Antonella: «Tan cerca, y a la vez tan lejos».—Maestra...—Sí, Marcus —digo atenta a lo que me dirá.—Mi papá ha dicho que necesita que usted esté en los ensayos, o no podrá cantar bien...«¿No será descarado?»Me sonrío ante el recado que recibo, y miro la inocencia de Marcus, un chico que no tiene idea de lo sucedido con su padre. De igual forma, mi corazón baila dentro de mi pecho, creyendo en que Diego piensa en mí, teniendo a la media mujer a su lado, mientras que yo parezco un pollito recién salido del cascarón.—Dile a tu padre que yo no podré estar en los ensayos, pero que estoy segura de que cantará muy bien, a pesar de que nunca lo he escuchado.Las clases culminan, y una alumna tiene un pequeño accidente, por lo que tengo que acompañarla a enfermería. Le indico a la secretaria que comunique a sus padres, pues tengo los nervios de punta, ya que ha pasado más de una hora, y Dios sabe que debí llegar a casa hace mucho.Corro por los pasillos, de vez en cuando se me cae el bol

Diego:De regreso a la habitación que comparto con Ambra, la veo recostada leyendo una revista, y su maleta a los pies de la cama. La miro sin creer que no desee estar con ella, sin creer que su forma de ser haya matado todo el amor que sentía.—No viajaré contigo —aclaro—. Te aconsejo que deshagas tu maleta —sugiero, intentando no alterarme, aunque es difícil.—Pero mi amor, nos serviría de luna de miel y podremos estar solos, hacer lo que queramos.—¡Por Dios! ¿¡Qué no entiendes!? No voy de viaje de placer —aclaro furioso—. Voy por trabajo, no iré contigo.Me siento en la cama dándole la espalda, pero ella nunca pierde, por lo que se acerca y comienza a darme besos por el cuello, provocando que me ponga más furioso. Me levanto, tomo mi maleta y decido irme a la habitación de invitados, y esperar ahí el taxi que pasará por mí a las cuatro de la mañana y que me lleve al aeropuerto sin que Ambra se dé cuenta.Antonella:Llego a la convención y estoy feliz. ¡Uff, nunca había estado tan

Antonella: Bruno decide que bajemos a tomar desayuno al restaurante del hotel, y por supuesto, tengo que sacar su ropa de la maleta y dejarla sobre la cama, porque él es un pobre estúpido. Mientras espero que se dé un baño, me siento en el sofá de la suite y me dan deseos de ponerme a leer, pero tengo tantas cosas en la cabeza que perfectamente podría escribir mi propio libro. Una sonrisa boba se posa en mi rostro y me pongo a pensar en el nombre que le daría a mi novela, no se me ocurre nada, pero sí tengo los nombres de los personajes: él sería Diego, y ella Antonella...«¡Uy, sería genial!»Antonella sería soltera, con un gordito malhumorado rogando que fuera su novio, mientras lo humilla diciéndole que no sirve para nada. A Diego lo pondría como un soltero codiciado, con un hijo pequeño...—¡Esta camisa no me gusta!«¡Claro! En el diálogo pondría a Antonella diciéndole al gordito malhumorado que la camisa no le gusta... ¡Buena idea!»—Gracias —digo.—¿¡Qué no escuchas, estás sord

Diego:El agua fresca recorre nuestra piel, y ya no doy más con el deseo que me provoca esta mujer. Quiero poseerla con fiereza, porque su presencia, timidez y falta de experiencia, que aún no comprendo, me vuelven loco. La acerco a mí y comienzo a besarle descaradamente, y mientras sigue mi ritmo, tomo sus pechos, pasando mi lengua por sus pezones. Al escuchar que gime, bajo mi mano hacia su vagina, comenzando a acariciarle, y, aunque sé que es muy rápido, hago que se voltee aferrándola hacia mí, y sigo acariciando sus senos, mientras beso su delicada espalda. Lentamente se inclina, instruyendo que deseo estar dentro de ella, y sin previo aviso, la penetro, comenzando a embestirla como un loco. Antonella pone sus manos en los azulejos para no resbalar, mientras gemimos a la par, sabiendo que nadie puede escuchar nuestro acto de pasión. Mis embestidas son certeras y duras, por lo que tomo una de sus piernas para que la levante un poco, y con la otra mano me afirmo de su cadera, tres e

Diego:Son las dos de la mañana, el taxi se detiene frente a mi casa. Un hondo suspiro me llena de pesar, no por Marcus, que es mi razón de vivir, sino por Ambra, quien poco a poco se ha convertido en una extraña para mí.Bajo la maleta y avanzo lentamente hacia la puerta. La casa está oscura, sumida en esa quietud que solo existe a estas horas. Entro sin hacer ruido y dejo mis pertenencias en la habitación de invitados. Antes de dirigirme al cuarto de Marcus, me detengo frente a una foto familiar colgada en la pared del pasillo de la planta alta. Una profunda tristeza me invade: en esa simple imagen, la que debería reflejar perfección, se nota con claridad la distancia de una madre hacia su hijo.Resignado, entro a la habitación de Marcus. Me quedo observando cómo duerme plácidamente, respirando con calma, ajeno a la maldad de este mundo. Me inclino a su lado y sonrío con una mezcla de amor profundo y melancolía; aun así, confirmo que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Como si