23.2

Abro los ojos, adolorido. El techo forrado de gris del auto es lo primero que veo.

Gruño entre dientes y me acomodo de manera incómoda en el asiento del copiloto.

—¿Te encuentras bien?

Me froto los ojos irritados y cansados. La cara me duele, pero el dolor es bienvenido. Es un gozo enfermizo que me recuerda donde he llegado.

Observo a Carter conducir, él no tiene mejor aspecto que yo; ojeroso, despeinado, desarreglado. Damos una pinta espantosa.

—Sí — grazno —. ¿Cuánto dormí?

—No más de veinte minutos. No parecía un buen sueño — responde seriamente.

Cabeceo, con un suspiro, sin responder.

Era todo lo contrario a lo que piensa. Sin duda alguna, los recuerdos pueden volverse pesadillas de vez en cuando.

Ese momento sería lo ideal, pero en cambio soñé con algo bueno. Una de las miles de cosas que hace que se me retuerce el estómago. Pero no es agradable pensar en ello. Con una mueca, observo la carretera por la que vagamos de vuelta a la casa del padre de Carter. Nick y André se
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