Lucía aceptó el libro, la tentación era demasiado grande como para resistirse. —Gracias, señor Fernández.—Alto ahí, ¿no habíamos quedado en que me llamarías Jorge?Lucía sacó la lengua juguetonamente: —¡Se me olvidó!Eran las dos de la tarde cuando llegaron a Puerto Celeste. Aunque Lucía y su familia no habían viajado en el mismo vagón que Jorge, al salir de la estación, mientras ella se disponía a abrir la aplicación para pedir un coche, lo vio a lo lejos, destacando por su altura.Jorge se acercó sonriendo a Sergio: —Señor, mi coche está fuera, ¿les llevo?Sergio dudó un momento: —No, no hace falta, es mucha molestia. Podemos pedir un taxi.—No es molestia, me pilla de camino —respondió, tomando la maleta y dirigiéndose hacia la salida.—Bueno, pues muchas gracias, Jorge.—No hay de qué.Lucía cerró silenciosamente la aplicación y guardó el móvil.En el coche, Jorge iba al volante manejando con destreza, Lucía en el asiento del copiloto, y Carolina y Sergio atrás.—Señor, ese "Espej
Leer más