ILEANA PEDROZA.
La vida es algo incierto… cuando piensas que por fin te estas recuperando, ocurre algo que estremece tus cimientos. Ahora… ahora es de dominio público el beso que compartí con mi jefe a las afueras del hospital. Ahora me tacharán de quita maridos. Ahora la prensa oportunista se cebará a mi costa.
Respiro profundo para no flaquear, para mantenerme fuerte, pero lo cierto es… que quiero salir corriendo a esconderme en los brazos de mi madre.
—Ileana, ¿te estás bien? —me pregunta mi jefe, preocupado, a pesar de que se encuentra iracundo, sus facciones endurecidas me lo dicen todo.
Quiero decir que sí, pero lo cierto es que no… emocionalmente me desbordo… no sé si tal vez sea producto de las hormonas, si sea por lo ocurrido. Solo sé que quiero recostarme y descansar.
Cerrar los ojos y no pensar en nada, ni en el hoy, ni en el mañana y mucho menos en qué dirán…
Sebastián Gallardo parece entender la expresión. Pego un grito cuando por sorpresa me toma entre sus brazos y me lleva hasta mi habitación, le pide a su socio que no seamos molestados hasta la hora de la cena.
Con una suavidad que calienta i pecho, me tiende en la cama, me pregunta si puede recostarse a mi lado a lo que asiento. Él se encarga de poner nuestros teléfonos en silencio.
—Nada debe perturbarte hermosa —dice con voz pausada.
Viendo el techo le digo uno de mis miedos.
—No quiero imaginar lo que va a opinar tu familia cuando sea de dominio público mi embaraza, no quie…
—Shh —me interrumpe colocando su dedo índice en mis labios—. No pienses en el que dirán, eso no debe ser importante para ti. Lo único por lo que debemos preocuparte es por nuestros hijos y por tu salud.
Nuestros hijos… la piel se me pone de gallina.
—Sebastián…
—Ileana, sé que vienen momentos difíciles —sus ojos grises me miran con intensidad—. La nota de hoy solo es el comienzo, pero te necesito fuerte, no solo de salud, si no de mente, no quiero que nada perturbe tu tranquilidad y tu salud y la de nuestros hijos se vean afectadas, ¿entendido?
Asiento… pero sé que no va a hacer así. No cuando mi mente no deja de susurrarme cosas.
Después de esas palabras cierro mis ojos, no me doy cuenta en el momento en que los brazos de Morfeo me atrapan. Me despierto por el leve toque en la puerta. Al abrir bien los ojos, me percato que… mi jefe está abrazándome, no sé cuando me di la vuelta.
Levanto su mano con cuidado y me dirijo hacia la puerta. La encargada de la casa me indica que en una hora debemos bajar para la cena a lo que me asombro.
¿En qué momento pasó el tiempo?
Asiento, me volteo a ver el reloj en la mesa de noche, marcan las 6:00pm. Sebastián bosteza, se estruja los ojos. Su cabello está en todas direcciones, dándole ese toque descuidado y seductor.
Me estremezco al notar el rumbo de mis pensamientos.
—En una hora debemos bajar —le digo… aunque tuvo que haberlo escuchado.
Mi jefe asiente. Se levanta de la cama.
—Nos vemos en una hora.
***
Los últimos días en el rancho de los Reyes, la pasamos en calma, una calma que me eriza la piel porque sé que después viene una tormenta. En todo este tiempo he mantenido mi teléfono apagado. Al encenderlo tendré miles de llamadas de mamá y papá, pero es algo a lo que todavía no quiero afrontar.
Sebastián y yo no tenemos mucho tiempo, es cuestión de días o semanas que mi embarazo se haga más notorio. Los pequeñines dentro de mí me han despertado estos días con nauseas, tal parece que los malestares del primero trimestre los estoy viviendo ahora y por partida doble.
Es momento de despedirnos de los Reyes y no sé como sentirme. Para ellos es evidente que algo pasa entre mi jefe y yo, pero no se han atrevido a preguntar o inmiscuirse, o por lo menos a mí, así como tampoco le revelamos la noticia. Aunque dadas las sospechas de la encargada de la casa, ellos no deben estar absueltos de tenerlas.
La señora Reyes se despide con un abrazo y diciéndonos que volvamos pronto, cosa que… no creo sea posible, me reservo la respuesta y le doy una sonrisa. El señor reyes por su lado estrecha nuestra mano y queda de verse con mi jefe en unas semanas en la ciudad.
Nuestro equipaje ya se encuentra en el auto de mi jefe, no es tanto tiempo en carretera como en otros sitios donde han tenido que ir. Una vez los dos dentro del auto me dedico a ver la hermosa vegetación por la ventana.
Aprovecho ese momento de encender mi teléfono, hago caso omiso de las notificaciones que me llegan.
—Mi personal ya te ubicó un piso debajo del mío en mi edificio —respiro profundo—. Sé que no estás de acuerdo, pero tu seguridad no es una cosa que podamos negociar. Podrás hacer lo que quieras, pero vivirás en mi edificio y tendrás personal de seguridad que te custodien.
—Señ…
Voltea a verme.
—Sebastián —me corrige—. Los formalismos, solo para cuando estemos en la empresa, a partir de mañana, te encargarás de entrenar a una de las pasantes para que cubra tu cargo una vez la empresa te de baja por la licencia de maternidad.
—Sebastián, puedo entender lo de la pasante y el hecho que deba mudarme a tu edificio —estos días me hice la idea—. Pero creo los guardias ya es algo exagerado…
—Vamos a hacer algo, ¿vale? —quedo a la espera que continúe—. Te dejaré estas primeras semanas sin guardias de seguridad, te daré tu libertad, pero ya verás que el tiempo me dará la razón.
Llegamos a un acuerdo en el transcurso del camino hasta la ciudad. Hoy mismo buscaré la cita con una ginecobstetra para ponerme en control. Mi jefe me pide que para ese día no le agende nada, debido a que irá conmigo.
Los dos llegamos al acuerdo de no mencionar el embarazo y que los demás se enteren cuando ya tenga mi panza grande… cosa que me hace recordar debo ir de compras. Sebastián me entrega una de sus tarjetas de crédito a lo que declino y no se la acepto.
Al llegar a mi departamento, me llega una notificación del banco que me deja con la boca abierta… lo miro iracunda.
—¿Estás loco? ¿cómo se te ocurre pasarme esa cantidad de dinero? ¿acaso quieres que el banco me investigue y meta presa?
Suelta una carcajada que me pone peor.
—Ileana, lo que te pasé sabes que lo produzco en menos de una hora —anuncia arrogante, lo que me hace poner los ojos en blanco—. Antes de pasarte esa cantidad de dinero, hablé con el gerente del banco y se aprovechó de una vez de subirte el límite de tu tarjeta de crédito. Además, mañana debes pasar retirando la Black Card que es ilimitada. De allí gastarás lo que necesites para nuestros hijos.
What?
Creo que no escuché bien… este está mal de la cabeza.
—¡Sebastián! ¡me transferiste 500.000 dólares! ¿entiendes lo que es eso? Aparte de eso, me piensas dar una Black card, ahora sí que van a decir que soy una trepadora.
Toda la diversión se evapora de su rostro. Tensa su mandíbula, incluso su tono de voz sale mordaz.
—Nadie tiene el derecho ha hablar blasfemias de ti, y quien lo haga será demandado por falso testimonio. —su actitud no me deja duda que así va a hacer—. Descansa hoy, mañana nos veremos en la empresa, reprograma todo para el día siguiente, y recuerda que a primera hora debes pasar por el banco.
Nos despedimos, el conserje sale en mi ayuda a trasladar mi equipaje hasta el viejo ascensor del edificio. Dudo en subirlo, pero él me asegura que se le realizó mantenimiento el fin de semana, no correré el riesgo de quedarme encerrada.
Confiando me subo, espero hasta que llego a mi piso. entro encontrando todo tal cual lo dejé. Alguna que otra mota de polvo por aquí o por allá. Ni loca le dejé la llave a mi madre. Será para que mi no tan querida hermana venga a fisgonear y ver que sacar de mi departamento.
Desempaco. Me pongo a asear el departamento, noto la despensa vacía, hago la lista de lo que necesitaré estas dos semanas. En la tarde saldré a realizar las compras y así aprovecho de pasar por una boutique comprando ropa un poco más ancha.
Después del trajín de la tarde, me doy una ducha y me acuesto, preparándome mentalmente para lo que me depara el día de mañana en la oficina.