Esposa de Alquiler.
Esposa de Alquiler.
Por: Alfonso Ippa
Flechado.

                                                                               JEREMIAH

—Andy, ¡¿estás seguro de que este lugar es de fiar?! — le grito a mi mejor amigo tratando de que mi voz sobrepase el sonido elevado de la música que ahoga cualquier otro ruido.

La canción que resuena por los altavoces es conocida: I Can’t Get Not Satisfaction de los Rolling Stones, sin embargo, su volumen es tan elevado que las paredes de cristal del negocio, retumben. Estoy sorprendido por el sitio que Andrés ha escogido esta noche.

—Cálmate, Jeremiah. ¿A caso ahora me saldrás santurrón? — se mofa de mí.

Mientras saluda con una sonrisa a la chica de la puerta para que nos ubique en una mesa, contemplo boquiabierto todo el espacio. El diseño es prácticamente una amplia cabina de cristal, alumbrada con luces rojizas que les dan un aspecto parecido a los laboratorios de fotografía. En el centro, una especie de tarima oscura con un tubo en el centro de mental, me invita a pensar toda especie de cosas pecaminosas. Hay mucho espacio, aunque pocas mesas, cosa que dice que hay cierta exclusividad de este tipo de negocio.

La chica de la puerta, vestida con un traje de falda corta y top de cuero negro, que deja muy poco a la imaginación, lleva puesta una peluca azul que me parece demasiado chillona para mi gusto, pero imagino que va con la temática del lugar.

—Buenas noches, caballeros — leo sus labios ya que no puedo escuchar su voz.

Nos dirige hasta un apartado con grandes sofás rojos mullidos y de terciopelo. Parece una pequeña cabina y para mi sorpresa, en esta parte del negocio la música no es tan molesta como en la puerta. Estamos ubicados justo enfrente de la tarima, dejando una muy buena visión para el show que van a presentar.

—Me dicen que el show es asombroso — asegura él, ordenando dos coñacs en las rocas.

Yo lo miro dudoso. Aunque soy un chico intrépido, amante de las fiestas y de las nuevas aventuras, no me gusta pagar para estar con una chica en la cama. Prefiero las relaciones de mutuo acuerdo y Andrés parece leer mi expresión, porque no se contiene y me empuja con el codo para animarme un poco.

—Relájate, hombre, que pareces un pillo de apenas quince años al que lo llevan por primera vez a un antro.

Abro la boca para replicar su chiste tonto, pero antes de que pueda hablar, mi atención se desvía al escenario. Han apagado las luces y el único foco encendido alumbra hacia el centro de la tarima, donde la sugerente barra de metal aguarda. La música ha cambiado, ahora los primeros versos de la canción Feeling Good en voz de Nina Simone se escuchan en todo el lugar. Sincronizada con la música, y desde atrás de bambalinas, aparece una chica que genera el vitoreo de varios caballeros que no puedo ver, pero sí escuchar, dado que las cabinas impiden ver a ambos lados.

La bailarina va vestida con un uniforme de policía de camisa azul claro y pantalón oscuro muy ajustado. No está mostrando ni un ápice de su cuerpo color canela, excepto los brazos que van descubiertos, lo que la distingue a las demás chicas que andan por el lugar enseñando demasiado, sin embargo, sus curvas voluptuosas se han robado mi mirada y mi aliento. Parece ser latina, pienso mientras mis ojos siguen cada uno de sus movimientos. Se mueve con sensualidad al compás de la canción. Sus manos se aferran con fuerza al tubo, mientras yo estudio cada curva de su cuerpo. A parte del tentador escote que insinúa un par de pechos turgentes que me llaman mucho la atención, no hago más que contemplarla. Con botas negras de tacón de aguja que calzan sus pies, me deleito en toda su imagen. Tiene el pelo cobrizo rizado, que cae en grandes ondas alrededor de su cara. Trae puesto una gorra oscura también de policía que oculta su rostro para mi pesar, aunque su cuerpo me ha hechizado. No es la típica modelo delgada con las que me suelo ver. Ella es curvilínea, una mujer voluptuosa, extremadamente sensual.

A medida que la canción va aumentando su intensidad, también lo hace ella. Es una artista, porque juega con la barra como una experta, sosteniéndose con sus manos y pies mientras se mueve por el lugar, columpiándose de ella como si fuera un mono. Para mi sorpresa, se baja de la barra y los vítores aumentan. La luz la sigue por todas partes, pero cuando se dirige a los escalones para bajar hacia las mesas, especialmente hasta la mía, mi respiración se agita.

Simone resuena en los altavoces, en el clímax de la canción, su voz tan exótica y fuerte eriza la piel, tanto o más como los movimientos de esta mujer. ¿Quién es esta mujer? Necesito conocerla. Mi cuerpo está alterado, mis dedos ruegan por tocarla. Mi pulso se vuelve más irregular cuando la veo acercarse a mí. En la penumbra de la cabina, siento que la temperatura sube unos cuantos grados. Ya el jean y suéter negro que traigo puesto me resultan demasiado asfixiantes. Está justo en frente de mí y mis ojos la miran con asombro. Ahora que está cerca, puedo contemplarla un poco mejor, aunque en la penumbra, apenas alcanzo a contemplar su boca. Tiene unos labios carnosos, pintados de rojo. Su aroma es delicioso y su cuerpo, que de por sí era llamativo, ahora que está cerca se percibe muchísimo mejor.

—Dime tu nombre — le ruego mientras ella se da la vuelta para regresar al escenario, tras brindarme un mini baile privado, en el cierre de la canción.

En el hechizo me pongo de pie, hipnotizado por sus encantos. Ella se gira al pie de los escalones y me brinda una sonrisa que me eriza hasta las cejas. Me guilla un ojo y se marcha cuando la canción llega a su fin y yo me quedo flechado por ella.

—Te dije que te iba a gustar el lugar — escucho la voz de Andy, que se burla de mí.

Me giro bruscamente, ya sin el más mínimo interés en la otra chica que ha empezado a bailar, decidido a una sola cosa: conseguir el nombre de esa enigmática mujer y hacerla mía.

                                                                             ********

Un sonido molesto me arranca de mis sueños y me espanto, levantándome de la cama a toda prisa. Todo está oscuro y es imposible decir la hora. Busco entre las almohadas mi teléfono para callar el sonido molesto que me está torturando, sin éxito. El ruido continúa cada vez más fuerte y yo busco desesperado el origen del mismo. Me bajo de mi enorme cama con sábanas grises de seda y sigo buscando con frenesí, sin encender la luz.

—Hmm… ¿Qué hora es? —  escucho preguntar a la chica que yace del lado derecho de mi cama.

Me espanto un poco al escuchar la voz de mujer ronca que proviene de la cama, porque ni siquiera sabía que estaba acompañado, aún turbado por el sueño. Los recuerdos de anoche comienzan a llegar, aunque no estoy seguro de cuál se el nombre de esta chica y la resaca que tengo es mayúscula, cosa que logra ponerme de malhumor al instante.

—No lo sé — digo distraído, todavía sin dar con mi celular.

Bingo. Lo encuentro entre mis pantalones que quedaron anoche enredados en el piso y presiono el botón de detener para acallar el sonido. En la pantalla veo que son las siete y treinta y dos de la mañana. Es sábado y se supone que no tengo que trabajar, pero me gusta levantarme temprano para hacer ejercicio. Me giro para ver a la chica de rasgos asiáticos que se ha incorporado ahora y me mira con coquetería, invitándome a la cama con ella otra vez. La imagen es tentadora, pero niego con la cabeza.

—Son las siete. Creo que debes irte ya — la despacho con los ojos otra vez en la pantalla de mi celular, mientras leo algunas novedades que me han enviado al correo.

—¿Perdón? — pregunta con gesto dolido, mientras se cubre con la sábana para tapar su desnudez.

Eso es suficiente para que vuelva a lanzarle una mirada, preparado ya para la reacción que veía venir.

—Tengo cosas que hacer y creo que es mejor que te vayas — le explico como si fuera una cría de cinco años, porque en verdad esta es la peor parte de mis encuentros con las mujeres.

Es una chica muy guapa. Anoche nos conocimos en un bar y la invité a pasar la noche conmigo.

—¿Me estás echando sin ni siquiera brindarme un café, sin ni siquiera pedirme mi número de teléfono? — se nota que está hecha una furia, lo sé por la manera en que se levanta de la cama y comienza a vestirse a toda prisa.

Tiene un cuerpo de infarto. Su larga melena oscura le cae por la espalda mientras se enfunda molesta un par de pantalones y sus pechos grandes ahora agarrados con el sostén de encaje negro que traía anoche.  

—Si mal no recuerdo, anoche te dije que me gustaba mantener las cosas a la ligera y tu dijiste que estabas de acuerdo — me defiendo con descaro cruzándome de brazos, sin importarme ni un poquito mi desnudez.

—¡Eres un cerdo! — grita ofendida mientras termina de recoger sus pertenencias.

—¿Por qué lo soy? — grito molesto también — Anoche estabas más que de acuerdo con venir a pasar la noche conmigo. ¡No me culpes por no ser el príncipe azul con el que estás idealizada! — le respondo ya harto de tener que lidiar con este tipo de actitudes.

Se marcha indignada sin decir nada más, estampando la puerta de mi habitación de golpe.

Me encojo de hombros y voy en dirección al baño. Suspiro sin ganas mientras abro la llave de la ducha para que el agua se caliente. Soy un hombre de veintinueve años soltero y sin compromiso. Vivo solo en un apartamento de lujo en el centro de la ciudad Atlanta y trabajo en la cadena de supermercados de mi abuelo George. Me gusta mi vida y no quiero complicarla con reclamos de una mujer. Hasta ahora no he conocido a ninguna que me haga cambiar de opinión, excepto la misteriosa mujer del bar al que me llevó Andy, que no he podido volver a encontrar nunca más.

Pienso en ella y sonrío con un pesar. Hace ya más de seis semanas de  eso y no he tenido la suerte de volverla a ver y no me ha valido los intentos de sobornos que he hecho en el bar, no me han revelado su identidad. Sin embargo, no me rindo. Estoy seguro que volveré a dar con ella.

Me meto al baño y mi cuerpo agradece el agua caliente contra el frío clima de otoño. Cierro los ojos y pienso en ella mientras dejo que mis manos recorran mi cuerpo, imaginando que es ella está aquí. Casi puedo verla aquí conmigo, siento su olor inolvidable. Me acaricio y cuando mi mano se posa sobre entre mis muslos, mi teléfono vuelve a sonar.

—Mierda — mascullo un improperio porque el momento se ha roto.

Salgo de la ducha mojado, frustrado conmigo mismo y con el mundo por no dejarme estar con ella ni siquiera en mis alucinaciones. Salgo en busca del teléfono y lo encuentro sonando intensamente, con varias llamadas perdidas ya. Es la asistente de mi abuelo, así que no dudo en contestar ni un instante. Debe ser importante para que ella me esté molestando en mi día libre.

—Teresa, buenos días — digo con voz dura, mientras regreso al baño por una toalla.

—Jemmy, disculpa que te interrumpa un sábado tan temprano — utiliza el apodo familiar porque me conoce de toda la vida.

—No, no, dime qué pasa — leo en su voz que es algo serio.

—Es tu abuelo… Ha tenido un infarto.

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