Capítulo 4

—Gracias, señor Rivas —dijo después de unos segundos de silencio—. Estoy muy contenta por la oportunidad que me ofrece.

—Bien —el rostro de Vicente Rivas se relajó un poco al ponerse de pie y tenderle la mano por segunda vez—. Bienvenida formalmente a las empresas Rivas, señora Espinoza. La señorita Romero se encargará de darle su contrato para que lo firme.

— Gracias, señor… Quiero agradecerle porque me defendió de la señora Amelia. Pero no debió…

 —¿Prefiere cederle su puesto a la señorita Landa? — preguntó con una sonrisa.

Sofía sonrió, pero pensó.

"¿Ya se le pasó el mal humor? ¡Confirmado es bipolar!"

—Preferiría no estar en malos términos con la señorita Sarmiento.

—Yo me ocupo de ella —dijo, sentándose en su escritorio—. Usted demuéstreme que merece la posición que se ganó.

—Pienso hacerlo, señor —dijo con ánimo renovado— ¿En qué puedo ayudarle, además de traerle un café para iniciar bien su día?

Él alzó la mirada con una mueca, y deslizó su taza de café vacía hacia ella. —Igual que el viernes, si es tan amable —dijo—. Y cuando regrese, póngase en contacto con la gente de Sistemas para que le habiliten una cuenta de correo electrónico y acceso a nuestras bases de datos. Hasta entonces limítese a contestar el teléfono.

Asintió, tomó su taza, y se dirigió a la puerta.

“¿Por qué no puedo dejar de sonreír como tonta?” — pensó mientras le preparaba su café.

Cuando regresó, él tomó la taza, dio un sorbo, y asintió con los ojos cerrados.

—Excelente.

—Con permiso, señor Rivas —dijo antes de salir de su oficina

Sentada en su escritorio, Sofía consultó su reloj, y se asombró al ver que casi era hora de comer. La entrevista y su papeleo personal le había ocupado toda la mañana.

Sofía se sintió deprimida, porque ese hombre le influenciaba su estado de ánimo, si le sonreía la ponía nerviosa y si estaba molesto la irritaba. Tenía que aprender a controlarse, no es posible que toda la seguridad que sentía por la mañana se había desvanecido por culpa de ese hombre frío y antipático.

Caminó con rapidez hasta el centro comercial donde había quedado con María Hernández. María ya estaba en la cafetería y, al verla, acercó una silla para Sofía.

— ¿Y bien? —preguntó—. ¿Cómo te ha ido en tu primer día de trabajo?

Sofía dejó caer la silla.

—Estoy muerta —comentó.

—Ya lo noto —sonrió María con simpatía—. Te pediré algo de comer.

Después de comer un sándwich y beber una taza de café. Le contó la odisea de su entrevista de trabajo.

— ¡Cómo te dije el propio jefe al verme me contrató!

—A las humildes mecanógrafas nos entrevista el jefe de personal. Ni siquiera hablamos con el señor Rivas. ¡Qué suerte tienes!

— ¿Suerte? ¿Y si la entrevista la hace señorita Sarmiento?

— ¡Es la amante del jefe!

— ¿Son amantes? ¡Con razón me odia!

—Si por ella fuera contrataría alguien mayor que la señorita Romero— Las dos se rieron al mismo tiempo. —Me imagino que te sorprendiste que ella estuviera haciendo las entrevistas. No entiendo, había escuchado que la encargada de la selección de secretarias, era la señorita Romero. Probablemente, la “bruja” convenció al jefe de escoger a las candidatas para espantar a todas las bonitas. Pero el jefe te vio primero, ¡Qué cómico!, ¡Buena suerte para ti! ¡Y mala suerte para ella!

— ¿La bruja? Si ese apodo le queda bien.

Esa tarde, cuando iba hacia su casa, Sofía fue presa de un sentimiento de culpabilidad después de dejar a María. Llevaba esperando mucho tiempo, lo había planeado todo para lograr sus fines, incluso había utilizado a la pobre María. Se sintió mal al recordar el interés que había puesto para lograr la amistad de esa chica. Néstor se hubiera horrorizado ante su falta de escrúpulos. Él había sido un hombre ejemplar, honesto y leal. Y demasiado joven para morir. La garganta de Sofía se cerró al evocar a su marido. Había muerto en un accidente aéreo. A pesar de que habían pasado más de tres años, a Sofía le costaba trabajo creerlo. Un día era una mujer amada; al siguiente, una viuda desamparada.

Algún día, le contaría todo a María Hernández, confesaría sus razones para iniciar esa amistad y para negarse a verla por las tardes. A Sofía le gustaría tomarse un café o ir al cine con ella. Pero era imposible. El riesgo era demasiado grande. Para que su plan tuviera éxito, Sofía sabía que su vida privada debía permanecer así, tan privada como fuera posible.

“Cuanto odio estos secretos” —reflexionó irritada, mientras caminaba por la avenida bordeada de árboles y casas, donde Néstor y ella habían establecido su hogar. Suspiró. Era absurdo sentir tristeza por el pasado. Hacía mucho tiempo que había escogido este camino. Pero Sofía sospechaba que el señor Rivas no la consideraba una secretaria muy apropiada. No podía culparlo, a ella tampoco le agradaba ese hombre. Pero después de todo el trabajo que le había costado transformarse en una secretaria perfecta, sería decepcionante que fallara en la recta final. Sofía entró en la casa marcada con el número cuarenta y gritó.

—¡Ya estoy aquí!

 Se quedó inmóvil en el vestíbulo, un bebé regordete de un año empezó a caminar hacia ella, después se sentó de golpe en la alfombra, con la carita sonriente y triunfal y le tendió los brazos.

— ¡Gabriel! —Exclamó Sofía feliz, riéndose, y emocionada, al mismo tiempo que cogía en brazos al niño y daba vueltas por la habitación, apretándolo con fuerza—. ¡Oh, Gabriel, eres un bebé muy, muy inteligente! ¡Has caminado! ¡Mamá se siente orgullosa de ti!

****

Una joven salió sonriendo de la cocina, con una niñita pisándole los talones. — ¡Hola Sofía!

— ¡Por fin lo ha conseguido!

Sofía se detuvo y dejó de besar la cara de Gabriel

— ¿Cuándo? ¿Cómo?

—Estaba gateando en el jardín, después de la comida, y de pronto le he dicho que ya era hora de comenzar a andar igual que Vanesa. Gabriel se ha quedado mirándome fijamente y después se ha levantado apoyándose en su andadera y ha venido hacia mí, como si me hubiera comprendido.

Sofía apoyó al bebé sobre su cadera y movió la cabeza, maravillada.

—Pensé que seguiría gateando hasta que fuera a la escuela, no parecía tener mucha prisa por aprender. Vamos a tomar un jugo de naranja para una celebración.

Sofía comenzó a bailar por el cuarto con Gabriel en un brazo y Vanesa en el otro, hasta que cayó con ellos al suelo, riéndose.

—Así que lo has conseguido, Sofía. Es oficial, ya trabajas para la empresa Rivas —sonrió Marta, sentándose en el suelo, con su propio vaso de jugo. Marta arrulló a su hija y miró a su amiga con ojos ansiosos por encima de los rizos de la niña. — ¿De verdad crees que vengarte va a ser tan satisfactorio cómo crees?

—Quieres decir que la venganza es un arma de doble filo y todo lo demás, ¿No es así?

—No va con tu personalidad, eso es todo. Bueno, tienes mal carácter cuando te enojas, pero tienes un gran corazón. Me pregunto si llegarás hasta el final.

Sofía contempló atónita a la muchacha.

— ¡Claro que lo haré! Ha sido la motivación más grande de mi vida desde qué... —titubeó.

—Desde que tu hermana Mari murió —finalizó Marta por ella y suspiró—. Lo sé. Y me preocupa. Aunque tu plan de venganza contra Ernesto Rivas tenga éxito, no le va a servir de nada a Mari, ni a ti tampoco. Y, además, tienes que pensar en Gabriel.

Al oír su nombre, Gabriel se puso de pie, apoyándose en el codo de su madre con una mirada imperiosa en su carita regordeta.

—Din-dins —dijo con firmeza.

—Está bien, está bien —accedió Marta—. Hora de bañarse.

—Din-dins —repitió el niño y Sofía le sonrió a Marta antes de decir.

—Te prometo que Gabriel no resultará afectado. Siempre lo consideraré lo más importante en mi vida. Se lo prometí a Marina en su lecho de muerte.

—Ya es hora de que consideres otras cosas —Marta se encogió de hombros—, como volverte a casar.

Sofía negó con la cabeza.

—De ninguna manera. Me voy a dedicar a Gabriel. No quiero empezar una relación por soledad, porque fracasaría.

Marta y Francisco Blanco eran los inquilinos de Sofía y ocupaban los dos pisos superiores de la casa. Durante la semana, Marta cuidaba de Gabriel, y también de su hija Vanesa. A cambio, los fines de semana era Sofía la que se encargaba de los niños, mientras Marta y Francisco trabajaban en el ático. Marta pintaba acuarelas de flores y frutas, mientras que Francisco, que era odontólogo, en una clínica, se dedicaba los fines de semana a su hobby particular, el grabado. El arreglo funcionaba bien. La interdependencia de las dos familias se desarrollaba sin obstáculos, porque las reglas eran elásticas; estaban abiertas a adaptaciones de última hora.

—No tienes por qué ser tan pesimista, no puedes estar segura de que vas a fracasar si comienzas una relación—dijo Marta, sentándose con las piernas cruzadas sobre la hierba.

—Bueno, por el momento voy a seguir con mis planes.

—¿Planes de venganza?

—Exacto.

—No vas a cambiar de opinión, ¿Verdad?

—No, voy a cumplir lo que un día le juré a mi hermana, solo tengo aguantar a Vicente Rivas, para poder llegar hasta Ernesto Rivas y arruinar su matrimonio. Según María, Ernesto es el segundo al mando, pero muy pocas veces se para por la empresa, únicamente se presenta en reuniones extraordinarias, o cuando se lo pide a su hermano porque está dedicado a su familia, viven en una especie de finca. A propósito, también tengo que armarme de paciencia para soportar a la loca de la amante de Vicente Ribas, es posesiva con él, es algo como “míralo, pero no lo toques”

—¡¿Qué?! ¡Por dios cuéntame!

Sofía le contó toda la odisea con Amelia Sarmiento, desde de la entrevista de trabajo hasta el gafete desactivado.

—¡Sofía tienes que tener cuidado con esa mujer! ¿Ves? ¡Ahora voy a estar preocupada! No solo por tus planes de venganza, sino por esa loca mujer.

—Tranquila, que no me va a pasar nada. Todo está bajo control.

—Está bien, sabes que te apoyo pase lo que pase.

Sofía suspiró y le dijo.

— A ese hombre le ha dado un ataque de nervios porque no he puesto en la solicitud que soy viuda.

—¿En serio? Quizá le gustas. —le dijo sonriendo con malicia.

— ¡No digas tonterías! —Se rio Sofía—. Su único interés consistía en asegurarse de que sabría manejar sus modernos ordenadores sin ninguna vigilancia mientras él viajaba alrededor del mundo para atender sus negocios.

— ¿Qué aspecto tiene?

—Autoritario, odioso y quizás sea bipolar o es exceso de cafeína.

— ¡Cielos! En el aspecto físico.

—Tengo que reconocer que es guapo.

Marta la miró con curiosidad

—Entonces todavía no has visto a su hermano.

—No estoy segura, el día de la entrevista, en la oficina de Vicente Rivas, estaba una pareja de una mujer rubia y un hombre bastante parecido a mi jefe. Pero no lo detallé porque estaba ansiosa porque me contratara —Sofía bajó los ojos—. La oficina de Vicente Rivas ocupa el último piso de su lujoso edificio, y únicamente está acompañado por la señorita Romero. La oficina de su hermano debe estar en otro piso. En algún momento lo conoceré.

Marta estaba ansiosa por oír algo acerca de la señorita Romero, cuyo nombre había sido mencionado con frecuencia en las últimas semanas.

Un súbito grito de Gabriel puso fin a esa tranquila conversación. Sofía se levantó del corralito y le pidió que le demostrara de nuevo su recién adquirido talento. Soltó la mano regordeta y se retiró. Gabriel la siguió tambaleándose. Vanesa rogó que le permitieran bañarse con Gabriel y Marta desvistió a los dos niños, mientras Sofía se cambiaba de ropa y se ponía unos pantalones vaqueros y un jersey de algodón. Cuando entró en el baño, Marta estaba arrodillada, supervisando una carrera de patitos, en medio de gritos y chapuzones. Sofía se sintió de pronto exhausta, pero se unió a la alegría general con una sonrisa. Enjabonó el pequeño cuerpo de Gabriel, lo aclaró y le secó los cabellos sedosos y oscuros. Después, Marta se llevó a Vanesa a cenar al segundo piso y Sofía le dio al hambriento bebé una tortilla y un zumo. Más tarde le contó un cuento y el ritual terminó con una canción. La canción de siempre, pues Gabriel se negaba a dormirse sin escuchar “El patito azul”. Después, lo llevó a la cuna que estaba en una habitación contigua a la suya.

Más tarde, mientras daba de comer a Gabriel, recordó las palabras de Marta, y se dijo que su amiga se equivocaba. Lo último que necesitaba era un hombre en su vida. Trató de concentrarse en el cuento nocturno, pero su mente divagaba. ¿Cuántas solicitudes habrían recibido para el puesto? María le había dicho que docenas y Sofía sintió que tenía derecho de sentirse orgullosa por la simple razón de que había sido elegida. Una vez en la cama, Sofía tardó mucho, muchísimo tiempo en dormirse, a pesar de que necesitaba descansar. Gabriel era un ángel y se dormía temprano, pero también se despertaba al amanecer, lleno de energía. Sofía se levantaba a las seis y media, tomaba una ducha y daba de desayunar a Gabriel. Luego jugaba con él una hora antes de vestirse para empezar la jornada. Como mínimo comía con el bebé tres veces por semana, a no ser que tuviera una cita con María Hernández. Solía quedar con ella una o dos veces por semana para que le diera información de primera mano sobre las empresas Rivas. A pesar de que ya no la necesitaba, quería seguir viéndola, pues sentía un gran remordimiento por haber cultivado su amistad con fines totalmente interesados. Si no hubiera sido por Gabriel, la hubiera invitado a comer a su casa para demostrarle su agradecimiento. Pero pensaba que cuantas menos personas conocieran la existencia de Gabriel. Sería mejor para sus planes.

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