Hasta el último aliento
Nikola
El tiempo tiene una manera extraña de robarnos cosas sin pedir permiso. A veces lo hace en silencio, otras, con un estruendo tan ensordecedor que te deja sordo del alma. Esta vez fue de las segundas.
Mi esposa partió un martes. No uno cualquiera, sino de esos días en que el cielo parece saber lo que va a pasar y se viste de gris en señal de duelo. Había llovido un poco la noche anterior, y recuerdo cómo ella se sentó junto a la ventana, con una manta sobre los hombros, observando las gotas en el cristal.
—¿Sabes qué es lo que más voy a extrañar? —me dijo de repente, sin apartar la mirada de la calle.
—¿Qué cosa? —pregunté, aunque ya intuía que la respuesta me iba a romper.
—Ver cómo el agua cae sobre las hortensias y cómo tú siempre te aseguras de que ninguna se ahogue. —Sonrió con dulzura. Una sonrisa que era más despedida que alegría.
Los médicos nos lo habían dicho: el tratamiento ya no funcionaba, y era cuestión de tiempo. Pero el amor no entiende d