Al atardecer, una mujer joven llegó frente a la tumba.—¿Usted es? —Camila la miró con curiosidad.—Me llamo Liliana, paciente de cáncer de páncreas —los ojos de la mujer se enrojecieron—. Hace cinco años, la Fundación Mariana me salvó la vida. Vine hoy a agradecerle a su mamá.—Estoy segura de que puede escucharla —dijo Camila.Liliana dejó el ramo de flores y se inclinó. —Mariana, gracias. Gracias a usted pude vivir hasta hoy, y pude ver crecer a mi hijo.Esta escena, la había presenciado demasiadas veces. Todas las personas ayudadas por la fundación recordaban el nombre de Mariana Morales.Lo que su madre había obtenido a cambio de su vida no era solo el arrepentimiento de su familia, sino también la oportunidad de vivir para incontables personas.Cayó la noche, Camila se levantó para irse.—Mamá —miró por última vez la lápida—, una vez preguntaste si nos acordaríamos de ti. La respuesta es: cada día, cada momento, hasta la eternidad.En el camino a casa, abrió el diario que había d
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