Capítulo 61Unos días después, en el desayuno que transcurre en calma. La mesa está dispuesta con café recién hecho, tostadas con mantequilla y fruta cortada que Nerissa dejó antes de retirarse. Silas lee el periódico con esa seriedad habitual, mientras Nora se sirve un poco más de jugo. El sonido de su teléfono rompe la quietud. Ella lo toma y responde con voz tranquila.—¿Tío Qiao? —salió como una pregunta.—Ya está todo listo, solo falta mover los hilos —responde la voz del hombre al otro lado.Nora sonríe suavemente y asiente, aunque él no la ve.—Entonces vamos a proceder, tío. Ya el señor Silas firmó los papeles.Silas hundió el ceño al escuchar que lo llamaba “señor”“Soy su esposo, no señor ¿Por qué me llama así?” piensa con agravio.El teléfono estaba en altavoz, por lo que Silas escuchaba cada palabra.—¿De veras? —pregunta con un tono lento, incrédulo.—Sí, ayer lo hizo —contesta ella sin titubeos.Del otro lado se escucha una carcajada plena.—Bien, bien, muy bien. ¡Eres u

Capítulo 63Silas está en su oficina revisando unos documentos cuando suena el teléfono. El identificador de llamadas muestra el nombre de Nora. Se reclina en la silla y contesta con voz neutra.—¿Qué pasó?La voz de Nora suena calmada, como si estuviera midiendo cada palabra.—¿Estás en tu oficina? Quiero hablar contigo sobre el nuevo gerente del que me hablaste.Silas mira la hora en el reloj de su muñeca. Ya casi es mediodía, y siente que no tiene ganas de seguir rodeado de papeles. Su respuesta sale rápida:—Es hora de almorzar. Acompáñame —le invita.El silencio se extiende apenas unos segundos al otro lado de la línea. Luego, la voz de ella responde con serenidad.—Bien, estoy cerca de tu oficina. Voy para allá, te aviso.Silas corta la llamada y se queda observando el ventanal. El ajetreo de la ciudad sigue ahí abajo, indiferente a todo, y él siente la impaciencia crecerle en el pecho. Apenas suena el mensaje que confirma que Nora ha llegado, se pone de pie.—Despeja mi agenda

Capítulo 65Ciro permanecía al lado del jefe, sentado en la incómoda silla de hospital que ya conocía demasiado bien. El cansancio le pesaba en los párpados, pero no podía apartar los ojos del hombre que yacía en la cama. Silas no había despertado desde que se desplomó hace cuarenta y ocho horas. El recuerdo del sonido seco de su cuerpo golpeando el suelo aún lo perseguía.Quería marcar el número de la señora, contarle todo, decirle que debía venir… pero las palabras de Silas, tan frías como siempre, resonaban en su mente como una orden imposible de desobedecer: “Si la llamas, te mandaré a África por un mes.”Había visto esa mirada en los ojos de su jefe muchas veces, la misma que usaba para cerrar tratos millonarios o para hacer callar a un adversario. No era una amenaza vacía.Ciro suspiró hondo, pasándose una mano por la cara. Se sentía atrapado. Por un lado, la lealtad hacia su jefe; por otro, la preocupación sincera por la señora Wyckham, que seguramente no tenía idea de lo que e

Capítulo 67La comida es sencilla, hamburguesa, papas y refresco, por lo que el ambiente resulta bastante relajado. Andy no se lo cree del todo, tener a un alumno descarado cenando en su oficina universitaria es algo que en cualquier otro momento habría rechazado de inmediato. Pero hoy, con el cansancio encima y el hambre olvidada por tantas horas de trabajo, acepta la compañía sin discutir demasiado.—Sabes, yo puedo ayudarte —dice Tristán cuando ya están terminando de comer.Andy se queda congelada en el sitio, con una papa en la mano lista para metérsela en la boca. Lo observa, tratando de descifrar a qué demonios se refiere.—Yo soy tu profesora, debería ayudarte yo a ti —responde con confusión.Tristán no aparta los ojos de ella, su seguridad desarma a cualquiera.—Sé que le gusta el profesor de matemáticas, Valerian Ashford —dispara directo, como si no hubiera nada que perder.Andy se atraganta con la propia saliva, el corazón le da un brinco, pero se aferra a la idea de no darl

Capítulo 69Anabel se queda paralizada cuando reconoce a la joven que intenta pasar entre las filas de fans. Esa cara, esa voz tranquila… no puede creerlo.—Esa es la chica… —murmura con furia contenida—. La ciega que me arruinó la vida.Su recuerdo es vívido: el empujón, la suspensión de dos semanas en la universidad, la humillación pública de redactar una disculpa obligada, y lo peor, la bofetada que recibió de su padre cuando se enteró del escándalo y de cómo había perdido. Todo por culpa de esa muchacha que ahora aparece aquí como si nada.Nora, ajena a la marea de rencor que despierta, mantiene la calma. Avanza hacia el guardia que tiene la lista en la entrada y le habla con educación:—Señor, solo revise la lista, por favor.Pero Anabel da un paso al frente, enfurecida.—¿Ahora quieres que revisen una lista? —su tono es ácido, casi una burla.Nora se gira apenas, frunce el ceño intentando ubicar esa voz que le resulta conocida, pero no logra asociarla a ningún rostro. Sus ojos l