El atardecer teñía de oro líquido la playa privada de la casa de Santa Cruz del Norte. Las olas susurraban contra la orilla, arrastrando pétalos de flamboyán que marcaban el camino hacia el arco de madera driftwood donde Alexander esperaba, vestido de lino blanco, como en aquella primera boda.Daniela pisó la arena blanca, el vestido de encaje sencillo ondeando alrededor de sus piernas. No llevaba velo—nunca había sido de tradiciones—sino una flor blanca entre el cabello suelto, la misma que Pitri le había puesto detrás de la oreja unos minutos antes."Mi esposa por segunda vez", pensó Alexander al verla acercarse, con Pitri caminando solemnemente a su lado.Los padres de Daniela lloraban discretamente. Raúl, con su mejor guayabera, hacía de fotógrafo. Laura, de dama de honor parada a un lado de Daniela, sostenía a Pitri con una mano en su hombro, ansioso por cumplir su papel de entregar los anillos a la pareja. El cura sonrió cuando intercambiaron votos, esta vez sin papeles ni clá
Leer más