POV Jeremy.Los días se arrastraban en una monotonía gris y desesperante. El pequeño apartamento, se sentía como una jaula.Mi única compañía era el eco de mis propios pensamientos y las implacables noticias que me llegaban de la pareja del momento. Las fotos de Isabella y Armand, comprometidos, radiantes, acaparaban cada medio. Cada imagen era un golpe, cada titular, una humillación.Al caer la noche, intentaba ahogar mi amargura con una cerveza barata, de pronto la voz de un programa de chismes de farándula me sacó de mi estupor.—¡Exclusiva! ¡Los detalles de la boda del año! —exclamó la presentadora, con voz melosa. —Fuentes cercanas a la familia Dubois confirman que la unión entre la talentosa Isabella Rodríguez y el Conde Armand Dubois se celebrará en la primavera en el majestuoso Château Dubois en París. ¡Se espera un evento que definirá la temporada social europea!Sentí un ardor en el pecho que no era por la cerveza. Primavera, París y el Château Dubois. Todo lo que yo le habí

POV Isabella.La Corporación Walton bullía con la energía de la nueva alianza. Mi oficina, ahora más que nunca, era el epicentro de decisiones importantes. Y mi mano, con el impresionante zafiro brillando, era el centro de todas las miradas.Las entrevistas con la prensa, las reuniones con Joseph, las videollamadas con Armand y su madre para los preparativos de la boda en París... mi vida era una vorágine de triunfo.Pero en medio de toda esa euforia, algo empezó a sentirse... extraño. Un leve mareo por las mañanas, una fatiga inusual. Lo atribuí al estrés, al cambio de horario, a la emoción.Mientras intentaba concentrarme y revisar unos documentos, sentí una oleada de náuseas tan fuerte que tuve que correr al baño. Heidy, que organizaba mi agenda, me siguió preocupada.—Isabella, ¿estás bien? Te veo pálida. ¿Es el cansancio? Llevas un ritmo infernal.—No lo sé, Heidy —dije, apoyada en el lavamanos, mi rostro sudoroso. —He estado así por unos días. Debe ser el estrés. O quizás algo q

POV Isabella.El secreto me estaba asfixiando. Cada sonrisa, cada caricia de Armand, cada palabra sobre nuestro futuro, se sentía como una traición.La cena con Joseph y su prometiada había sido una agonía. Mi mente giraba, buscando una salida, una forma de evitar la catástrofe que se cernía sobre mí. Los mareos eran más frecuentes, y la ropa empezaba a apretar. El tiempo se agotaba.La tarde siguiente a la cena, Armand estaba en una reunión con el equipo de inversión en la Corporación Walton, y yo estaba sentada en mi oficina, con la vista fija en el mar, mi teléfono vibró rápidamente. Era una videollamada entrante de la Condesa Eleanor Dubois. Contesté, intentando proyectar mi habitual serenidad.—Isabella, querida, ¿cómo estás? —dijo la Condesa, su rostro amable pero con un brillo de preocupación. —Te noto un poco distraída últimamente. ¿Son los preparativos de la boda?—No, Condesa. Estoy bien, solo un poco cansada —mentí, sintiendo un nudo en la garganta.—Bueno, Armand me ha dic

POV Omnisciente.La hora de espera por la llamada del abogado de Armand fue una eternidad. Joseph Walton paseaba por su oficina en la Corporación Walton, con el teléfono en la mano, su rostro era una máscara de tensión.La estabilidad de su imperio pendía de un hilo. Si Armand se negaba a la discreción, el escándalo sería monumental.Cuando finalmente sonó el teléfono, Joseph respondió de inmediato, su voz firme y controlada.—¿Sí, señor Fournier? ¿Qué ha decidido el Conde?La voz del abogado era grave. —El Conde Armand está, como puede imaginar, devastado, señor Walton. Pero es un hombre de principios y, sobre todo, un pragmático. Ha aceptado su propuesta.Un suspiro de alivio, casi imperceptible, escapó de los labios de Joseph.—Excelente —dijo, la tensión abandonando ligeramente sus hombros. —Procederemos con la estrategia de la reprogramación de la boda. Necesitamos que la prensa sepa que sigue en pie, pero que se pospone por motivos de negocios. Mi equipo de relaciones públicas y

POV Isabella.La mañana siguiente en París se sintió fría y desoladora. La cita con el doctor Dubois, el médico de cabecera de la familia, pendía sobre mí como una espada de Damocles.No había forma de escapar, Armand se había mantenido distante desde nuestra conversación, su presencia en la mansión era palpable pero el muro entre nosotros, infranqueable.La Condesa Eleanor, con su habitual elegancia, me acompañó a la clínica privada. En la sala de espera, el silencio era ensordecedor. Me sentía una impostora, una bomba de tiempo a punto de estallar.El doctor Dubois, un hombre mayor de aspecto severo, pero ojos inteligentes, me recibió con una sonrisa profesional.Me hizo una serie de preguntas, su tono era amable, pero su mirada, penetrante. Cuando llegó el momento del examen, mi corazón latía desbocado. Sabía que la verdad sería revelada.Después de unos minutos, el doctor se sentó frente a mí, con los resultados en la mano. La Condesa Eleanor observaba atenta.—Señorita Rodríguez