceder por el momento. Para tranquilizar a Mateo, le sonreí y le dije:
—Te llamaré cuando todo termine.
Mi sonrisa debió parecer forzada, porque Mateo dudó. Al final, respetó mi decisión.
El odio de Héctor hacia mí estaba profundamente arraigado. Me llevó de vuelta a aquella mansión, queriendo despertar mi culpa para retenerme y continuar su venganza. Pero él no entendía que mi miedo a esa casa solo se debía al respeto por los muertos y al temor que me causaba su amor tóxico.
La violencia psicológica y las humillaciones públicas me habían dejado cicatrices imborrables. Me volví callada, apática, si