CAPÍTULO 40

Salí corriendo del hospital, rogando a Dios que Esteban aun estuviera, era el único que podría llevarme donde estaba mi padre y advertirle sobre lo que sucedería.

—¡Esteban! —grité, al verlo aun en el estacionamiento. Hablaba por teléfono—. Por favor, necesitamos tu ayuda.

Se despidió rápidamente y colgó, viéndome impresionado al verme aquí.

—No quiero verte Luciana, ve y pídesela a Alessandro —abrió la puerta del auto y la cerré—. ¡Aléjate!

—Todo lo que dije fue para salvar a mi padre —aclaré rápidamente, él tenía que saber la verdad—. Pero ahora resulta que no valió la pena porque Alessandro no me creyó y ahora nos matara.

Este frunció su ceño, viéndome como si estuviera l

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