Capítulo tres. ¿Amigos?

Emma abrió y cerró la boca por varios segundos y no fue capaz de emitir un solo sonido.

—No hay nada que podamos hacer, Emma. Estamos atados de pies y manos —dijo Ryan.

—Tienes que encontrar una manera de divorciarnos, Ryan. ¡Por Dios, tienes novia! —gritó Emma haciendo que el corazón del hombre se encogiera dentro de su pecho.

—No soy especialista en divorcios, Emma. En los últimos años me he dedicado a otra rama de mi profesión y de todo lo que puedo hablarte es de contratos y es por esa razón que te digo que no podremos hacerlo. Cualquiera que solicite el divorcio debe pagar la sanción al otro.

—No importa, estoy dispuesta a pagar lo que sea necesario, Ryan. Papá va a matarnos —dijo levantándose de la silla y caminando de un lado al otro en la oficina.

—No necesariamente debe enterarse, Emma. Podemos mantener en secreto nuestro absurdo matrimonio y esperar a cumplir las cláusulas del contrato.

—¿Pretendes mentirle por tres largos años?

—¿Tienes una idea mejor? —preguntó poniéndose de pie—. Porque sinceramente yo no.

—Déjame pensar, quizá si le hablamos con la verdad, él pueda encontrar una manera de…

—¿Y qué piensas decirle sobre nuestra noche de bodas? Ni siquiera recordamos lo que pasó entre nosotros, Emma. Y, ¿sí estás embarazada?

La muchacha se sentó de golpe al escuchar las palabras de Ryan. Ella sinceramente no había pensado en las consecuencias de aquella noche y mucho menos llegar a pensar en… ¿Un bebé?

—Debemos esperar unas semanas y si comprobamos que no hay bebé a bordo, entonces veremos qué podemos hacer. Ahora lo mejor será que te saques la argolla y el anillo de compromiso.

Emma levantó su mano, ni siquiera se había dado cuenta de que los traía puesto, como si fuera algo ya suyo. Pero como no lo era; se quitó la argolla rápidamente, sin embargo, no tuvo el mismo éxito con el anillo de compromiso. El bendito anillo se le había atorado.

—¿Cómo diablos lo metiste? —preguntó Emma y al darse cuenta de su pregunta añadió—. Quiero decir el anillo.

—Pues no tengo idea, ¡no recuerdo nada de lo que hicimos! —exclamó mientras él intentaba retirar el anillo del dedo de la muchacha.

—¡Deja! Me haces daño. Intentaré quitármelo al volver a casa. Por cierto, papá te ha invitado a cenar esta noche.

—¿A cenar?

—Sí, dijo que tenía que hablar con nosotros sobre algo importante, no le presté mucha atención, así que ya sabes —dijo Emma apartando la mano de Ryan.

—Bien, entonces allí estaré.

—Por cierto, le dije que pasé la noche contigo, y…

—¿Te volviste loca? ¡Por Dios, Emma! —Ryan sentía que un día de esos la niña iba a provocarle un infarto.

—Pues no, pero tampoco le dije mentiras. Él me preguntó y yo respondí. Le dije que había fingido ser tu novia para salvarte de una loca modelo que se había prendado de ti y que te invitó a un antro. No creo que te pregunte sobre eso, pero si lo hace ya sabes qué decir. Te veo en casa esta noche —dijo al salir de la oficina de Ryan.

♦—♦—♦♦—♦—♦

Emma caminó a su oficina con miles de pensamientos en su cabeza. La más preocupante era la posibilidad de haber consumado su noche de bodas con Ryan y que como consecuencia quedara embarazada.

«¿Será posible que a Ryan aún le funcione? Papá y mamá no han tenido más niños luego de los gemelos», pensó.

Quería suponer que Ryan ya no era capaz de levantar pasiones, de lo contrario no dormiría en las siguientes semanas hasta saber si estaba o no embarazada.

—Emma…

La voz de Nicholas le hizo detenerse abruptamente.

—¿Quién te dejó pasar? —preguntó al verlo sentado en la silla detrás de su escritorio.

—Somos novios, casi prometidos.

—¿De verdad? —preguntó Emma aferrándose con fuerza al contrato matrimonial en sus manos.

—Emma, no quiero pelear contigo y mucho menos terminar nuestra relación por un error. Angélica y yo no somos nada en realidad. Fue un momento de debilidad. Quizá fue porque te has negado a consumar nuestra relación. Soy un hombre joven, y tengo necesidades que si mi novia no es capaz de cumplir…

—¿Estás culpándome por tu traición? No puedo creer que seas tan cínico y encima que te agarré con los pantalones abajo y la polla enterrada en Angélica. Tengas el descaro de decir que es mi culpa.

—Me equivoqué, Emma, por favor, perdóname. Te prometo que no volverá a ocurrir, es más, despediré a Angélica si eso te hace feliz.

—¿Quieres hacerme feliz?

—Sí, te juro que viviré para hacerte feliz —respondió Nicholas poniéndose de pie y dibujando una sonrisa sexi en su rostro.

—Lo único que puede hacerme feliz es que te largues de mi oficina y no vuelvas jamás.

—¿Qué? —Nicholas palideció al escuchar las palabras de Emma.

—¡No puedes estar hablando en serio! Cualquiera se equivoca, Emma. Ninguno es perfecto.

—Estoy de acuerdo contigo, pero te recuerdo que tú solamente me quieres; sin embargo, no me amas y yo no soy una mujer a medias. Arriesgué la relación perfecta que tengo con mis padres por ti, que ni siquiera vale la pena. Lárgate y no regreses porque la próxima vez te aseguro que no pasarás de la primera puerta —Emma abrió la puerta de la oficina para que Nicholas saliera, pero el hombre permanecía petrificado delante de ella.

—No puedes hacerme esto y no lo harás. Hablaré con tus padres y le diré que hemos consumado nuestra relación y que te niegas a casarte conmigo —dijo como último recurso.

—No me importa lo que hagas, Nicholas, y por favor, sal de una m*****a vez de mi oficina que no tengo tiempo —pidió.

—Me iré, pero te aseguro que volveré. Tú me amas —dijo saliendo de la oficina como si el diablo le pisara los talones.

Nicholas no podía pensar en otra cosa que no fuera la amenaza de su padre y la verdad que caía sobre sus hombros como losas. Estaban en la ruina y solamente la fortuna de los Collins podía salvarlos.

Entre tanto, Emma tuvo que sentarse por temor a caer de bruces. Ella nunca llegó a creer que el amor podía doler tanto. Había perdido y desperdiciado cinco años de su vida, cinco años invertidos en un hombre que no valía nada. Un hombre que pensaba que podía engañarla, acostarse con otra y venir a decirle que simplemente se equivocó.

—¿Emma? —Ryan no pudo evitar escuchar los sollozos que salían de la oficina de la muchacha. Lloraba tanto que su corazón se agitó dentro de su pecho.

Sabía que la cuestión de su matrimonio no era fácil y debió suponer que para Emma era mucho más difícil de llevar y aceptar. Ella estaba perdidamente enamorada de Nicholas, el mocoso del demonio que solamente quería tenerla como un trofeo y convertirla en su benefactora.

—Ryan —susurró Emma.

Lo último que ella podía imaginarse era tener a su esposo viéndola llorar por su novio. Que loco se escucharía decirlo en voz alta. Nadie sabía, nadie debía saber.

—¿Estás bien? —preguntó sin atreverse a tocarla.

Esta situación era mucho más rara que siempre. Ellos peleaban y discutían por todo y por nada, pero ver a Emma llorar era sin duda una de las cosas que jamás disfrutaría.

—Sí, estoy bien. ¿Ya te vas? —preguntó luchando porque el sonido de su voz fuera claro.

—Sí, voy a llevarle algunos documentos a tu padre sobre el proyecto de Miami que me ha solicitado hace unos minutos, ¿vienes? —preguntó.

Emma negó.

—Ve adelantando los papeles para mi padre, yo pasaré por una botella de vino para mi madre —dijo para ganar tiempo y recomponerse.

—De acuerdo, entonces… ¿Amigos? —preguntó.

Emma miró la mano extendida hacia ella y por un momento dudó en aceptar aquella tregua, pero por un bien mayor debían intentar por lo menos llevarse mejor.

—Amigos —dijo estrechando la mano masculina.

Ryan salió de la oficina y minutos más tarde, Emma hizo lo mismo.

♦—♦—♦♦—♦—♦

Ryan salió de la oficina y se dirigió a la mansión Collins, tenía algunas cosas que discutir con Michael que eran de suma importancia para la empresa. Pero siendo sincero, lo último que quería era enfrentar a su mejor amigo. ¿Con qué ojos iba a mirarlo a la cara? ¿Cómo haría para verlo y no pensar que existía una muy grande posibilidad de haberse acostado con su hija?

Negó con un movimiento de cabeza para alejar aquellos pensamientos, o estaba seguro de que Michael terminaría leyendo la verdad en sus ojos.

—¡Ryan! —los gemelos corrieron a su encuentro.

—Hola, chicos, ¿Cómo están? —preguntó mientras los adolescentes caminaban a su lado al interior de la residencia.

—Bien, mamá nos ha llevado a comprarnos una tablet nueva para nuestros programas de diseño. Te aseguro que te haré el mejor auto —dijo Peter, quien era un amante de los autos de carreras.

—Ya lo creo, Peter, tienes un gran talento y llegarás muy lejos —le animó.

—Pues yo voy a diseñar la mejor casa que puedas necesitar. Será mejor que esta —dijo en un susurro y así los chicos y Ryan terminaron llegando a la sala.

—Hola, Natasha —saludó a la hermosa mujer sentada en el sillón bebiéndose una taza de té.

—Hola, Ryan ¿Cómo estás? —preguntó poniéndose de pie para saludar con un beso al hombre.

—Bien, con mucho trabajo, pero no puedo quejarme —dijo.

Sinceramente, ahora agradecía tener trabajo para no pensar en nada más. Bueno, a excepción de Emma, a quien tenía que mirar todos los días y dejar de pensar en lo que pasó y no pasó entre ellos era tarea difícil.

—Me alegro tanto que todo esté marchando sobre ruedas en la empresa y espero que Emma no esté gastándote bromas como antes —dijo sin poder ocultar su risa de diversión.

«Si tan solo supieras», pensó Ryan.

—¿Michael? —preguntó para cambiar de tema y hablar de asuntos menos peligrosos que Emma Collins.

—En la biblioteca esperándote —dijo con una amable sonrisa.

—Entonces será mejor que me dé prisa —Ryan se disculpó y caminó hasta la habitación donde su amigo se encontraba.

Una hora más tarde, Emma volvió a casa, agradeció no encontrar a nadie en la sala y escapó a su habitación para darse una ducha rápida.

Emma dejó que el agua relajara su cuerpo, cerró los ojos y trató de recordar lo sucedido con Ryan la noche anterior, pero los recuerdos simplemente no llegaban, por lo que decidió apartarlos de su mente. Salió de la ducha y se vistió con unos jeans y una camiseta de tiras.

Se maquilló para cubrir las bolsas que se habían formado bajo sus ojos por culpa del llanto de horas atrás y solo entonces se sintió preparada para enfrentar a su madre, a quien no había visto en más de veinticuatro horas. Con un último vistazo de su imagen al espejo salió para encontrarse con su madre en la escalera.

—Mamá —saludó.

—Cariño, lamento no haberte despertado esta mañana, pero salí con los gemelos muy temprano y no quise molestarte —dijo Natasha quien sabía que su hija trabajaba hasta altas horas en la empresa.

—No te preocupes, mamá, todo está bien. ¿Conseguiste lo que fuiste a buscar? —preguntó abrazando a su madre por los hombros y caminando hacia el comedor.

—Sí, Peter y Patrick quedaron encantados y ya andan ofreciendo sus servicios a Ryan. Afortunadamente les tiene paciencia. ¡Por Dios a ese hombre le hace falta tener un hijo para conocer lo mejor de la vida! —dijo Natasha haciendo que Emma se ahogara con su propia saliva.

—¿Qué pasa cariño? —preguntó.

—Nada, mamá, no es nada —«No pidas cosas que pueden hacerse realidad», pensó Emma con terror.

—Entonces, será mejor que nos demos prisa, tu padre quiere hablar contigo antes de la cena, te espera en la biblioteca.

—Te amo, mi cielo —Emma le dejó un beso y caminó hacia donde su padre y seguramente Ryan esperaban.

—Papá

—¡Cariño! Pasa, pasa. Te hemos estado esperando —dijo moviéndose en su silla un tanto inquieto.

—¿Qué sucede? —preguntó sin mirar a Ryan. No tenía el valor para hacerlo.

—Pues estamos a punto de inaugurar una nueva sucursal en Miami y he decidido que no hay mejor equipo que ustedes para trabajar y sacar avante este nuevo proyecto tal como lo hicieron en Florida.

—¿Qué?

—Necesito que se hagan cargo de trabajar en Miami, no será por mucho tiempo, no creo que sean más de seis meses.

—¡Seis meses!

—Sí, tengo todo preparado. De hecho, confío tanto en ti, Ryan, que te pediré que vivas en la misma casa que Emma para tener la seguridad de que siempre estará protegida.

—¿¡Qué vivamos en la misma casa!? —gritó la pareja mirándose con terror.

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