3

 Ella sintió que las náuseas le envolvían como un velo. Su cabeza se mareo y es cuando decidió dar un paso hacia atrás. Una sensación de escapar con urgencia de aquel lugar la lleno. 

De repente de la nada una mano con un pañuelo le tapó la boca y la nariz.

Ella abrió los ojos sorprendida y trató de quitarse aquella mano que se aferraba a ella con una fuerza brutal que la dominaba de manera inhumana, subyugando.

Su mente se revelaba a caer y trató de liberarse, pero aquel agarre era más fuerte que ella.  La presión ejercida en boca y nariz la sofocaba y con cada movimiento se ahogaba más. El aire con un químico le quemaba los pulmones y de pronto todo se tornó negro y poco a poco perdió aquella lucha.  Sus manos dejaron de luchar y cayeron al lado de su cuerpo y fue ahí cuando perdió el sentido.

Las horas pasaron y pasaron y la mujer dormida no se percataba de nada. De cómo la trasladaban de un lugar más alejado de Nuevo Horizonte.

Poco a poco la joven fue despertando de aquel oscuro y amargo sueño.

—¡Qué dolor! – murmuró Susana.  Sentía que todo le daba vueltas y que el estómago le giraba y giraba.

Trató de moverse y fue cuando se percató de que sus manos estaban atadas a su espalda y no le permitía moverse. Estaba dolorida y acalambrada. Su respiración era dificultosa y el extraño aroma que impregnaba el lugar le provocaba asco. Abrió sus ojos, pero todo estaba tan oscuro que no lograba ver nada. El cuerpo de ella temblaba al verse en aquel estado.

—¡Ay! ¡Qué dolor, mi cabeza! – gimió.  Sin previo aviso lo que tenía en su estómago, el desayuno y todo lo que comió durante aquella mañana fue expulsado, con una rapidez espantosa. Mientras vomitaba su cuerpo frágil convulsionaba.

—¡Ag! ¿Dónde estoy? —  El terror la llenó.  Sus pies estaban atados, ya consciente de su situación, trató de soltarse, desesperada hacia movimientos violentos. Su cuerpo estaba en el suelo, con la espalda recargada en la pared. Sus piernas extendidas, le faltaba un zapato y sus medias se encontraban sucias. Ella no podía verse ni siquiera lo más próximo a ella.

—¡Auxilio! —  gritaba desesperada. Se encuentra llena de pánico por aquella situación — ¡Ayúdenme! – vuelve a gritar.

Sus lágrimas comenzaron a salir mojando su sucio rostro de tierra y de su propio vómito. El terror llena el corazón de la joven y su cuerpo tiembla a pesar de estar maniatado y arrojado en el suelo.

—¡Auxilio! — vuelve a gritar aún más fuerte.

—¡Cállate! — dijo una voz tan asustada como la joven Susana —¡Por favor no grites! Vendrán y nos lastimaran— gimió la voz femenina que se escuchaba en la penumbra de aquel lugar.

Susana atizó su oído y trataba de localizar a la dueña de esa voz, pero el lugar estaba en total oscuridad, no podía ni verse sus propias piernas.

—¡Auxilio! — gritaba con todas sus fuerzas, tenía que salir de ese espantoso lugar, pero... ¿Dónde estaba?

Ella trataba de escuchar lo que pasaba a su alrededor y sus ojos luchaban por encontrar a la persona que estaba con ella ahí.

—¡Maldita sea! — se oyó una voz que gritó furiosa. El dueño de la voz se encontraba a las afueras del lugar— ¡Callen a esa m*****a vieja! – el hombre iracundo daba órdenes.

Ella temblaba, pero estaba atenta a lo que pasaba.

Se escuchó cuando unos cerrojos   se deslizaban, y al abrir una puerta, la luz del portentoso sol entró iluminando el lugar.

—¡Ayúdeme, señor se lo suplico! —  rogaba Susana.

El hombre frunció el ceño molesto al verla sin mordaza.

—¿Por qué no le taparon la boca a esta vieja? —  dijo un hombre bastante regordete y que lucía unas gafas gruesas y negras, partidas en el centro, pero unida con cinta que en otro tiempo fue blanca.

Susana miró rápidamente el lugar, eran paredes de madera viejas, era asqueroso, había basura por todos lados, un sofá roto sin fondo también logró ver a dos mujeres muy jóvenes atadas igual que ella, y cuando Susana comprendió que ella era víctima de una de las extrañas desapariciones que estaban sucediendo en el pueblo, su mente solo pensaba en gritar para que alguien la oyera.

—¡Auxilio, que alguien me ayude! —  gritaba y pataleaba— ¡Déjenme ir!

El hombre regordete se acercó a ella y le dio una bofetada, haciéndole sangrar la boca.

—¡Cállate! — le dijo con cierta malicia.

Ella abrió los ojos como plato sorprendida por aquel golpe injusto.

—¡Auxilio! — gritaba con más fuerza y escupía la sangre que el golpe le provocó. Ella comprendió que estaba en serios problemas. Unas jóvenes aparecieron desmembradas y otras desaparecidas y ella iba a engrosar aquella escalofriante lista de desaparecidas— Por favor déjame ir— suplicó la ingenua mujer.

El hombre gruño molesto.

—¡Cállate desgraciada! — al momento de hablar le propinó una patada en las piernas a la joven.

—No, por favor no me pegues— gimió de dolor.

En el quicio de la puerta apareció otro hombre que vino hacia el otro y lo increpó.

—¡Estúpido vas a estropear la mercancía! – el hombre      lo tomó del brazo arrojándolo con fuerza a un lado. El regordete tropezó y cayó contra una de las paredes de maderas.

El segundo hombre se acercó a ella y la miraba como un lobo mira a su presa entre sus garras y se saboreaba. Con un movimiento rápido se bajó quedando frente a ella y tomó la barbilla de la joven con fuerza para que lo mirara a la cara.

—¡Realmente está bien linda! —  la miraba. Una sonrisa desdentada se asomó en el rostro sucio y marcado por unas arrugas y cicatrices — Un par de días a mi cargo y amanso a esta zorrita.

Ella asqueada por el aliento fétido de aquel hombre quitó su cara con violencia, para evitar el contacto.

—¡Déjame salir de aquí, maldito desgraciado! —  decía a todo pulmón. La adrenalina recorría todo su sistema y no se dejaba amedrentar por aquella situación tan mala.

El hombre que estaba inclinado delante de ella río a carcajadas.

—¿Salir? — la miraba de manera codiciosa.

Él recorría con su mirada las piernas desnudas, porque la pequeña falda del colegio era muy corta y en la posición en la que se encontraba, se le veían hasta la ropa interior. Sus  blusas estaban abiertas y todas sucias de tierra y vómito, porque debido al forcejeo los botones salieron expulsados dejando su blanca piel desnuda, mostrando los virginales pechos protegidos solamente por el brasier. Él con un dedo sucio con las uñas manchadas de tierra y grasa recorría con lentitud la pierna y perezosamente subía hasta el borde de la falda y la levantaba con la intención de meter la mano dentro de ella. Él respiraba conteniendo su malsano deseo.

Él volvió a reír excitado.

—No mi reinita— colocó su mano en el tobillo y lo agarró con fuerza y le abrió la pierna. No dejaba de verla como ella se retorcía para evitar que él la tocara. Los ojos de aquel hombre brillaban con una intensidad que estremeció de terror a la joven. Él la miraba con deseo — aquí te vamos a enseñar tu paraíso.

—No— gritó ella llena de pavor.

—¡No puedes tocarla! — dijo el regordete hombre con la voz algo quebrada por el temor— son órdenes además tú mismo me lo dijiste.

En ese instante el teléfono del regordete sonó y rápidamente respondió.

—Joel, Leo que vayamos con él de inmediato — lo miró con insistencia — ¡Joel! — le grito para llamar la atención del matón que estaba dispuesto a violar a la joven.

—Maldita zorra— dijo mientras saco un pedazo de tela y comenzó a amordazarla— pronto tendremos un tiempito para los dos. Solo espérame.

Ella pudo ver que el hombre tenía un gran bulto en sus pantalones. De no haber sido por aquella llamada ella estaría mucho más perdida.

Él frustrado por aquella excitación sin ser satisfecha se levantó dejándole aquella promesa y se marchó riendo a carcajada.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo