LIZ.
Maldigo.
Miro alrededor y odio estar en este lugar, no veo escapatoria, una alternativa, o una esperanza para salir de aquí e ir con Yaela.
Yaela.
Si me encierran no podré ayudarla con su enfermedad, no podré estar ahí si pasa algo, no estar ahí cuando necesite un abrazo un consuelo, o que simplemente le cante para dormir, pensar en ella me hace llenar los ojos de lágrimas y es ahí que empiezo a llorar.
Yaela.
Prometo que haré lo que pueda para cuidarte y estar ahí.
La puerta se abre y aunque levanto la mano para secarme, resoplo cuando las esposas me lo impiden, con el hombro trato de secar mis lágrimas y nariz, espero calmarme un poco para después ver a la cucaracha que me atrapó y me hizo caer al suelo, cuando levanto el rostro y miro quien es me paralizo.
No puede ser.
Al parecer él se asombra también de verme, pero se recompone de inmediato y se sienta frente a mi, me mira por unos segundos y yo a él, no sé qué está pensando, pero lo que yo pienso es que este hombre