9. Eu não preciso da sua pena!
— ¿Qué pasa, Caliope? ¿Es que te ha mordido la lengua el ratón? — preguntó Nick a su joven esposa.
Calíope seguía pasmada bajo el umbral de la puerta, aferrada al silencio. Su lengua no respondía. ¡Nada de ella lo hacía!
— No, yo…
— ¿Tú qué? Mírate, pareces aterrada.
La todavía horrorizada joven negó apresurada con la cabeza.
— ¡No! ¡No es eso! ¡Es que…!
— ¡No me digas que te excita la idea de un hombre amputado!— dijo sardónico.
Caliope abrió los ojos de par en par.
— ¿Qué…? ¡Claro que no!
«¡Era un cretino!» Pensó enojada. ¿Cómo se atrevía?
— ¿Entonces qué es, eh, Caliope? — preguntó con mordacidad a medida que se acercaba hasta ella.
Estaba rabioso, no, estaba furioso. ¡Cabreado hasta la médula ósea!
— ¿No piensas hablar? ¡Vamos, dilo! ¡Admite que te asusto! ¡Admite que te doy miedo así!
Calíope se pegó a la pared contigua a la puerta. No le asustaba su condición, ni siquiera un poco, pero, la forma en la que sus ojos verdes se habían oscurecido dos tonos si la aterraba.
«¿Por qué e