1 ALEX

Había muerto.

Tenía que haber muerto y entrado al cielo.

¿De qué otra manera se explicaría que tuviese sobre mí, al más hermoso ángel de cabellos rubios?

Su cabello estaba desordenado, claro, disparado hacia todas las direcciones, pero era hermosa y lucia tan inocente...

Aunque me parecía extraño.

De acuerdo a mi asqueroso expediente, debería estar quemándome en la quinta paila del infierno.

A menos que el diablo fuese mujer y de paso, increíblemente exquisita.

Me miraba con sus enormes ojos verdes, rebosantes de curiosidad e intriga.

De pronto sonrió, mostrándome todos sus dientes y yo sentí como mi pecho palpitaba y mi bragueta se tensaba.

Pero no duró mucho. En lo que abrió la boca todo el encanto terminó.

Oh―Suspiró el ángel―Qué bien. Pensé que estabas muerto, pero tu pecho se movía. Por eso te tapé la boca y la nariz, para ver si así reaccionabas, pero comenzaste a moverte como loco y tuve que soltarte, pero al menos despertaste. Por cierto, tienes un chichón detrás de tu oreja derecha como del tamaño de un huevo de pato ¿Te duele? ¿Te arde? ¿Te pica? ¿Cuántos dedos ves? ¿Quieres vomitar? ¿Estás mareado?

― ¿Qué? ―Pregunté, alucinado por tanto parloteo ¿Cuántas palabras dijo en menos de treinta segundos?

―Que pensé que estabas muerto y.…―Cubrí su boca con mi mano al ver que repetiría la misma historia.

―No, calla―Abrió aún más sus ojos―Dios mío, dame un respiro ¿En dónde demonios estoy?

Miré alrededor de mí, aun sin quitar mi mano de su boca, confundido por lo que mis ojos veían.

Estaba dentro de una minúscula cabaña, había una pequeña cocina, unos sillones de mimbre y dos camas individuales, y podía notarse que solo una estaba en uso.

Y que todo estaba en un mismo espacio.

Hmm.

― ¿Qué? ―Volteé a verla de nuevo y noté que intentaba hablar por debajo de mi mano―Oh, perdón―Liberé su boca―Ahora dime.

―Dije que no sabía.

―Estamos en una cabaña y por el sonido, diría que frente a la playa ¿Cómo no vas a saber en dónde estamos?

―Estamos en la cabaña frente a la playa de una isla. No sé en qué isla estamos.

La miré un momento mientras sus palabras penetraban profundamente mi cerebro.

― ¿De qué coño hablas? ―Exclamé levantándome, intentando olvidar el agudo dolor que tensó mi pierna y me alejé lo más que pude de esa extraña mujer.

―No digas malas palabras en mi casa, por favor.

― ¿Tú casa? ―Grité― ¿Ésta es tu maldita casa y no sabes en dónde queda ubicada?

― ¡Basta! ―Exclamó agitando su dedo índice frente a mi nariz― ¡Te vas ahora mismo a aquella esquina! ¡Quedas castigado por grosero!

― ¡Tú estás loca! ―Exclamé fuera de mí.

Esto tenía que ser una maldita broma.

Salí como pude de aquel extraño lugar.

La pierna me estaba matando, en algún momento había perdido mis zapatos especiales, mi camisa también había desaparecido y solo llevaba la camiseta que siempre usaba y mis pantalones de vestir. La cabeza me palpitaba del dolor y el extraño e incesante parloteo de aquella mujer no hacía nada para aliviarme.

― ¿Pero qué mierda...?

Me detuve en el porche de la pequeña casa de madera a mirar, impresionado, lo que se extendía frente a mí.

Ante mí se encontraba la más hermosa y cristalina agua salada que hubiese tenido la dicha de ver alguna vez.

Lastimosamente, estas no eran vacaciones, sino una especie de castigo divino por parte de Dios.

Más específicamente, de Diego Gómez.

El rítmico sonido de las olas hubiese llegado a ser hipnotizante de no ser por la situación en la que me encontraba.

Era un paraíso tropical, todo arena y palmas. A mi derecha, noté que había un pequeño bote de madera a la orilla de la playa.

―Ahí fue donde llegaste.

Me volteé a ver a la misteriosa chica y tuve que bajar mucho la mirada.

Era pequeñísima.

― ¿Y me cargaste tú sola hasta tu casa? ―Pregunté burlón.

―En realidad, te arrastré―Respondió sin inmutarse por mi tono.

― ¿Tú? ―Dije incrédulo.

―Soy muy fuerte, te sorprenderías de las cosas que he tenido que hacer todos estos años.

Años.

―Si―Me miró curiosa― ¿Te encuentras bien? Estás muy blanco.

―No. No estoy bien, no sé en dónde estoy, me despierto con una loca y extraña mujer sobre mí, la cabeza me va a explotar y creo que necesito sentarme.

Caí sentado en uno de los escalones y apoyé la cabeza en una de las barandas.

―Noo tienes fiebre―Dijo tocándome la frente.

Aparté su mano y abrí los ojos, sintiendo que la histeria comenzaba a bullir en mi interior.

― ¿Al menos tendrás nombre? ¿O terminé de volverme loco y ya estoy alucinando?

―Oh, no estás alucinado, créeme ―Extendió su mano―Soy Abigail Ward, Bienvenido a mi isla.

―No quiero ser bienvenido a este sitio ¿Qué se supone que haré hasta que nos encuentren? No puedo quedarme aquí de brazos cruzados teniendo que atender tantos asuntos. Yo...

Su risa me interrumpió.

― ¿Qué es tan gracioso? ―Pregunté molesto.

―Tú―volvió a reír divertida―Piensas que vamos a salir de aquí.

―No sé tú―La miré molesto―Pero yo si me iré. Vendrán por mí y ahí tú verás si te vas o no.

―Llevo doce años esperando a que vengan por mí. Créeme, al año ya no tendrás esa idea.

― ¿Doce años? ―La miré impresionado y luego con curiosidad― ¿Cómo dijiste que te llamabas?

―Abigail Ward.

―Me suena tu apellido...

―Mi papá era el dueño de Ward's Automotive Industry.

La miré alucinado.

―Eres la hija de James Ward.

―Si―Confirmó con tranquilidad.

―Tu padre murió misteriosamente. Y tu madre y tú desaparecieron poco después...

―Regresábamos de Brasil. Mamá había quedado encargada de la empresa, y papá con su muerte, había dejado al pendiente la apertura de un concesionario. Todo fue bien, hasta que mamá decidió que regresaríamos en yate.

―Y el yate se hundió ¿Cierto?

―Así es...

―Y tú llegaste hasta aquí.

―Llegamos―Me corrigió bajando las escaleras.

La seguí más lento. Hasta llegar al borde de la playa.

― ¿Quiénes llegaron? ―Pregunté mirando alrededor―Aquí solo estás tú.

―Mamá y yo―Respondió finalmente―Pero ella murió al poco tiempo de llegar aquí.

Miré a la chica con aprehensión mientras procesaba lo que me había contado.

La pobre mujer llevaba más de una década sola, ahora entendía que actuara de una manera tan desquiciante.

Entonces la brisa golpeó y me hizo dar cuenta de algo.

Aquella mujer solo llevaba un camisón blanco y nada más. Podía ver su pequeño, pero redondeado culo a través de la diáfana tela.

¿Como no me había dado cuenta de algo así antes?

Porque habías despertado con la noticia de que fuiste abandonado en una isla desierta.

Curiosamente, mi subconsciente sonaba como Mark.

Y ahora que estaba completamente despierto, el peso de la realidad machacó mi cerebro.

Estaba perdido en una isla en medio de la nada con una mujer con el aspecto del más hermoso y celestial ángel, pero con la estabilidad mental de una loca de manicomio.

―Murió allí―Comentó con simpleza y señaló arriba a su izquierda y eso me sacó de mis pensamientos.

Al voltear a donde me señalaba, mi corazón martilleó en mi pecho.

A unos treinta metros de nosotros se elevaba un risco, calculaba yo, de más de quince metros de alto.

―Vi como resbalaba del borde y caía sobre las piedras―Volteó a verme―Pero jamás regresó su cuerpo.

Mis ojos se abrieron sorprendidos por el peso de sus palabras.

No tanto por el contenido de lo que había dicho. Sino del cómo lo dijo.

No había dolor en su voz. Lo dijo como quien habla del tiempo o pide la hora.

Yo era frío, lo aceptaba. Pero esa mujer me ganaba.

¿Hablar así de su propia madre no le afectaba?

Claro, había pasado por algo similar a ella, pero no era momento de pensar en eso y mucho menos hablarlo con alguien como esta loca.

Abrí la boca aun buscando las palabras adecuadas cuando mis ojos cayeron a su pecho.

―Te puedo ver las tetas―Dije al fin.

― ¿Las qué? ―Preguntó confundida.

Subí la vista hasta sus gigantescos ojos, pensando que bromeaba. Pero en ellos realmente había confusión.

―Que puedo ver tus... Nada, olvídalo―Aparté la mirada de ella y la posé en el cielo―Me pregunto qué hora serán...

―Son las dos de la tarde―Sonrío infantilmente y comenzó a caminar en dirección a la casa nuevamente―Te vi en la orilla cuando desperté esta mañana y te atendí. Hay fruta en la casa ¿Quieres?

La seguí confundido, intentado conectar una información con la otra, pero esta mujer hablaba muy rápido.

― ¿Dejas entrar a cualquier extraño a tu casa? Siquiera has preguntado mi nombre.

―Tu nombre es Alexander Hardy, vives en Nueva York y eres vigilante.

―Soy agente de seguridad, niña―Dije molesto― ¿Y cómo es que sabes todo eso sobre mí?

―Estaba en tu cartera.

Abrió la puerta y me dejó pasar.

― ¿Tienes gas en la estufa? ―Pregunté confundido.

― ¿Qué? ―Volteó a ver la estufa―No, no tengo. Esa cosa creo que está de adorno o algo por el estilo. Jamás supe encenderla.

― ¿Y cómo vas a cocinar? ―Pregunté confundido.

― ¿Cocinar? ―Me miró pensativa―Jamás lo he hecho.

― ¿Y qué comes? ―Pregunté exasperado.

―Creo que ya te lo dije―Me miró curiosa―Si que te has pegado fuerte en la cabeza, dije que tenía frutas y verduras...

― ¿Te mantienes con eso?

Oh Dios, Oh Dios.

Moriría de inanición. Lo sabía, podía verlo ante mis ojos.

Yo no podía mantenerme con una dieta a base de frutas. Necesitaba carne ¡Proteínas! Carne roja y jugosa de algún cuadrúpedo, tal vez me conformaba con una suculenta pechuga de pollo rostizada y unas patatas con mostaza Dijon.

― ¿No tienes alguna proteína? ―Pregunté con la boca hecha agua.

Me señaló una caja de madera a su derecha mientras pelaba un mango.

―Esa caja llegó hace poco, todo debería estar bueno.

― ¿Hace poco? ―Pregunté sin entender― ¿Acaso haces pedidos por Amazon o E―Bay?

― ¿Esas también son groserías? ― Me miró sin entender.

― ¿Qué? ¡No! Esas son... Olvidado―Dije exasperado― ¿De dónde vienen las cajas?

―No sé.

Tomó un bol de plástico y comenzó a meter algunas frutas. Todo, ante mi hambriento y frustrado ser.

―Dijiste que esa caja, llegó hace poco...

―Hmm―Confirmó.

Mi mirada se desvió a su boca, que en ese momento mordía un trozo de banana.

Negué con la cabeza ante tal visión y me forcé a respirar con normalidad.

― ¿Entonces de qué lugar llegó la mal... ¿La caja? ―Dije, corrigiendo mi vocabulario.

―Escucha―Soltó el cuchillo plástico, la cascara de la banana ya engullida y me miró con sus penetrantes ojos verdes―Ya me tienes cansada con tu habladera, no sé de dónde vienen las cajas, solo sé que llegan cada cierto tiempo y en el mismo lugar. ¿Podrías callar y dejarme comer en silencio unos segundos?

Mi expresión debería quedar inmortalizada.

¿Esta mujer estaba molesta por mis preguntas?

Su desfachatez no tenía límites.

― ¿Yo hablo mucho? ―Pregunté molestándome cada vez más.

Asintió sin dirigirme la mirada.

― O sea, ¿Te molesta que pregunte?

― ¿Ves? No te callas. Es exasperante. Toma―Me extendió el bol con frutas―Buen provecho.

Ella tomó el suyo y se dirigió a una de las sillas que quedaba situadas frente a la única ventana de la sala/Comedor/Dormitorio.

Yo en cambio solté el bol y me dirigí a la caja que había sido abierta.

En su interior había productos de higiene personal como cepillos de diente, pasta dental, enjuague, compresas, tampones y también comida enlatada, dos bolsas de doritos y otras porquerías deliciosas.

Tomé una bolsa de doritos y otra de Oreos y me fui a sentar a su lado.

― ¿Dijiste que llegaban cada cierto tiempo?

Hizo una mueca para luego mirarme feo.

―Estoy comiendo.

―Y yo también, ¿Quieres? ―Le tendí los doritos.

―Mamá no me permitía comer nada de eso, decía que era veneno―Comentó negando nuevamente.

―En fin―Suspiré resignado, alejando la bolsa de ella― ¿A dónde llegan las cajas?

―Al otro lado de la isla. Cada dos o tres meses aparecen, me imagino que será algún barco que pasa por esa zona de noche y la caja flota hasta encallar aquí...

O tal vez alguien la traía y la dejaba cuando la sabían dormida.

Nada de esto tenía sentido para mí. Sabía que la compañía de su padre seguía funcionando. Pero que era su abuelo que había tomado el mando.

También que el tipo era un hijo de puta en toda su extensión y...

De pronto todo hizo clic en mi cabeza.

Arthur Ward era el director ejecutivo de Ward's Automotive Industry y ante mí se encontraba la heredera de aquel emporio.

¿Acaso Abigail había sido traída a este lugar, apartado de la mano del hombre, por su abuelo?

"¿Arthur Ward? Ese solo mata para tener poder, él si está enfermo de poder. Tu misión es desenmascararlo y hundirlo, porque a él no le importa quitar del medio a quién se le atraviese"

Las palabras de Gómez calaron fuerte en mi cerebro.

Y joder, el bastardo cabrón había tenido razón en algo.

Tenía que llegar al fondo de este asunto, por lo que su viaje a la cárcel se tendría que posponer un poco.

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