Capítulo 4

BIANCA.

Don ignoró a su esposa y me jaló del brazo más fuerte, sin compasión porque eso era algo que no poseía. Sus empleados se habían quedado quietos observando cómo me dominaba a su antojo, su contacto quemaba mi piel. La abrasaba por completo. Me guiaba por los pasillos de su mansión, ingresamos en zonas oscuras llenos de polvo y bajamos varias escaleras espinadas para llegar a su sótano.

—No pretendía hacerle daño a mi hermana —mentí con el pulso a mil.

No obtuve respuesta.

Su agarre fue más intenso y me detuvo en una sala absolutamente oscura. Me soltó gracias a Dios, me sobé la muñeca. Ese salvaje seguro quedó marcado sus dedos. Él encendió un interruptor y la luz se hizo.

Primero lo observé a él, llevaba un traje azul marino que le quedaba pegado al cuerpo, tanto que sus músculos se apreciaban por cada rincón que mirases. Dos botones de su camisa estaban desabrochados, dejaba al descubierto su pecho y con él un tatuaje casi se dejaban ver por el hueco.

Mordí mi labio inferior con nerviosismo y subí la mirada a su rostro. La mandíbula estaba apretada de tal manera que incluso creo que se llegó a hacer daño, y sus fosas dilatadas tan grandes que hubiera cabido una pata de elefante por sus orificios. Y sus ojos, de un color verde agua cada vez se volvían más oscuros. M*****a sea, y sus facciones, eran demasiado atractivas para mí.

¿Porque me tenían que gustar los hombres así? Ni me importó que fuera cruel.

Lo segundo es que vi fueron las máquinas de tortura que estaban esparcidas aleatoriamente en la sala helada, me estaba congelando de frío y tiritaba. Me horroricé tanto que un jadeo se escapó de mi garganta y retrocedí. Pero no me moví, ya estaba acostumbrada a ver esas cosas.

—¿Por qué me trae aquí, Don? —pregunte nerviosa.

Tampoco respondió.

Caminó por la sala en silencio sentándose en una silla que se caía a pedazos en el centro de la habitación. Tragué saliva porque juro que me estaba cagando de miedo. Veía mi fin tan cerca que me costaba reconocer que moriría allí mismo entre las manos de ese asesino.

—¿Don?

—Golpeaste a mi esposa —rugió —. Nadie puede hacerlo.

Me desplacé hacia detrás. Mi espalda chocó contra la pared, toqueteé con mis dedos buscando un cuchillo, tornillo o algún arma que me fuera útil. Si tuviera que matar al Don de Italia, máximo Capo de la mafia siciliana lo haría sin dudar. Aunque después todos sus demonios me persiguieran.

—No malgastes tu tiempo en huir —me observó con una sonrisa ladeada —. No hay forma de que puedas salir de aquí. Ahora me perteneces.

Alzó unas llaves y las guardó en el bolsillo de su pantalón.

—No quería hacerle daño a Priscilla. Solo me defendí.

Giovanni Lobo ensanchó su sonrisa y dejó ver sus perlas blancas.

—Me parece que no te enseñaron a obedecer, niña —aseguró volviendo a su mismo rostro neutral.

Entrecerré mis ojos.

—Y yo creo que a usted no le enseñaron a escuchar —contraataque.

Estaba tentando a la suerte.

Y me gustaba.

—Poner las manos sobre mi esposa te costará la vida —sacó un cuchillo y jugó con él mientras me observaba con malicia —. Escúchame bien, cariño —elevó la voz —. No permito que nadie toque lo que es mío y menos que no dañe, ¡maldita sea! —un golpe —. Estoy harta de que todos hagan lo que les dé la gana. Pagaras con tu sufrimiento haberle pegado de esa manera. Si le pegas a ella me pegas a mí, si la ofendes me ofendes a mí. Recuérdalo. Soy tu Don y debes darme respeto. Y al dañar lo que es mío te burlaste de mí. Mando sobre ti y tu vida. ¿Lo entiendes?

Se levantó de la silla para venir y desplazarse hasta mi cuerpo, en vez de huir me quedé quieta. Su cuerpo me aprisionó contra la pared subiendo su mano hasta mi cuello y apretándolo con fuerza para que me quedará sin oxígeno. Y eso tan solo hacía que mis pezones se endureciesen.

—¿Lo entiendes, cariño? —susurró contra mis labios.

M****a. Qué voz tan erótica.

Su aliento olía a tabaco y yo necesitaba un buen cigarrillo. Quería besarlo. Retarlo. Y follarlo.

—No le tengo miedo, Giovanni Lobo —espeté contra sus labios de vuelta.

Un brillo en sus ojos apreció un segundo y tan pronto como vino, se fue. El puño que impactó sobre mi mejilla retumbó en las paredes húmedas de ese sitio. Apretó mis mejillas e hizo que lo mirara a los ojos, los tenía preciosos. ¡Maldita sea me pegó! Deseaba que su lengua agrediera mi coño húmedo.

—Yo te enseñaré a temerme, Bianca. Acabaras metiéndote en el infierno si me retas.

Le sonreí.

Estaba cagada de miedo, pero nunca hay que mostrarle que le temes al fuerte, porque acabará destruyéndote. Como yo lo haría con él si me tocaba más. Me asustaba y eso me calentaba.

—Estaría encantada de quemarme si Lucifer me folla rico todos los malditos días de mi eternidad —susurré.

Don me observo con las cejas alzadas. Aquello también le agradaba. Sentía la p**a erección entre sus piernas.

—¡Demonios! —masculló, acercándose a mi amenazador.

—¿Te sorprende? —cuestioné casi sin voz.

Estaba demasiado cerca. A centímetros de mi boca, tan solo un paso y ya estaría devorando esos labios carnosos.

El condenado estaba bien bueno. ¡Joder por qué me atraía!

—No me retes, Bianca. Puedo crear yo mismo el infierno y ser el Lucifer que te folla duro todas las noches, sin compasión alguna.

¿Don estaba diciendo eso? Estaba salvada. Solo tenía que jugar con él un poco más y sacar la sensualidad que se mantenía dormida en mi interior.

—¿Todas las noches? —pregunté mordiéndome el labio  

Asintió con los dientes apretados.

—Sí, todas las malditas noches. Gozarías como una perra en celo.

—Sí, Don —solté un jadeo —. Lamentablemente tienes esposa.

P**a madre.

Qué mierdas estaba haciendo.

—No le guardo fidelidad a mi esposa —rozó sus labios con los míos.

Acaricié su mejilla y rápido él alejo mi mano de su rostro y me inmovilizó contra la pared.

—Muy astuta, cariño —sonrió —pero yo soy más astuto que tú. Tus juegos absurdos de seducción solo valen para entretenerme un rato, después me aburro.

Mi ceño se frunció.

—¿Me mataras?

Se carcajeó en mi rostro.

—Bianca, ¿cómo llevarías tu vida sin un dedo de la mano?

—Don, por favor.

M****a, estaba lloriqueando.

—Hoy estoy de buen humor, preciosa. Así que solote cortare dos dedos de los pies. Te aseguro que el dolor será multiplicado si vuelves a agredir a mi esposa o a retarme.

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