POV Isabella.Los días siguientes a la propuesta de Armand fueron una vorágine de emociones. Mis padres no paraban de decir «conde esto», «conde aquello», y sus ojos brillaban con una ambición que me resultaba ajena.Querían que aceptara a Armand sin dudar y que olvidara a Jeremy como si nada hubiera sucedido.—Isabella, hija, ¡ya me veo codeándome con la realeza! —exclamó mi madre, Elena, durante una cena en mi apartamento de Seattle.Mi padre, Carlos, añadió con desprecio:—Jeremy, ese hombre te arruinó una vez, Isabella. Te sumergió en la vergüenza y te hizo renunciar a todo. Armand te sacó de esas ruinas. Él te hizo sentir poderosa de nuevo.Sus palabras, aunque teñidas de su propia codicia, resonaron en mí con una verdad incómoda. Jeremy había cambiado, se había esforzado y había luchado. Su apoyo era incondicional y su amor parecía genuino.Pero el recuerdo de cómo me había tratado en el pasado, de cómo me había ocultado y de cómo su irresponsabilidad había destrozado mi vida en

POV Armand.El regreso a París no fue nada triunfal. No me recibieron como de costumbre, sino que me encontré con una atmósfera cargada de tensión.Mis padres, el duque Enrique y la condesa Leonor, me esperaban en el salón principal del castillo Dubois con el rostro adusto y la mirada fría. Mi decisión de retomar mi compromiso con Isabella y aceptar al hijo de Jeremy no había sido bien recibida.—Armand, ¿te has vuelto loco? —exclamó mi padre, cuya voz resonó en la alta bóveda del salón. Su rostro, generalmente impasible, estaba contorsionado por la ira. —¡Casarte con una mujer embarazada de otro! ¡La gente hablará! ¡Harán cuentas! ¡Todo saldrá a la luz! ¿Crees que la sociedad parisina no sabrá contar los meses que han pasado entre el matrimonio y el nacimiento? ¡Nuestra reputación! ¡La reputación de los Dubois!Mi madre, la condesa Eleanor, a quien Isabella apreciaba mucho al principio y que ahora la miraba con desaprobación, intervino con un tono más contenido, pero con una decepción

POV Isabella.La fastuosa gala de Joseph era como una brillante ilusión, pero para mí cada sonrisa y cada brindis eran un recordatorio de la farsa que se estaba orquestando.Me sentía como una pieza de exposición, con una sonrisa forzada, mientras Armand, radiante de felicidad, se encargaba de presentarnos y de reiterar nuestra reconciliación.Él parecía genuinamente feliz, inmerso en la ilusión del futuro que nos esperaba en París. Mis padres, por su parte, estaban extasiados con la validación social y el prestigio que les proporcionaba la figura del conde.De pronto, el ambiente cambió. Una oleada de murmullos se extendió por el Salón Dorado y todos agacharon la cabeza hacia sus teléfonos. Los periodistas, que antes estaban ávidos de hacernos fotos, ahora tecleaban frenéticamente o hablaban por los auriculares con una urgencia febril.Armand, que había percibido el cambio, frunció el ceño.—¿Qué sucede? Parece que ha ocurrido algo.Una de las asistentes de Joseph se acercó con el ro

POV Omnisciente.El Salón Dorado se había convertido en una zona de guerra mediática. Los flashes eran un asedio constante y las preguntas de los periodistas, una andanada implacable.Joseph Walton, con el rostro enrojecido por la ira y la humillación, intentaba en vano apagar el fuego que él mismo había encendido.—¡Fuera de aquí! ¡Esto es una difamación! —bramaba Joseph, empujando micrófonos; su figura parecía ahora desquiciada.Los titulares en las pantallas de los teléfonos de los invitados confirmaban la pesadilla de Joseph: «El heredero despreciado supera al magnate: Jeremy Walton detrás de Renacer Trading Group».«El imperio Walton en jaque: ¿el hijo rebelde desafía al padre dominante?».El duque Enrique Dubois se acercó de nuevo a Joseph, cuyo rostro era una máscara de hielo.—Joseph, esto es una farsa intolerable. Mi hijo no puede verse arrastrado a esto. Esta alianza, en estas circunstancias, es insostenible.Las palabras del duque fueron como un puñetazo en el estómago para

POV Omnisciente.La suspensión de la alianza con los Dubois supondría un enorme golpe financiero y de prestigio. Las acciones de la corporación seguían bajando, aunque no de forma dramática, sino constante, como una hemorragia lenta.—¡Quiero que lancen una campaña de desprestigio masiva contra «Renacer Trading Group»! —ordenó Joseph a su equipo de marketing y relaciones públicas. —¡Quiero que lo asocien con el lavado de dinero y con prácticas corruptas! ¡Que la gente desconfíe de mi hijo Jeremy!Gabriel Soto, su jefe de relaciones públicas, intentó advertirle.—Señor Walton, el equipo legal desaconseja eso. Jeremy tiene un historial limpio. Podríamos enfrentarnos a demandas por difamación que empeorarían nuestra situación.—¡No me importa! —rugió Joseph. —¡Hagan lo que sea necesario! ¡Compren a los periodistas, si es preciso! ¡Quiero ver a «Renacer Trading Group» en el suelo!Se puso en marcha la campaña de desprestigio. Artículos anónimos en blogs de noticias, rumores en redes socia