Cuando Mateo regresó, el sol ya se había ocultado tras el horizonte. Las luces del ático se encendieron una a una, bañando la habitación con una suave luz dorada. Emilia estaba de pie junto a la ventana, con el cabello recogido, la nueva línea de su mandíbula aún ligeramente hinchada. La ciudad a sus pies parecía indiferente, una extensión de luces en movimiento que jamás sabría cuánto de ella le habían arrebatado.—Emilia ya no existe —dijo Mateo, dejando caer un pequeño sobre sobre la mesa—. Tu nuevo pasaporte, documento de identidad, historial laboral, todo. De ahora en adelante, eres Elena Duarte, nacida en Sevilla, criada en Madrid, educada en Londres. Los controles de antecedentes pasarán. Todos los sistemas lo creerán.Abrió el sobre, tocando la superficie brillante del documento de identidad. El rostro era suyo, pero no. Los pómulos más afilados, la nariz más fina, los ojos delineados de forma diferente. —Elena Duarte —susurró, intentando pronunciar el nombre en voz alta.Mate
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