CAPÍTULO 10. ¡Es mi hijo y punto!

Enojado, frustrado, desesperado.

No eran las mejores emociones, pero prefería esas a la vergüenza de mirar a aquella muchacha a la cara.

Tres años habían pasado y seguía siendo la misma cara, la misma expresión perdida que había visto hacía tres años, solo que ahora una tristeza infinita lo dominada todo.

—Yo… lo siento —murmuró con voz ahogada, besando el dorso de su mano mientras le mojada la piel con sus lágrimas, y agradeció a la virgen que ella no rechazara al menos ese gesto.

Victoria lo vio echar atrás la silla y arrodillarse junto a ella, apoyando la frente en su mano.

—Sé que no tengo derecho a pedirlo, pero por favor… perdóname. Lo siento…

—Lo escuché la primera vez —replicó ella y Franco levantó la mirada—. Lo escuché la primera vez y todas las veces que me lo dijiste esa noche… Y también sé que no fue tu culpa.

—Pensé que te había matado —dijo Franco y ella arrugó el ceño—. La única razón por la que no te busqué, por la que no te protegí fue esa… ¡Pero fue mi culpa, yo era
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