Eran la 5:24 pm cuando miré el reloj de pulsera. El tiempo se había ido, como siempre, mirando las nubes pasar. |
«Algunas piedras más» ––pensé.
Tomé un puñado de piedras pequeñas como acto final en aquella tarde agonizante y las lancé al río. Su suave corriente me relajaba profundamente y el silencio de aquel refugio desolado, producía, en mí, una atracción magnética. Arriba, en la distancia, un lucero cómplice de mis reflexiones me observaba y, de cuando en cuando, me indicaba con su luz la proximidad de la noche.
Apenas contaba con doce años.
Pasaba muchas horas en aquel lugar acompañando al sol ha