PRIMERA PARTE LA PUERTA DEL ABISMO INFINITO

Todas las Biblias y códigos sagrados son responsables de los siguientes errores:

  1. Que el hombre posee dos principios reales de existencia, a saber, cuerpo y alma.
  2. Que la energía, llamada el Mal, sólo pertenece al cuerpo, y que la razón, llamada el Bien, sólo es del alma.
  3. Que Dios atormentará al hombre en la eternidad por obrar el dictado de su propia energía...

 Pero los siguientes contrarios de éstos son verdad:

  1. El hombre no posee un cuerpo distinto al alma; pues lo que llamamos cuerpo es parte del alma percibida por los cinco sentidos, principales entradas al alma en esta era.
  2. La energía es la única vida, y procede del cuerpo, y la razón es el límite o circunferencia exterior de la energía.
  3. La energía es gozo eterno.

William Blake

No podré escribir esta historia por mucho tiempo. Me encuentro internada en una clínica psiquiátrica privada, mientras una torrencial tormenta eléctrica azota las atalayas góticas del viejo edificio, repicando sonoramente sobre los cristales enrejados de los cuartos. Mi propia habitación, de paredes blancas, es un vergel pletórico de demencia ilimitada; una especie de tributo a la más irracional locura.

 Los alienistas pensaron que, como en ocasiones anteriores, mi proceso terapéutico se vería mejorado si me permitían escribir y me proporcionaron un cuaderno escolar y una pluma. Hace tres horas, en la madrugada, atravesé las palmas de ambas manos con la pluma provocando así un torrente sangriento que brotó de inmediato. No sentí dolor realmente, sino un gozo extraño y estimulante que nunca había percibido. Contemplé mi propia sangre, tan simbólica, tan repleta de malignos significados, y con ella comencé a escribir en las paredes. Escribí innumerable cantidad de frases en todos los idiomas que hablo; español, inglés, francés, arameo, hebreo bíblico, egipcio, sumerio, babilonio, enociano, asirio, nabateo, etc., haciendo que una colección de jeroglíficos de lenguas muertas acompañaran frases incoherentes con conjuros y sellos esotéricos que he estudiado. En el centro de la habitación, un corazón trazado con sangre encierra los nombres de Helen y Draken, en alusión al gran amor de mi vida; mi único amor, y mi gran perdición. Esa sombra siniestra y satánicamente seductiva que me llevó candorosamente al dolor y la muerte.

 Recuerdo cuando llegué a este hospital por primera vez hace una semana. Mi condición social me permitió internarme en una cara clínica psiquiátrica privada. Mientras me encontraba recostada en la cama, con los ojos cerrados como si estuviera inconsciente, y ya vestida con el uniforme de los pacientes, dos psiquiatras charlaban de mi caso tranquilamente, despreocupados y suponiendo que yo no los escuchaba:

 —El nombre de la paciente es Helen Orleans Aguirre, nacida en Heredia, Costa Rica en 1990. Psicóloga de profesión, es doctora en la materia y ha escrito varios libros académicos, siendo una autoridad mundial en psicología. Soltera de nacimiento, ambos padres muertos, hija única. Su familiar más cercano vivo es su prima materna llamada Karina Saldívar. Tiene una hija llamada Aradia, hija de padre desconocido, que actualmente tiene dos años de edad y está bajo la custodia de su madrina, la ya mencionada prima Karina, el pariente más cercano de la menor después de la madre.

 —¿Hay algún indicio de quien sea el padre?

 —Ninguno. La madre jamás ha registrado el nombre del padre de su hija, pero bajo condiciones de demencia ha dicho que el padre es un demonio.

 —¿Cuáles son los padecimientos de la paciente?

 —De acuerdo al historial médico, la paciente ha sufrido ya varios internamientos psiquiátricos. Muestra un Trastorno Límite de la Personalidad con algunos elementos propios del Trastorno Esquizotípico y Paranoide, desconexión con la realidad, alucinaciones, pesadillas recurrentes, terror nocturno y trastornos como paranoia y depresión. No parece ser esquizofrénica pero si es depresiva y paranoica con rasgos psicóticos.

 —Es una verdadera lástima. Una mujer tan hermosa e inteligente. Mírela, en verdad es una belleza.

 —Gracias –dije sonriendo, rompiendo así el silencio sepulcral que mantuve férreamente mientras escuchaba los dictámenes de mi expediente médico.

 —¿Estuvo despierta todo el tiempo, Dra. Orleans? –preguntó el psiquiatra elogiador.

 —Una buena parte.

 —Discúlpeme por el comentario… yo…

 —Descuide.

 —Nuestra intención –dijo el otro psiquiatra— es curarla. Aliviarla. Tratar de que recupere su vida normal.

 —Mi vida nunca ha sido normal. Pero agradezco sus buenas intenciones.

 —Por lo pronto le proporcionaremos algunos sedantes y medicamentos. Comenzaremos el tratamiento terapéutico mañana.

 —De acuerdo. He estado en psiquiátricos antes, sé la rutina de drogar al paciente y que mañana hablaremos extensas horas sobre los azotes que me daban en el orfanato. Estoy ansiosa por comenzar… —dijo sarcásticamente mientras me tragaba unas pastillas y la enfermera preparaba una inyección de antipsicóticos.

Cuando amanezca, los enfermeros entraran rutinariamente a mi habitación donde encontrarán el caos sanguíneo que les he descrito. Seguramente suturaran mis heridas en las manos y nunca más me permitirán escribir, así que tengo hasta el amanecer para relatarles las avernales circunstancias que me llevaron a éste estado paupérrimo, sórdido, desgraciado…

Calle de la Amargura

Ciudad de San Pedro de Montes de Oca, Costa Rica

Un año antes.

 —Es importante que te diviertas, Helen –me decía mi prima Karina mientras viajábamos en el vehículo conducido por mí. –Que socialices y te busques un novio. Creo que nunca has tenido novio... ¿verdad?

 —No. Sin embargo, Karina, debes comprender que no me divierto como vos. Mi ambiente no es el ir a fiestas, ni a discotecas, ni a bares. No me gustan esas cosas...

 —Bueno, creo que es importante que vivas la vida y respires un poco del aire fresco de la diversión juvenil antes que el polvo que normalmente aspiras como ratona de biblioteca que sos.

El famoso aire fresco correspondía al olor a b****a, cigarros y vómito de la Calle de la Amargura, uno de los principales centros de diversión nocturna del país. Un vergel de lóbregas callejuelas repletas de personas, con edificios en mal estado, y laberínticos corredores de bares, cantinas y clubes nocturnos estrepitosamente escandalosos.

 Aunque crecimos juntas y éramos como hermanas, Karina y yo somos muy distintas una de la otra. Karina es tres años más joven que yo, fiestera y de espíritu alegre. Tiene muchos amigos y amigas, y ha tenido muchos novios y algunas novias a lo largo de su vida.

 Mientras que yo, al otro extremo, soy sumamente tímida y retraída. Tengo muy pocos amigos, y jamás he tenido una relación de pareja formal. Acompaño a Karina para no desanimarla, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano. Pues el ambiente ruidoso, apestoso y superficial de estas fiestas y de estos lugares, me provoca ansiedad, náusea y depresión.

 Karina se topó pronto con sus amigos y amigas, todos estudiantes universitarios jóvenes al igual que ella. Además, se encontró con su nuevo “amigo especial”, a quien besó en los labios. Se trataba de Tom Wellington, un joven norteamericano estudiante de intercambio, de casi dos metros de alto, fornido y robusto, de piel muy blanca, barba incipiente de color rojizo, como sus largos cabellos, y ojos azules. Solo le faltaba el traje de vikingo para imaginarlo invadiendo Normandía.

 —Helen, te presento a Tom. –Introdujo Karina, ambos estrechamos las manos.

 —Karina me ha hablado mucho de usted –dijo el gigante teutón con un acento apenas perceptible.

 —Gracias, igual. Habla muy bien español. –Halagué.

 —Helen habla unos veinte idiomas –le dijo Karina a Tom— algunos de estos idiomas ya no se hablan desde hace miles de años; sumerio, arameo, egipcio...

 —Ninguno de los cuales –dije sonriente— suele serme útil en las entrevistas de trabajo...

 La velada discurrió como era usual; Karina compartía con sus amigos y me lanzaba miradas enfadadas cuando sacaba mi libro de “Etnias Pigmeas del África Subsahariana” para intentar distraerme. Sin embargo, la conversación con Tom fue bastante agradable, ya que el robusto germano se mostró como un hombre culto y estudiado, que parecía demostrar un genuino interés por la antropología.

 —Siempre he pensado –decía entre el barullo de la discoteca— que el tronco étnico de los ugrofineses y uraloaltaicos no está tan alejado de las etnias indoeuropeas como se ha hecho pensar.

 —Suficiente conversación sobre los “uraloquesean”, vamos a bailar... –dijo Karina y se llevó a Tom a la pista de baile.

 Suspiré aburrida, así que decidí ir a caminar lejos del mundanal escándalo.

 Eran como las tres de la madrugada, así que deambulé por entre las áreas enzacatadas que franquean la vieja línea del tren que atraviesa la Calle de la Amargura, observando la luna llena y las estrellas. Había pocos transeúntes por esa área.

 Abrigada por mi gabardina negra, me senté en una de las ruinas pedregosas cuyos esquicios se sitúan aledaños a la línea férrea a contemplar sencillamente el ambiente nocturno.

 Entonces observé a una presencia bastante extraña e inusual. Se trataba de un sujeto con el rostro maquillado de arlequín; una capa muy blanca de pintura sobre su piel, con los labios muy negros y con los ojos cruzados verticalmente por una línea negra. Una lágrima del mismo color se situaba en su mejilla derecha. El cabello era de tono púrpura, relamido hacia atrás y largo, sostenido en cola. Vestía una gabardina de color púrpura oscuro, hecha de terciopelo, con las mangas de buñuelos y abotonada en el vientre. Una camisa de seda roja, con una corbata de lazo negra. Utilizaba guantes blancos y zapatos negros más largos de lo normal, con pantalones bombachos.

 —Hola –dijo haciendo una reverencia.

 —¿Quién es usted? –pregunté extrañada— ¿Algún actor? ¿O un simple experimento publicitario?

 —Me llamo Pagliacci, dulce musa, un trovador solitario, extraído del pasado remoto. Atraído por el brillo extraordinario que en ti noto.

 —¡Vaya! ¡Que bonito!

 Súbitamente, me invadió una sensación turbadora, que me retuvo embobada ante los acercamientos del extraño personaje. Prisionera de mi misma, incapaz de controlarme, cedí ante las caricias que el payaso hacía en mi piel y mi rostro. Y consentí sus besos licorosos en mi boca y mis mejillas.

 Es hasta cuando siento el agudo dolor de dos agujas cortándome la piel del cuello y el sentimiento de succión que se hace de mi sangre, que reacciono.

 —¡UN VAMPIRO! –grité reconociendo la naturaleza obscena del demonio arlequinado.

 Para cuando mi mente recobró su control, noté que estaba con todo mi cuerpo recostado sobre la hierba húmeda de esa noche, detrás de un apropiado escondrijo cercano a la Calle de la Amargura, con el cuerpo del vampiro sobre el mío, succionándome la sangre.

 —¡Basta! –grité— ¡Déjeme, maldito!

 —En estos momentos en que expira tu existencia –dijo Pagliacci mostrando sus colmillos y su boca manchada de sangre, así como sus ojos enrojecidos— trata de no oponer resistencia. Recibe con paz el oscuro abrazo de la muerte, y deja que disfrute de mi suerte.

 —Déjala, Pagliacci... –dijo una voz melodiosa y varonil que me pareció muy familiar. –A ella no la toques.

 A regañadientes, Pagliacci se separó de mí. Observé al autor de la orden, pero se encontraba escondido entre las sombras lejanas. Sin embargo, su silueta mostraba un cabello largo y un gabán por vestimenta. La siniestra figura desapareció en las sombras tan súbitamente como lo hizo Pagliacci.

 Cubriéndome el cuello con mi pañuelo blanco para retener el sangrado, corrí hacia el bar donde dejé a mi prima Karina.

 —¡Helen! –preguntó Tom alarmado al verme herida, acompañado de la mirada asombrada de los amigos de mi prima. —¿Qué te ocurrió? ¿Necesitas un doctor?

 —¿Dónde está Karina? –alcancé a decir.

 —Fue al baño hace... hace bastante rato...

 —¿Mucho? ¿Cuánto?

 —Ya lleva como 30 minutos... es extraño...

 Corrí hasta el baño de mujeres donde el ruido de la música era un leve zumbido. En uno de los habitáculos de inodoros, se escuchaban entrelazados, los gemidos orgásmicos de dos mujeres.

 —Yo no las interrumpiría si fuera vos –dijo una de las clientas del bar que se maquillaba frente al espejo cuando me observó de pie al frente de la puerta.

 Abrí la puerta y me encontré a mi prima Karina, cuyo cuello estaba siendo mordido por una mujer vampiro que aparentaba tener 20 años. De cabellos largos y lacios, vestía de negro, largas enaguas y una blusa sin mangas de tela tejida, como si se tratara de una cantante alternativa.

 La vampira giró su cabeza para observarme, sus ojos eran rojos y su boca con colmillos chorreaba goterones de sangre.

 —Deja a mi prima en paz –ordené.

 —Fue un placer –dijo la vampira despidiéndose de mi prima y acariciándole la mejilla derecha. –Espero lo hayas disfrutado tanto como yo.

 La mujer se lavó la sangre de la boca y salió del lugar. Atendí a Karina quien yacía casi desmayada por la pérdida de sangre sobre la tasa del inodoro. Así que llamé a una ambulancia por celular.

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