Eso no es lo que más me asusta. Es saltar de ese poste delgado, con un arnés de bondage de aspecto atrevido, y confiar en que ese arnés aguantará el peso de mi cuerpo mientras estoy suspendido en el aire.
Después, tengo que agarrar el trapecio que está justo frente a mí, que se mece con el viento, y confiar en mí mismo para saltar del poste lo suficientemente lejos como para alcanzarlo y agarrarme. Suena fatal.
Lo mejor es que tengo que saltar al mismo tiempo que lo hace mi compañero.
No.
No está sucediendo.
Es petrificante.
¿Y qué pasa si fallo el columpio? ¿Mi arnés de bondage me salvará de una muerte fatal? He tenido pesadillas en las que caigo al suelo desde nueve metros de altura. Eso es lo que más me asusta. Tiemblo y me da vueltas la cabeza ante la idea.
Es el mayor desafío del día. Pero por mucho que mi tío me suplique que lo intente, es demasiado para mí y un demonio al que aún no me he enfrentado.
Me quito el sombrero ante las personas valientes que tienen bolas de acero par