✧✧✧ Dos semanas más tarde. ✧✧✧ El estudio de artes olía a pintura fresca y a flores naturales. Tras las ventanas largas del alto edificio se mostraba la ciudad nocturna de Londres, y en el interior, sentada frente a su caballete, con un pincel en mano… Rosalind Ainsworth. Con el cabello rubio recogido en un moño, vestida de blanco con su overol de trabajo lleno de manchas de pintura, su piel brillaba levemente por el sudor de una jornada agotadora de trabajo. En un sector del estudio yacia una pintura mediana terminada, de un paisaje urbano con tonos oscuros y un estilo exquisito que verla una vez, te sumergía en la belleza del lugar, haciéndote perder la noción del tiempo. Y ella… Terminaba de darle los retoques a su segunda pintura. Cuando en ese instante… Tililing~ Tililing~ Rosalind volvió a ver su teléfono móvil en una mesa cercana. ¡ENTONCES ELLA SALIÓ DE SU TRANCE! Reaccionó y se dio cuenta de que ya había oscurecido. El reloj marcaba las 10pm. —¡D

✧✧✧ Esa noche en un lujoso Penthouse de la ciudad. ✧✧✧ Sus ojos dorados veían con frialdad la habitación: amplia, con ventanales que mostraban un Londres nocturno y lleno de luces como si fuesen estrellas. En su mano, el hombre castaño sostenía una botella de vino que llevó a su boca. Glup~ Glup~ Tragó como si fuera agua. Caminó en sus pantuflas negras. Paseando su mano libre por su cabellera alborotada. En la mesita de noche junto a la cama tamaño matrimonial había un marco, uno que lucía una hermosa fotografía de un día de verano en un jardín hermoso. En la fotografía, Alphonse yacía sentado en el césped y la bella mujer rubia tras de él en gesto mimado, aferrada a sus hombros, besándole con amor la mejilla, mientras veía de reojo con coquetería a la cámara. Fue la única vez que llevó a Rosalind a una de las casas de verano de los Ainsworth. Por supuesto, lo hizo a escondidas de su familia… Era una mera amante, no podía ser mostrada. —¡¡¡ERES UNA M@LDITA PERRA MALAGRADECID

—¿El anterior? ¿Por qué lo dices de ese modo? ¿Qué pasó con el tratamiento anterior? —preguntó Rosalind, su voz temblorosa mientras limpiaba sus lágrimas con torpeza. —Sobre eso —continuó él—. Recogimos pruebas de lo que le administraban antes. Había estado tomando dosis erróneas, que no correspondían a un niño con su enfermedad congénita, y además, las complicaciones por el accidente automovilístico que sufrió a los ocho años. Rosalind se quedó sin aliento, sintiendo una mezcla de alivio y miedo. Se apoyó más en el cristal, casi sin querer, aferrándose a él. Su corazón latía con fuerza, mientras lágrimas caían sin control. Donovan la miró con paciencia, sin apartarse ni un centímetro de su esposa. —Está en las mejores manos ahora —dijo él, con un tono reconfortante para su esposa—. Todo se está haciendo con cuidado, siguiendo estrictamente su condición y sus necesidades. No tienes que preocuparte más, él a partir de ahora, sí comenzará a mejorar. —¿Lo hizo Alphonse? —p

Rosalind iba sentada junto a su marido en el vehículo oscuro. Él conducía con total seriedad, sus manos fijas en el volante y su mirada verde en la carretera rumbo a la mansión. A diferencia de otras ocasiones, cuando el ambiente entre ellos se sentía tranquilo y pacifico… La mujer rubia, en esta ocasión se sentía incómoda, nerviosa. Ella miraba constantemente el paisaje cambiante, sus manos, desviaba la mirada hacia su marido. "¡Diablos! ¡¿Por qué no ha dicho nada?! ¿Está esperando que yo hable primero?" Pensó ella, llenándose de valor tras inhalar y exhalar. —Donovan… —lo llamó por su nombre. Esta vez no hubo equivocación, y usó un tono leve, dulce… Trató de sonar tranquila pero sus labios temblaron un poco. "Él no notará mi nerviosismo. Su mirada va fija en la…" Donovan volvió a verla de reojo, fue solo unos segundos, pero frenaron de golpe los pensamientos de Rosalind… que rápidamente sintió su corazón dar un pequeño brinquito. Recordó la videollamada de esa tarde

El gran salón del antiguo edificio de artes estaba tenuemente iluminado, envuelto por la suave música de un cuarteto en vivo. Flores frescas, colocadas con discreta elegancia, realzaban el escenario sin robar la atención que pertenecía a las pinturas. Cada obra estaba exhibida con perfecta armonía bajo los focos que acentuaban su belleza y delicados detalles. Servidores recorrían el salón con bandejas de champagne y bocadillos, entre los invitados distinguidos habían: empresarios, críticos, personas del círculo artístico, influencias y amantes del arte. Y entonces… Las puertas dobles de la entrada principal se abrieron, y ahí estaba ella: Rosalind Ainsworth. Su vestido negro aterciopelado, ajustado y de gala, era recatado pero resaltaba con sutileza sus curvas y elegancia natural. A su lado se encontraba su esposo, el CEO Donovan Ainsworth que la escoltaba con discreción y su típico porte imponente. Los ojos azules de la mujer, brillaban entre emoción y nervios, mientras los