Una segunda carta ha llegado, y no es menos impactante que la primera. ¿Qué está ocurriendo en ese pueblo?La primera es de mi hermano. Me anuncia que dejará el seminario por una mujer llamada Raquel. Al principio, río ante la idea. Nuestro padre sufrirá un infarto al enterarse: ya no podrá seguir diciendo que uno de sus hijos será Cardenal, y mucho menos soñar con que alcance el papado. Pero, a medida que avanza en la lectura, la risa se disipa. No solo me informa que se ha enfrentará a nuestro padre y agradecerá al Rector del seminario por su educación, lo cual está bien, sino que se marchará a la hacienda Amanecer.No lo entiendo. Mi hermano nunca ha sido un aventurero, pero su educación le ha dado herramientas para ver el mundo con otros ojos. No lo imagino atado a un solo lugar, menos aún a un pueblo apartado. ¿Qué pretendo hacer allí? ¿Trabajar como un peón? No, eso es impensable. Es más inteligente y capaz de lo que él mismo cree. Sin embargo, hay algo que me inquieta. Algo que

Decir que me he quedado de piedra es quedarse corto. Creí que lo más difícil de estar en la Hacienda Amanecer sería resistir la feroz atracción que arde entre Raquel y yo, contener la tentación y mantenernos puros hasta nuestra ceremonia de matrimonio. Pero ahora entiendo que eso es apenas un susurro frente al vendaval que se avecina.Son muchas las personas con las mismas características que Raquel y aunque en un inicio me parecieron intimidantes, tras conocer su historia y lo que quieren para su futuro, eso pasó ahora a un tercer plano.—¿Qué quieren que yo sea qué?La magnitud de lo que esperan de mí es abrumadora. Descomunal para alguien que solo posee teoría y nada de práctica. El señor Pablo y un par de hombres se ríen de mi expresión incrédula, pero no me importa. La idea es una locura.—Este es el mapa del territorio —dice, desplegando un pergamino sobre la mesa—. Este pequeño fragmento es la Hacienda Amanecer, lo que todos conocen. Pero hay mucho más. El terreno en su totalid

Jaime llegó a mi casa en compañía de una joven dama a quien encontró en desventura la noche anterior. Mi madre se encargó de la atención de la mujer y llamó un médico para que la revisara y validara su estado.—Necesito tu apoyo para escoltar discretamente a la Duquesa Elizabeth hasta su residencia —dijo con gravedad—. Lo haría yo mismo, pero tengo asuntos urgentes que atender en este pueblo… incluyendo un duelo.Lo miré, atónito.La Duquesa Isabel. Su nombre había estado en boca de todos desde su secuestro, apenas una semana atrás. La noticia recorrió el país como pólvora, provocando indignación y escándalo. Jamás imaginé que la célebre duquesa fuera una joven… en mi mente, esperaba encontrarme con una mujer mayor, quizás incluso de la edad de mi madre. Después de todo, cuando regresé al país, tuve ocasión de intercambiar palabras con el viejo duque, y bien podría haber pasado por el abuelo de esta muchacha.—Será un honor que mis hombres la escolten en tu nombre —musité, aun procesan

No duermo tan cómodo como me gustaría, pero no puedo quejarme. Poco a poco las cosas se van suavizando con Rosalba. Aunque las marcas de su cuerpo desaparecieron las más importantes siguen ahí y son las del alma. Son tan profundas que aunque físicamente no hay forma en que esté más segura en sus sueños su alma vive en la tortura hasta que hago contacto con ella.Ella lo entendió en la primera noche cuando al abrir los ojos llorosa y con el pecho agitado, me encontró en el suelo con la cabeza tocando su brazo. No sabe de lazos, pero sí que mi presencia la reconforta.—Gracias —fue todo lo que pudo decir.Dos noches después tuvo un sueño especialmente malo por lo que terminó en el suelo conmigo. Volví a sentir su calor en mi piel fundiéndose con mi pelaje y más que gustoso he sido su almohada. En el día no me dejo ver. Sé que no está lista para sostenerme la mirada.Luna Rebeca me ha reprendido, pero poco a poco se está suavizando también. Quiero pensar que Rosalba le da informe de mi b

—¡Dejen de una vez las tonterías! —exclama Rebeca con voz temblorosa. Sus dedos se aferran con desesperación a la nota que acaba de recibir—. Mi hermana podría estar muriendo en este preciso momento.—¿Qué estás diciendo? —pregunto, tratando de encontrar sentido a sus palabras, aunque mi instinto me dice que no quiero escuchar la respuesta.—Marta ha tenido una hemorragia. Ella y… tu bebé están en grave peligro.La sangre se me hiela en las venas.—No es mi hijo —gruño, aferrándome al dolor de su traición, que es mucho más soportable que el abismo que se abre ante la idea de perderla—. Esa… mujer y tu marido eran amantes.—No es posible… —las palabras de Pablo son interrumpidas por Rebeca.Rebeca me fulmina con la mirada, su resolución inquebrantable.—Si no vas ahora mismo a su lado, te juro que jamás te lo perdonaré.Da media vuelta y sale con paso decidido. Detrás de ella, Pablo intenta seguirla.—Te acompaño —dice en un tono que finge ser gentil.—Por supuesto que no —le espeta el