｡ ٬٬⌠ Claudia ⌡‧₊˚Las pesadillas se habían convertido en un ciclo imposible de romper. Cada noche me encontraba atrapada en los mismos escenarios: gritos, humo, disparos. Y siempre, siempre, el mismo final: Connor y Venus desaparecían de mis brazos y yo me quedaba sola, inmóvil, incapaz de alcanzarlos.Me despertaba empapada en sudor, con la garganta seca de tanto gritar en sueños. Y ahí estaba él, como un guardián silencioso, sentado en el borde de la cama, con el ceño fruncido y los ojos rojos de cansancio. Connor no dormía. Había asumido como misión personal sostenerme cuando mis propios recuerdos me derrumbaban.Pero incluso con él cerca, el miedo me ahogaba. El miedo era mi verdadera celda. Una celda invisible que me seguía a todos lados: en

｡ ٬٬⌠ Claudia ⌡‧₊˚Me desperté con un peso extraño en el pecho, como si hubiese soñado con cadenas que no me dejaban moverme. El primer destello de alivio fue ver a Connor allí, sentado en el sillón frente a la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Parecía un hombre derrotado, pero al mismo tiempo, el simple hecho de que estuviera conmigo me llenó de aire.—Buenos días… —susurré, apenas un hilo de voz.Él levantó la cabeza de golpe. Sus ojos estaban rojos, no sabía si por falta de sueño o por las noticias que corrían en los medios. En cuanto me vio despierta, la dureza de su rostro se quebró un poco.—Primor… —se acercó de inmediato, tomando mi mano como si necesitara asegurarse de que estaba realmente allí—. No sabes lo que significa verte abrir los ojos.<

｡ ٬٬⌠ Claudia ⌡‧₊˚El sobre apareció en la mesa del comedor como si hubiera nacido allí. No escuché el timbre, no vi a nadie acercarse a la puerta, ni los guardias de Marian reportaron movimiento. Y, sin embargo, al bajar esa mañana, después de una noche de insomnio, estaba ahí.Un sobre grueso, color marfil, con mi nombre escrito en tinta negra, una caligrafía demasiado familiar, demasiado precisa.Temblé incluso antes de tocarlo. Lo reconocí en un instante. Esa letra… Lorenzo.Mis manos se cerraron en puños a los costados. Todo mi cuerpo me gritaba que lo dejara, que lo quemara, que no me expusiera a otro de sus juegos retorcidos. Pero la curiosidad fue más fuerte que la razón. Tal vez porque, en el f