—Mauro, ya hemos traído a Diego como ordenaste.Mauro se acercó al vehículo y vio a Diego dentro. Él estaba desplomado en el asiento, cubierto de sangre.Ya tenía una herida de cuchillo en el abdomen que no dejaba de sangrar, y ahora, con la puñalada en el corazón, la sangre había empapado toda su ropa.Diego estaba blanco como el papel, sus ojos comenzaban a perder el enfoque. Al ver a Mauro, preguntó: —¿Eres tú?Mauro sonrió con frialdad. —Así es, soy yo. No me culpes, todo esto te lo has buscado tú mismo. ¿No te das cuenta de quién eres? No mereces a Daniela. ¡Ella solo puede ser mía!Diego esbozó una sonrisa fría. —Daniela... nunca... te... amará.Mauro lo miró con ojos gélidos. —¿Acaso Daniela no está enamorada solo de tu cara? Si te conviertes en un monstruo, ¿seguirá queriéndote?En ese momento, uno de los guardaespaldas se acercó y le entregó a Mauro un pequeño frasco de ácido sulfúrico. —Ten cuidado, este ácido no puede tocar tus manos.Mauro tomó el frasco, destapó la tapa y
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