Capítulo 3. Aquel día

Actualmente

El camino a casa estaba cubierto de árboles de jacarandá, sus flores moradas abundaban por ambos lados de la calle debido a la brisa qué las había arrancado de las ramas, dejándolas olvidadas sobre la acera.

Durante la temporada de lluvias era inevitable qué esas flores cayeran, eran frágiles y efímeras, pero quizás esa parte de ellas era lo más hermoso, qué su belleza era solo para admirarse por poco tiempo.

Estaba a un par de calles de llegar, pero en realidad no tenía la fuerza ni la voluntad para dar otro paso más. Cambié el rumbo hacia el interior de un parque vacío, intuí que las nubes grisáceas que se podían divisar en el firmamento y que amenazaban con dejar caer gotas de agua fría, era el motivo por el que el parque y mi banca favorita, qué usualmente siempre estaba ocupados por ancianos o madres paseando a sus bebes, estuviesen vacíos.

Me senté acomodando la falda del vestido color verde pistache qué mi madre había preparado para mí esa la mañana, coloque el estuche de mi máquina de escribir sobre la banca y la observe un momento, no lograba entender cómo era posible que esa cosa tenía el poder para cambiar el rumbo de mi vida. Era pesada, estorbosa y la verdad ni siquiera sabía utilizarla correctamente o al menos eso era lo que decía la nota que llevaba escondida en el bolsillo de mi falda.

Estimado señor Baker:

Es una desgracia para mí informarle el poco esfuerzo que ha demostrado su hija durante mis lecciones estos últimos meses, no tiene el talento y mucho menos la vocación para ejercer como mecanógrafa, sería mejor para usted y para su hija buscar otras alternativas en las que si muestre más interés y respeto. Todo esto se lo expreso con la finalidad de que usted no invierta en un futuro qué claramente su hija no desea tener.

Anhelaba qué esas nubes descargarán sus gotas sobre aquel parque, sería la excusa perfecta para llegar tarde a casa, necesitaba pensar e intentar relajarme un poco. Deseaba destruir ese papel en mi bolsillo y tirar la evidencia en cualquier lado, pero sería muy cobarde de mi parte, tarde o temprano se sabría y prefería ser yo quien les explicase a mis padres por qué no estaba en mi destino ser mecanógrafa, el único empleo viable para no morir de hambre en tiempos de guerra.

Apoye mi espalda sobre la banca y eche mi cabeza hacia atrás para cerrar los ojos y olvidarme por completo de la máquina a mi lado, podía escuchar una voz, no sabía si provenía de aquella máquina o quizás era la voz de mi consciencia la qué me decía: Inútil.

Sentí como una gota de agua resbalaba por mi mejilla, por alguna razón deduje qué había comenzado a llover, pero cuando la segunda gota de agua resbaló, me di cuenta de que en realidad eran mis lágrimas lo que bañaba poco a poco mi rostro.

—¿Te encuentras bien, Emma? —cuestionó una voz angelical cerca de mí, al levantar la vista vi la figura de Bianca Dulliz, la única persona que podía considerar como mi amiga. Su cabello rubio hoy tenía un peinado diferente, estaba suelto y rizado, además su vestido rosa combinaba con el color de sus labios y también el de sus ojos, azules, ella era la criatura más bella y adorable qué había conocido en mis diecisiete años de vida.

Limpie mi rostro al instante, pero ya era demasiado tarde, se sentó a mi lado apartando el estuche color negro de mi máquina de escribir con obvia preocupación en su mirar, arrugando levemente su frente, tal vez tratando de comprender qué me afligía como para llorar en el parque, cuando evidentemente se acercaba una tormenta y ya tenía que estar en casa a esa hora.

—Estoy bien— traté de disimular una sonrisa—lo mismo de siempre.

—Oh, ya veo—musito entornando los ojos deduciendo por sí misma qué era lo que me aquejaba—¿El señor Dudley te sermoneo de nuevo?

—Si—respondí sacando un suspiro, recordando la fea expresión de mi profesor de taquigrafía al momento de regañarme por lo torpe e incompetente qué era para tomar un dictado de diez párrafos, según su opinión.

—No creas nada de lo que dice ese viejo decrépito—alegó con la intención de subir mi ánimo, pero me lo había dicho tantas veces que incluso comenzaba a creerlo, que no era más que un desperdicio de mi tiempo intentando aprender algo que simplemente no era para mí— por favor, tiene cincuenta y tantos años, aún no se ha casado, así que es más que obvio que está frustrado porque va a morir solo. Se las ensaña con los que agachan la mirada y evitan verlo a la cara, deberías tomar valor y demostrarle qué eres más de lo que él afirma.

—Sé cómo es el señor Dudley— me sentí más relajada al saber que no era la única a la que le hacían la vida difícil, pero eso no quitaba el hecho de que era lenta y no podía seguirle el paso a los demás —pero soy yo la del problema, me cuesta tomar notas y mis dedos son lentos al redactar un texto, quizás tiene razón y debería ver otras opciones de empleo.

—No te aflijas—insistió—esfuérzate y si ves que esto no es lo tuyo, entonces véndeme tu máquina y busca algo que te apasione.

—Es fácil decirlo— elevé la vista hacia las nubes qué poco a poco se tornaban más oscuras—cuando no sientes la presión de tus padres y la vida viniéndose sobre tus hombros.

—¿Presión, dices? —cuestionó dejando escapar una risilla casi burlona—tienes diecisiete años, eres joven y tu vida no se ha acabado solo por ser lenta en este oficio, tu vida no tiene por qué girar en una estúpida máquina de escribir. Hay cosas mejores.

Solté una carcajada, su expresión era divertida en alguien que se la pasaba riéndose de la vida, pero quizás tenía razón, aunque lo que me preocupaba en realidad era lo que mi padre diría al respecto ¿Aceptaría qué la mecanografía no era mi profesión? ¿Y mi madre lo haría?

Conocía las respuestas a esas preguntas, mi padre seguramente exigiría más de mi parte y me obligaría a demostrar que era capaz de lograr cualquier cosa y por supuesto, mi madre, me daría ánimos para seguir adelante costara lo que costara. Así era como se suponía tenían que ser los padres, pero poco a poco había comenzado a pensar que no todos podíamos alcanzar los logros que los padres esperaban de nosotros, sabía bien que de una u otra forma, mis padres se decepcionarían de mí.

No quería decepcionar a nadie, pero tampoco quería que mi vida girara en torno a algo que no deseaba, pero, no tenía otra opción.

—¿De qué tanto te ríes? —cuestionó casi mostrándose ofendida por mi reacción, pero la verdad era qué admiraba su tenacidad y rebeldía, quizás por eso éramos buenas amigas, aunque no teníamos mucho en común. Ella tenía algo que a mí me faltaba y quizás yo tenía algo que ella necesitaba en su personalidad, nos complementábamos de alguna forma extraña.

Saqué el papel arrugado de mi bolsillo y se lo di. Ella lo miro extrañada por recibirlo en tan mal estado y posteriormente lo tomo extendiéndolo para ver su contenido. Después de unos segundos de lectura volvió a arrugar el papel, del mismo modo y forma en qué yo se lo había entregado y sonrió.

—Es un bastardo—declaró con una enorme sonrisa que se convirtió en una carcajada. Arrojó el papel al aire y cayó un par de metros detrás de nosotras.

—Mi padre debe firmarlo si quiero entrar a la próxima clase—declare mirando el papel que comenzaba a rodar con la fuerza del viento.

—¡Demonios!

Bianca se levantó inmediatamente y corrió en busca de la nota, la cual debía estar algo húmeda gracias al césped del parque. Lo recogió y sacudió como si eso fuera a quitarle la suciedad qué ya tenía encima, me miro y sonrió.

—Ya estaba hecho un asco antes de arrojarlo—aseguro, echándome la culpa por el mal estado del papel.

—Tal vez, pero aun así debo dárselo a mi padre para que lo firme.

—¿Y no crees que tendrás muchos problemas cuando se lo muestres?

Asentí resignada a ser castigada y quizás encerrada el resto de mi vida o al menos hasta que lograra utilizar bien la máquina de escribir.

Un ensordecedor trueno sonó por encima de nosotras lo que nos obligó a mirar al cielo, sentí que una gota fina cayó en mi mejilla, advertencia de que debíamos llegar a nuestros respectivos hogares antes de que el aguacero nos cayera encima. Bianca me extendió la nota y yo volví a colocarla en el mismo bolsillo de donde la había sacado, me dio el estuche de mi máquina de escribir y nos marchamos de ahí.

Seguimos calle abajo en silencio, Bianca parecía estar muy pensativa y yo pensaba en la mejor manera para revelarle a mi padre sobre la nota.

—¡Espera! —me dijo Bianca deteniendo su andar y por ende el mío también—¿Tu papá firma al final de sus notas periodísticas cierto?

—Si—exprese confundida sin saber exactamente a que se refería.

—Ya sé qué haremos—chasqueo los dedos como si certificará qué en su cabecita rubia poseía la solución a mi problema. Enseguida me tomo de la mano para seguir su paso apresurado por la calle, dando vuelta por la avenida hasta llegar a un puesto de periódico donde generalmente había mucha afluencia, pero una vez más, confirme que la gente había huido de las calles dejando ese puesto casi vacío gracias al mal clima. Bianca rebusco entre los diferentes tipos de periódicos qué tenían grandes títulos como:

"Los terribles bombardeos de Roswell" y "¿Astrea, capacitada para los ataques aéreos?

Hasta que finalmente encontró un pequeño periódico qué gozaba por nombre "El vocero" no tenía muchas secciones, pero el arte de cada hoja lo hacían ver elegante, sin embargo, el título principal de la semana era:

"¿El príncipe bastardo, preparado para atacar a la casa real Vasiliev? "

Esa nota era de mi padre, él tenía la sección qué cubría cualquier cosa, rumor o noticia que implicara a ese personaje al que llamaban "El príncipe bastardo” desde que había comenzado a escribir esa sección las ventas habían mejorado un poco por sus títulos llamativos, pero "El vocero" era un periódico local pequeño y las ventas no se comparaban a las de los otros periódicos de imprentas nacionales qué disponían de oficinas en la capital del reino.

—¿Cuánto cuesta este periódico? —tuvo que gritar al darse cuenta qué su voz fue opacada por un trueno qué sé volvió más y más ruidoso.

—Cuatro reales, señorita—señaló el dueño del puesto. Mi corazón se detuvo del susto al ver que Bianca buscaba en su monedero las cuatro piezas que el señor pedía. Cuatro reales alcanzaban perfectamente para media despensa, quizás hasta más si sabias regatear, pero Bianca le entrego el dinero al hombre ignorando lo mucho que había gastado solo por un par de páginas.

Bianca busco la sección qué había escrito mi padre, cuatro páginas hablando sobre la guerra y la parábola de lo que significaba aquel misterioso personaje: un cambio drástico, pero necesario para el reino y un recordatorio para la familia real de que el poder lo poseía el pueblo y no la corona.

De un momento a otro Bianca saco la única página qué necesitaba, la última y donde se apreciaba la firma de mi padre en la esquina inferior derecha.

—Ten—me dio las páginas sobrantes y rebuscó en la bolsa que colgaba de su hombro hasta sacar un refinado bolígrafo de su interior y una diminuta botellita con tinta negra.

—¿Qué harás con eso?

—Ya verás—indico—Dame la nota del señor Dudley—exigió extendiendo su mano hacia mí. La busqué en mi bolsillo y se la di obedeciendo su orden.

Abrió la botellita de tinta y tomo un poco con el bolígrafo, observó unos segundos la firma de mi padre sobre el periódico y como si se tratase de la suya, firmo la hoja haciendo una imitación casi auténtica, apoyándose sobre el muro del negocio de periódicos.

La miré atónita, sin encontrar las palabras exactas ante su atrevida acción, entre agradecida y molesta recibí devuelva el papel en mis manos.

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