Dimitrix salió del baño envuelto en una toalla oscura. El vapor lo seguía, mezclándose con el aire acondicionado de la habitación. Miró hacia la cama; Isabella estaba acostada, de espaldas a él, inmóvil.Se acercó a la cama y se sentó en el borde, el peso de su cuerpo haciendo crujir levemente el colchón. Sabía que la inmovilidad de Isabella era una defensa, no un sueño profundo.—Sé que no estás dormida —dijo Dimitrix, su voz baja y uniforme.Isabella abrió los ojos. No se giró, pero el ligero parpadeo en la penumbra reveló su vigilia.Dimitrix no esperó respuesta. Se puso de pie, se vistió con sus pantalones de pijama y luego se acostó, dándole la espalda. Se inclinó para apagar la lámpara de la mesita de noche. La habitación quedó sumida en la oscuridad, rota solo por el brillo pálido de la ciudad.—Buenas noches, Isabella —murmuró.Ella no contestó. El silencio se instaló, pesado y lleno de cosas no dichas. Y allí, envueltos en la inmensidad de la cama y de la mentira, ambos se qu
Leer más