Punto de vista de SerenaLlegué a casa de Mateo con el estómago revuelto al ver una ambulancia estacionada frente a la entrada. Varios vecinos reunieron, hablando en voz baja con caras de preocupación.Dentro, el ambiente era denso, cargado de un silencio incómodo. Los médicos atendían a la madre de Mateo, quien yacía en su cama, frágil y pálida, con una respiración superficial. Mateo estaba cerca, plantado rígido en un rincón, con las manos aferradas al respaldo de una silla y la mandíbula apretada. No lloraba, pero se veía que ya no aguantaba más.Él alzó la mirada cuando entré, y por un instante su expresión se suavizó, con un destello de alivio en los ojos. Me acerqué y coloqué una mano en su brazo, un recordatorio silencioso de que no estaba solo.Uno de los médicos se apartó, y la madre de Mateo me vio. Esbozó una sonrisa, con esa calidez familiar que trascendía todo. —Serena, cariño —susurró con voz débil pero llena de cariño—. Qué bueno que viniste.Me acerqué y me arrodillé
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