Norman y un renuente Steven se adentraron en el vibrante ambiente del club Paradise. Al cruzar la puerta, saludos reverenciales se extendieron hacia Norman, como si fuera el dueño del lugar. La música sonaba en el aire, y luces parpadeantes iluminaban el escenario que por el momento estaba vacío aunque había mesas con chicas haciendo bailes personales, otras estaban sentadas tomando algo y riendo. Sin embargo, el interés de Steven en el resto se vio interrumpido cuando una chica con poca ropa se acercó rápidamente, sentándose en las rodillas de Norman. — ¡Hola, Norman! ¿Quién es tu amigo? — preguntó la chica de aspecto juvenil y pelirroja con una sonrisa coqueta. Norman señaló a Steven con cierta reticencia: — Caitlyn, él es Steven, ese gran amigo del que te hablé... La chica se iluminó, pero sus palabras inmediatas hicieron que la atmósfera cambiara drásticamente. — Ah, ya sé quién eres — dijo Caitlyn con una expresión calculadora —.Eres ese candidato del escándalo. Norman, sintiendo

El camerino estaba sumido en un silencio tenso después de la sorpresiva aparición de Steven y la partida de su hija. Sasha, con la mirada fija en él, notó la sonrisa sardónica en su rostro mientras se acercaba. ¿Cómo carajos se atrevía él? —¿Sasha, no? — pronunció él nuevamente, como si el tiempo no hubiera pasado y la primera vez que lo dijo ella no lo hubiera escuchado. Ella lo observó con el ceño fruncido, sin apartar la mirada del espejo. Y finalmente suspiró sintiendo su sangre en ebullición. — Steven—dijo ella con voz firme casi escupiendo ese maldito nombre, dejando claro que la sorpresa no se traducía en alegría —. ¿Qué estás haciendo aquí? — inquirió casi con rudeza. Él avanzó hacia ella, intentando tocar su rostro con una familiaridad que ya no tenía cabida. — Una agradable casualidad supongo, cuando te vi en ese escenario no sé... No podía perderte de vista — admitió él observándola embelesado —. Estás mucho más hermosa de lo que recuerdo... Sasha se apartó rápidamente, sus

Diez años antesSteven había llevado comida para alimentar a su provisional muñeca de plástico humana, la hermosa y jovencita rubia Sasha. La despertó para comer, ella abrió los ojos despacio. Había perdido la noción del tiempo y lugar. Lo miró extrañada, cuando él le mostró la bandeja. — No queremos que te desmayes en una situación comprometida — respondió él con una sonrisa sardónica que hizo hervir la sangre de Sasha. BASTARDO. Pensó la muchacha, que parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la luz artificial que inundaba la habitación. Los recuerdos le llegaron de golpe, recordando vagamente cómo había llegado allí y la razón por la que él la había despertado. Su cuerpo se estremeció por la mezcla de sensibilidad y dolor. Movió sus extremidades, él la había soltado. Aunque seguía sintiéndose desorientada, Sasha recordó que la última vez le había suplicado que la tomase, y él lo hizo, tal y como quería. Sus mejillas enrojecieron de vergüenza. Durante semanas, los abogados

Sasha salió de la habitación de su hermana con el corazón pesado, la preocupación se reflejaba en sus bellos ojos azules. Pero mientras caminaba por el pasillo del hospital, de repente, sintió una mano en su brazo, deteniéndola en seco. Se volvió y vio al médico, cuya mirada grave y seria le indicaba que tenía algo importante que decirle y la detuvo por eso. La joven mujer se quedó quieta y se apartó a un costado, apartándose de los médicos y enfermeros que pasaban apresurados mientras se acercaba al doctor de su hermana. —¿Qué pasa, doctor Paulson? — preguntó, temiendo lo peor. Él, con una voz grave pero con suavidad, le informó: — Finalmente hemos encontrado un donante compatible para Ekaterina — comenzó con un aire esperanzador —. Es una buena noticia en medio de tanto sufrimiento para ustedes, pero desafortunadamente, el hospital no ha aprobado los fondos necesarios para llevar a cabo el trasplante — dijo y suspiró pesaroso —. Hice todo lo posible para convencerlos, lo siento Sash

Sasha se despertó sobresaltada de una pesadilla, su corazón latía con fuerza. Miró el reloj y se dio cuenta de que ya era tarde, entrada la noche. En la tranquila oscuridad de su habitación, ella se levantó con cautela de la cama, sintiendo la necesidad de un vaso de agua que calmara su garganta reseca y su pulso alterado. La casa estaba envuelta en un silencio sereno, solo interrumpido por el suave susurro de la brisa nocturna. Descendió las escaleras con pasos ligeros, cuidando de no despertar a nadie más solo por costumbre. Un impulso repentino la había llevado a tomar su teléfono antes de bajar y cuando llegó a la cocina no pudo evitar marcar el número de Robbie, el único cliente del club con quién siempre había tenido afinidad incluso una amistad, pero nunca pensó en pedirle ayuda hasta ese momento. Pues aunque "amigo" no dejaba de ser un hombre, y ella no quería volver a "deber" favores a ningún hombre pero tiempos difíciles requerían medidas desesperadas, claro estaba. Solo alc