POV Isabella.La Corporación Walton, se había convertido en un campo minado de batalla silente. Joseph, con el rostro de piedra, no me dirigía la palabra, salvo para dar órdenes concisas sobre la reprogramación de la boda y la gestión de la crisis de relaciones públicas.Era su manera de controlarme, de hacerme sentir el peso de mi error. Los rumores comenzaban a circular, a pesar de sus esfuerzos, pero nadie se atrevía a preguntar directamente.Mi regreso de París había marcado una línea. Ya no era la Isabella que se doblegaba. Mi prioridad era mi hijo, y lo defendería con uñas y dientes. Pero la soledad, a pesar del apoyo de Heidy, era abrumadora.Ya estaba trabajando en mi oficina, revisaba unos informes de la Corporación, y la señorita Rojas me anunció:—Señorita Rodríguez, el señor Jeremy Walton insiste en verla. Ha estado esperando en la recepción por casi una hora.Mi corazón se paralizó de inmediato. ¿Jeremy? ¿Qué quería ahora? Después de la explosión con Joseph, supe que debí

POV Isabella.El comunicado de prensa de la Corporación Walton y el Grupo Dubois anunciando la «reprogramación indefinida» de la boda fue la mecha que encendió la hoguera mediática en Seattle.Los titulares no tardaron en aparecer especulando sobre un «matrimonio de conveniencia fallido», «diferencias culturales irreconciliables» y la «princesa de los negocios» sin su cuento de hadas.Aunque Joseph y su equipo de relaciones públicas trabajaron incansablemente para contener el daño, la duda ya estaba sembrada.Las acciones de la Corporación sufrieron un leve impacto, lo que supuso un duro golpe para Joseph, pero la alianza estratégica seguía vigente en los papeles. En medio de ese espiral de especulaciones, mi vida cobró un nuevo significado.El zafiro de Armand permanecía guardado en un cajón, anunciándome que mi futuro no tenía que ver con él. Ahora, mi universo giraba en torno a un pequeño retoño que crecía en mi vientre y a la inesperada compañía de Jeremy. Él, el hombre que me hab

POV Jeremy.Salir de la Corporación Walton no fue un acto de rebeldía sin sentido. Era un salto al vacío con un propósito claro: construir algo propio para el hijo que esperaba. Mis primeros días fueron una mezcla de euforia y pánico. Sin el apellido Walton como escudo, el mundo de los negocios era una jungla implacable.Empecé por lo más básico. Contacté con algunos antiguos colegas y conocidos que siempre me habían respetado como persona, no solo por ser el «hijo de Joseph Walton». Algunos me dieron la espalda, pero otros, sorprendentemente, mostraron curiosidad.Mi idea era simple, pero ambiciosa: una consultoría de gestión de proyectos para pequeñas y medianas empresas que Joseph Walton nunca habría considerado. No sería glamuroso, pero sería mío.Mi primera oficina fue un pequeño espacio alquilado en un modesto centro de negocios. Pasaba horas al teléfono, haciendo llamadas, presentándome y vendiendo mi visión. No me abrían las puertas fácilmente. El escepticismo era evidente.—S